Las sospechas del agua

Niágara  - Joyce Carol Oates

Editorial Lumen (2025)

Hasta que la muerte os separe apenas duró. Ni siquiera un día. Si acaso la noche del 12 de junio de 1950. Ariah Erskine-Littrell antes de esposarse, a los veintiueve años, llevaba "veintiuna horas casada cuando se enteró de que su marido se había suicidado en la catarata Herradura", una de las tres cascadas matrices que se desploman en el "agua hambrienta" del Niágara. Gilbert, su efímero esposo, se despeñó en un clavado mortal apesadumbrado por el peso del rigor en su alma. A los veintisiete años, quebró su mente y su médula en las quebradas de rocas, espuma y agua. El vértigo de no ser.

"Había vivido un día y una noche de más". A Gilbert, clérigo presbiteriano, como su padre y el de Ariah –muñidores del enlace instantáneo–, le sobraron la boda y su noche sin destreza ni consumación. En la suite nupcial Rosebud (como el trineo del ciudadano Kane niño), él "no había dicho: 'Te quiero, Ariah'. No había mentido". "Ella tampoco había susurrado: 'Te quiero, Gilbert', como había ensayado". Omisión sincera. Sí hubo trazas, o sucedáneos, de deseo en la esposa virgen. Ninguno en su cónyuge fugaz: sus ansias se habían fugado con el enamoramiento, tampoco colmado, de otro seminarista. Una luna de amargura por transgredir su identidad sexual. Gilbert resumió su imposible en una nota para Ariah: "He intentado quererte". Los sentimientos arrebataron la vida al credo: "Dios jamás le perdonaría, pero le concedería la libertad. Esa era la promesa de las cataratas". Su desdicha lo arrojó a "la paz del olvido".

La Recién Casada Viuda de las Cataratas. Así titularon a Ariah. Restallante como el eco de los seis kilómetros de cascadas en la linde de Estados Unidos y Canadá. Parecido al dolor de la mexicana Rebeca Méndez, la "loca del muelle de San Blas": dos mil largos domingos, vestida de novia, esperó la venida de Manuel, el pescador que ella quiso y el mar asfixió. La espera de Ariah, sin amor ni desespero, se demoró dos domingos. Apareció Gilbert en el remolino del Diablo. Lo reconoció por su "mueca de enojo". Ya viuda oficial, pero no libre: "sé que estoy condenada". "Gilbert ha decidido dejarme sola y permaneceré sola". Las garras de la fe, el desgarro del destino.

No duró su soledad. Su aguante, mientras buscaban aguas abajo, sedujo a Dirk Burnaby, abogado de litigios a favor, dandi y rico innúmero. Un contraste con la austeridad de la presbiteriana viuda, cantante de un coro religioso y aficionada al piano. Disparidades que no obstruyeron su maridaje. Se explayaron el uno en la otra, ella en él. De repente. "No hay tiempo para un noviazgo. Dirk y yo no creemos en esas costumbres burguesas". Precipitaron su matrimonio unos días más tarde de hallar el cuerpo del marido precipitado. "Se casaron y Dios no tuvo nada que ver con su felicidad". Pero la mente de Ariah le aguó el horizonte. "Una parte de ella sabía que también la abandonaría". Augurio y castigo.

Joyce Carol Oates creció en el norte del estado de Nueva York, cerca de las turbulencias de Niágara. Desentraña la turbiedad del pasado en ese lugar. Remite al inicio de los sesenta del Veinte. En su relato, Ariah y Dirk tienen tres hijos: Chandler, Royall y Juliet. Una enigmática Mujer de Negro –será Nina Olshaker después– merodea cerca de la oficina del letrado, que la ignora con un aderezo de indiferencia y altivez. La clienta en ciernes protagoniza el giro social de la novela. Oates la perfila como dorso de Ariah y trasunto de Lois Gibbs, mujer real, origen de una lucha inagotable.

La causa de dos mujeres. Nina, inventada, madre de tres niños: una hija de tres años murió de leucemia. Lois, histórica, ama de casa con estudios de secundaria, ha fecundado a Michael y Melissa. Nina y Lois viven en el Canal Love de Niagara Falls. Sus maridos trabajan en las fábricas químicas que han desbordado el paraíso de las cataratas. Las separan una década y el grado de la tragedia -a Lois no la mordió la muerte- sufrida en el vertedero de residuos donde se asentaban sus casas y el colegio de sus criaturas.

