La vergüenza de saber quién eres

Y dejé de llamarte papá - Caroline Darian

Editorial Seix Barral (2025)

La vida se funde a negro en un instante. A Caroline Darian (pseudoapellido que injerta los nombres de sus hermanos David y Florian) se lo concretó el trivial reloj del horno de su cocina, un relámpago a las 20.25 del dos de noviembre de 2020, lunes. A esa hora del día de los difuntos, una llamada telefónica de su madre certificó la defunción de sus años precedentes. "Una frontera cifrada… Estoy viviendo los últimos segundos de una vida normal". Tres frases de Gisèle la encadenaron a un plano impensado. "Tu padre está en prisión preventiva desde esta mañana, y no podrá volver a salir… Me drogaba con somníferos y ansiolíticos… Invitaba a hombres a casa cuando yo estaba inconsciente en nuestro dormitorio". Conocer que, azuzados por su padre, Dominique, "unos desconocidos" habían violado el cuerpo inerte de su madre, exterminó la "vida privilegiada" de Caroline. Excluida de la banalidad, de la anchura de las personas corrientes.

Y dejé de llamarte papá. Al saber las depravaciones de su padre, Darian renuncia a ser Pelicot –su madre, no–. "Se ha borrado el pasado". Pero la agarra la argolla de los años desterrables, la engullen más que el tiempo venidero. "Lo quise mucho antes de descubrir su monstruosidad". Lo convierte en su adversario cuando la policía detalla cómo Dominique aberró a Gisèle. Veinte mil fotografías y producciones pornográficas "cercanas a la barbarie". Las encontraron al desencriptar los móviles y ordenadores de Dominique, apresado dos días por grabar debajo de las faldas de tres mujeres, en un supermercado. Imágenes de su madre "inconsciente, desnuda, bocabajo… con hombres diferentes cada vez… Ella no recuerda nada". Su esposo le había vertido, a hurtadillas, un cóctel químico en sus comidas y bebidas. La sumía en múltiples letargos. Gisèle era una efigie en pausa. Él instigaba la atrocidad.

En una web –ya clausurada–, convoca a depredadores sexuales para que vejen a su esposa durmiente. Cerca de ochenta violadores acuden, por separado, al reclamo de Dominique durante diez años. Les ofrece el cuerpo de su mujer sin "ningún pago a cambio. Sin embargo, exigía poder filmarlos". Un placer trastornado: el candaulismo: contemplar cómo otras personas practican el sexo con la pareja del mirón. La primera cita al festín de carne y sexo fue en julio de 2011, cerca de París. La última, como la mayoría, en la casa familiar de Mazan –sureste de Francia–, en octubre de 2020 (cuando Gisèle y Dominique rondan los sesenta y ocho años), diez días antes del arresto del progenitor de Caroline. "Un ser demoníaco, totalmente corrompido… Mi padre es un criminal y voy a tener que aprender a vivir con esa despiadada realidad".

Una espiral de ira y pánico aprisiona a Darian. La policía acentúa su espanto un día después del encarcelamiento de Dominique. Le muestran dos instantáneas de ella misma, semidesnuda, con prendas interiores que no reconoce, adormecida, en posturas inverosímiles. "Mi padre me fotografió en casa, en mi dormitorio, y eso fue en 2013. Se acabaron las dudas. Su segunda presa era yo". La drogó también. Caroline convive con la duda de si, además, la ultrajó. Lo intuye: "Estoy segura de que me violó". "Nunca he tocado a mi hija", negó el depredador confeso. Verse retratada exaltó su desquicio: abofeteó a su marido, ingresó cuarenta y ocho horas en una clínica mental. Eliminó Dominique como tercer nombre de su hijo Tom. Dos meses después, definió la magnitud de su desgarro al psiquiatra: "traicionada. Y me avergüenzo de ser la hija de ese torturador". Luego, se agregaron al desastre más imágenes de Caroline, tomadas en 2020, y de sus cuñadas, Céline y Barbara, grabadas en el cuarto de baño y en los dormitorios de Mazan. "No perdonó a ninguna mujer de nuestra familia".  

