Cultura

Black Literature Matters

Un manifestante participa en una sentada pacífica en el centro de Oakland.

"Lo que me separaba del mundo no era nada intrínseco a nosotros, sino la herida que nos había infligido la gente decidida a nombrarnos, decidida a creer que el nombre que nos habían puesto importaba más que cualquier cosa que pudiéramos hacer".

Un año antes del triunfo en las presidenciales estadounidenses de Donald Trump, Ta-Nehisi Coates publicó Entre el mundo y yo (edición española de 2016), una carta dirigida a su hijo de 15 años para explicarle qué significa ser negro en Estados Unidos. Toca vivir a la defensiva. "Éste es tu país, tu mundo, tu cuerpo, y debes encontrar la manera de vivir con todo ello."

Ésa ha sido la búsqueda de tantos autores afroamericanos, que han hecho de su literatura una herramienta de lucha. ¿Siguen haciéndolo? He recabado la ayuda de tres expertos: Elisa Serna, traductora y especialista en literatura caribeña y de la diáspora africana por la Universidad de Granada; Imelda Martín Junquera, profesora titular del Departamento de filología Moderna de la Universidad de León, actualmente directora del departamento e investigadora principal del grupo GEHUMECO (género, humanidades y ecocrítica); y José Antonio Gurpegui, catedrático de Estudios Norteamericanos de la Universidad de Alcalá.

"Americano significa blanco"

El entrecomillado que encabeza este texto se atribuye a Toni Morrison, de quien Gurpegui fue amigo. Le pregunto si la afirmación vale para la literatura estadounidense. "No. Resulta válida para la literatura canónica estadounidense pero no para la literatura norteamericana actual en la que hay toda una pléyade de excelentes escritores tanto afroamericanos como asiáticos o hispanos que definen de forma novedosa el concepto de americanidad". Me cuenta que a comienzo de los 90 le formuló una pregunta similar a Toni Morrison ―de forma concreta, si la literatura más pujante y comprometida a finales del XX era la producida por autores de minorías étnicas― y "su contestación fue un rotundo no. Mi respuesta actual refleja el mismo principio que ella defendía hace tres décadas. En cierta manera reflejaba cómo, en ocasiones, nuestros prejuicios nublan nuestros criterios".

Serna también recurre a su propia biografía, pero llega a una conclusión distinta. "En mi experiencia educativa y académica en España, he observado que la literatura afroamericana sigue siendo residual, porque no se considera todavía dentro de asignaturas cuya etiqueta sea 'Literatura norteamericana', sin ningún guion que marque una diferencia de raza, como 'afro' o 'minorías'". De ahí que a mi pregunta responda con un contundente "por supuesto. El canon literario americano, al igual que el británico o el europeo, está determinado por escritores blancos", y que sostenga que "la literatura norteamericana es blanca por defecto, mientras que el resto de voces se tienen que especificar, como decía Morrison, a través de guiones, de palabras compuestas. El término 'afro-americano' ilustra muy bien esta cuestión."

Y Martín va incluso un paso más allá cuando declara que la aseveración de Morrison "no es que sirva para la literatura estadounidense: es que la primera reclamación de, sobre todo, escritoras afroamericanas ha sido el hecho de sufrir una discriminación por 'interseccionalidad'", un concepto tomado de Kimberlé Crenshaw y del ámbito legal "en el que se defiende que las mujeres afroamericanas sufren discriminación por una serie de variables que se dan de forma que las secciones confluyen".

Tom, Jemima et Alia

Dicen que cuando en 1862 Abraham Lincoln conoció a Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del Tío Tom, la saludó diciendo: "So you're the little woman who wrote the book that started this great war!"So you're the little woman who wrote the book that started this great war!. Esa mujer pequeña (1,50) había escrito la novela que había iniciado la guerra civil… Desde luego, la novela fue un hito editorial, social y político. Sin embargo, pasados los años, la percepción cambió y llamar 'Tío Tom' a un negro llegó a ser ofensivo. "Su equivalente femenino es la tía Jemima ―explica Serna―. El temor a ser identificados con estos personajes es recurrente entre la población afroamericana, lo que provoca verdaderos dilemas de identidad y pertenencia basados en la diferencia de raza, una diferenciación creada por y para beneficio de los esclavistas, que todavía no hemos superado".

Beecher Stowe escribió esta novela sentimental con la mejor de las intenciones, ella era una abolicionista de corte muy religioso en pleno siglo XIX. "Su deseo era que sus compatriotas blancos del norte de EEUU entendieran que los negros eran hijos de su mismo Dios. Ésta fue su manera de defender la humanidad de los esclavos frente a su cosificación. Lo que quería era que la población ayudara a quienes escapaban del sistema esclavista del sur, ya que en 1850 surgió una ley que condenaba cualquier tipo de asistencia a esclavos fugitivos". El abolicionista y exesclavo Frederick Douglass, que no dudó en criticar cierto aspectos, "consideró que la obra de su coetánea tenía un valor instrumental para despertar animadversión hacia la esclavitud y acelerar su erradicación. Por esto, muchos la consideran un referente de la literatura afroamericana".