El muladar manó más de medio siglo después de la construcción de un cauce que mezclaría las aguas del lago Ontario y el río Niágara. Un caz faraónico, promovido por William T. Love, para regar el semillero industrial plantado en torno a las cataratas. La falta de financiación empantanó la acequia, la dejó a medias. Inservible para el trasvase. Útil como escombrera de la empresa Hooker Chemical: echó veinte mil toneladas de desechos en el canal. El germen de un daño que conocían la industria y el gobierno de Niagara Falls cuando, en 1953, expropió la cacera para construir escuelas y viviendas. Hooker Chemical se lavó las manos por los potenciales perjuicios. Sellaron el traspaso por un dólar y enterraron el basurero. Bajo toneladas de tierra, subsistieron doscientas sustancias químicas. Y residuos nucleares de los ensayos atómicos en Nevada. Los imaginaron inertes, pero eran larvas de veneno. 

El mal soterrado llegó con la lluvia. Lombrices imperceptibles de líquido negro y hedor rompieron las cápsulas de arcilla. Reptaron por habitaciones, aulas y calles. Nina sospechó que emponzoñaron la sangre de su pequeña. "Este lugar la envenenó… Solo quiero justicia… No quiero alivio". La Mujer de Negro ya no fue invisible para Dirk. El defensor de causas victoriosas asumió un perdido caso colectivo: demandó a los siempreganadores. "Lo que estoy haciendo es seguir mi instinto por una vez. No el camino del dinero. Mi conciencia". Se desclasó, desencadenó la toxicidad en su ambiente de cuna. "Se destruiría a sí mismo, y su matrimonio, en la causa perdida del Canal Love". Los legajos del pleito lo absorbieron. Detectó los defectos emanados de las sobras subterráneas de un desarrollo sin riendas. "Abortos, niños nacidos muertos, deformes de nacimiento… Trastornos neurológicos... Cánceres de todo tipo". Las pruebas para un proceso sentenciado por Ariah, que ve cumplido su presagio: "te has ido de la familia. Nos has traicionado". Y por un juez fiel al rastro de los apellidos y los dólares. El fallo negativo desquició a Dirk, arruinó su carrera y "su vida". Al poco, el abogado a contracorriente cayó con su coche de lujo en los torrentes del Niágara. Un camión de una química y un vehículo policial circulaban a su lado. Jamás encontraron a Dirk: abandono absoluto. La sospecha del agua.

Los internacionales del bisiesto

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Mediados los setenta, Michael Gibbs sufrió convulsiones. Como Nina, su madre atribuyó los espasmos a la contaminación afluida del subsuelo. La espita que transmutó a la tímida Lois en una activista medioambiental. Sumó adeptos a su empeño. Protestaron. Convencieron al estado de Nueva York de que denunciara a las industrias que engendraron el tósigo. El tribunal condenó a los dueños de Hooker Chemical a pagar doscientos millones de dólares para desintoxicar aquellos espacios. Al tiempo, reubicaron en sitios limpios a más de novecientas familias. Se cerraron casas y algunos colegios. Jimmy Carter, presidente de Estados Unidos, declaró zona catastrófica el Canal Love. El asunto sentó precedente legal: prohibido edificar sobre cementerios de residuos. Y en la ficción: Envenenados y Poisoned Ground sobre canal Love, Eric Brockovich, Aguas oscuras, Goliath…

La prolífica Joyce Carol Oates expone el balance de daños infligidos por los plutócratas a los aspirantes a clase media. En sus más de cincuenta novelas proyecta las pesadillas de un sueño americano plagado de inmundicia. (Los oligarcas de hoy surgen allí, pero son globales: atrapan el mundo con sus redes y se conceden la bula para desdeñar la verificación. La verdad no predomina en su universo). Desemboza el espejismo. Al final de Niágara, homenajea al abogado que rebasó las leyes de su casta. "Tal vez el amor es siempre perdón, hasta cierto punto". La catarsis de las cataratas.    

* Prudencio Medel es periodista.

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