Una familia descarrilada. Dominique y Gisèle se casaron a los veinte años. Ella fue directiva de una sociedad pública. Él, electricista de formación, tuvo varios empleos y algún fracaso empresarial. Las deudas asfixiaron al matrimonio. La amenaza de bancarrota los abocó a un divorcio postizo en 1998. Restañaron algunos arañazos de sus finanzas y celebraron su segunda boda el siete del siete de 2007. Visto lo visto, la cábala solo atrochó hacia el infierno. Las cuentas corrieron hacia el sumidero. Y Dominique anuló la pareja al violar códigos éticos elementales. Las sustancias que suministró a Gisèle la aturdieron. Padecía "ausencias, insomnio recurrente, perdió pelo y adelgazó". Los médicos no detectaron la variable química para formular el diagnóstico. Tras desvelar los porqués del deterioro, Caroline define a su madre como "la verdadera heroína, de pie en medio de las ruinas". Pétrea. "Tras conocer los hechos, mi madre abandonó el domicilio conyugal casi sin derramar una lágrima". Habitaron tres días más entre los escombros del hogar, amargo hogar. El portazo no encerró todos los estragos.

Los fantasmas individuales del duelo dividieron al clan. Caroline reprocha que su madre sea leña y no hacha. "¡Nunca la hemos oído denigrar a nuestro padre!". La hija acrecienta su sensación de derrota. "Mi vida es un campo de batalla abandonado por las dos personas que desde siempre me han importado: mis padres". Enraíza la distancia en la incredulidad de Gisèle: "no consigue imaginar que también pude haber sido víctima de mi padre". Dos cartas furtivas que Dominique envía a una amiga de la familia ahondan la zanja. A finales de noviembre del 2020, escribe sobre su esposa, la destinataria obvia: "seguirá siendo mi amor eterno, es una santa que no supe conservar". Palabras que afloran la nostalgia en Gisèle, aflojan su firmeza. "Trata de convencerse de que el hombre al que amó durante tantos años no siempre ha sido un criminal sexual tan depravado". En enero del 2021, el padre propala que "su vida está en peligro" en la prisión por la "saña" de Caroline contra él. Nada sucede. La hija concluye: "mi padre ha creado dos bandos en la familia": Gisèle y Florian, benévolos; David y Caroline, intransigentes. "Ha dañado lo que más quiero: nosotros".

Las sospechas del agua

Darian remató Y dejé de llamarte papá en 2022. Cuando expiraba 2024, terminó el juicio de "la cobardía" de Dominique y otros cincuenta acusados que lograron identificar: agresores de entre veintidós y setenta y un años, próximos a Mazan, con oficios diversos. Gisèle, los tres hijos del matrimonio disuelto en 2021 y las nueras les imputaron delitos de violación, intento de violación y agresión sexual. Violaciones consumadas de la madre, no probadas de la hija. Gisèle pidió abrir las puertas del tribunal para ventilar su caso. "Sacrificada en el altar del vicio", desdeñó ocultar su rostro y su mirada durante la ceremonia judicial. Desempolvó un lema proferido cincuenta años atrás por la abogada Gisèle Halimi: que la vergüenza cambie de bando, que torture a los delincuentes, no a las víctimas. El grito recobrado permeó el mundo. Castigaron a todos, ninguno se arrepintió. Condenaron a Dominique a veinte años entre rejas, la máxima pena por estos delitos en Francia. "Acabarás solo como un perro", sentenció Caroline. "Siempre acabamos solos", alegó Dominique.

Darian empeñó dieciséis meses en redactar este libroterapia. Destiló las palabras y el alma para purgar su dolor. Un proceso inconcluso porque el pasado no muere, acecha. Su siguiente afán, relatar el juicio que no cerró su caso particular. "Yo estoy llena de noche". Fundida a instantes de oscuridad. Encadenada a sus sospechas.

* Prudencio Medel es periodista.

Más sobre este tema
stats