Entre los fustigadores del Tío Tom se contó, años más tarde, Richard Wright, del que Imelda Martín recuerda que creó un estereotipo contrario, el "brute Negro", el negro violento e ignorante, para poner de manifiesto los prejuicios raciales blancos en los años cuarenta. "Aunque los intelectuales del Renacimiento de Harlem y de la Asociación Nacional por el Avance de la Gente de Color [NAACP, por sus siglas en inglés], que era el máximo órgano representativo en la lucha por los derechos de los afroamericanos de la época, le criticaron sobremanera, su novela Native Son alcanzó el éxito".

Paradójicamente, el debate en torno a La cabaña… aumenta su valor, según Serna, la convierte en "un texto desde el que podemos reflexionar sobre cuestiones sintomáticas como ¿cuáles son los límites de la literatura afroamericana?, ¿quién puede o debe escribirla?, ¿quién dice quién puede escribirla?, ¿hasta qué punto es útil la pertenencia esencialista a un grupo racializado?".

La trampa del cliché

Este artículo es un camino de aprendizaje, una es especialista en pocas cosas y el asunto que hoy me ocupa no está entre ellas. De lo que leo, deduzco que es habitual que los autores negros conviertan sus obras en armas de lucha y las utilicen para reaccionar a acontecimientos dramáticos de su tiempo, ya W.E.B. Du Bois escribió Las almas de la gente negra tras el linchamiento de Sam Hose en 1899. "Se convirtió ―explica Martín― en un manifiesto en favor de la independencia intelectual de los negros americanos porque abogaba por la educación como el arma a esgrimir para el progreso y la lucha contra la raza blanca".

La literatura afroamericana es la escrita por estadounidenses de origen africano para visibilizar la discriminación racial y reclamar sus derechos civiles. Existe, dice Elisa Serna, un mercado para esta literatura "que se ha potenciado tanto por parte de quien publica como de quien escribe, y que ha dado gran valor y visibilidad a esta lucha tan necesaria". Es una estrategia esencialista de resistencia cultural que proporciona un espacio donde pueden publicar las personas negras, ya que no ejercen suficientes puestos de decisión dentro de las casas editoriales dominantes. "Sin embargo, creo que esta estrategia no debería durar en el tiempo, ya que no hace sino perpetuar la 'línea del color' de la que habla Du Bois en Las almas… y contra la que él tanto luchó cuando, tras la Guerra Civil, se establecieron estrategias políticas segregacionistas, como la creación de escuelas afroamericanas".

Una revisión apresurada de los personajes negros de las novelas del XIX e incluso del XX permite aventurar que siempre merecen un juicio que va más allá de lo literario. Gurpegui dice que sí… pero no. Depende del lector, sobre todo en las novelas referidas a los años sesenta o setenta, pero "en la narrativa afroamericana actual, los autores más jóvenes intentan trascender el hecho del color de la piel mostrándose más interesados en aspectos relativos a la expresión artística".

Cuando, insistiendo en la misma línea, pregunto si para los autores estadounidenses la piel es su destino ("ningún escritor o escritora estadounidense puede escapar al destino del color de su piel porque es lo visible", apunta Martín), Gurpegui responde: "Me resulta complejo aplicar un criterio uniforme para valorar autores de distintas épocas, máxime si éste es el del color de su piel. Particularmente, pienso que no se puede hablar de esta literatura como un todo homogéneo. La irrupción de autoras como Alice Walker, Terry McMillan o la referida Morrison supuso una total regeneración respecto a los principios narrativos de autores masculinos anteriores como fueron James Baldwin, Ralph Ellison o Richard Wright". No obstante lo cual, "estoy de acuerdo contigo en que aspectos relativos al color de la piel, pese a que el interés de jóvenes novelistas vayan por otros derroteros más artísticos, siempre subyacen de una u otra forma en sus creaciones literarias y no tardan en aparecer cuando uno rasca en su obra. Es algo que surge de forma natural".

Serna coincide: a partir de autoras como Morrison o Walker la literatura afroamericana ha gozado de una excelente acogida nacional e internacional. "Esto supone un gran avance en la lucha contra la discriminación racial, como también lo es la inclusión de esta literatura en el sistema educativo estadounidense": se rompe con esas limitaciones estructurales que desembocan en una sectorización de la cultura. Pero (siempre hay un pero), "también me gustaría leer más literatura blanca sobre la discriminación racial ejercida por grupos blancos hacia la comunidad negra. Esto implicaría que hay una lucha común, un deseo bilateral de desarticular privilegios y desventajas". En palabras de Du Bois, "nos quitaríamos el velo de la raza". El velo, explica, es un mecanismo racista que, siendo invisible, supone para los negros verse de manera inconsciente a través de los ojos de los blancos, medirse con sus patrones, y que en los blancos provoca que inconscientemente se siga una lógica racista a la hora de organizar la sociedad. "Quitarnos este velo significaría que esta lógica racista no nos supondría un obstáculo para luchar contra ella misma. Pero para quitarse el velo primero hay que reconocer que existe. Generalmente las personas negras lo reconocen antes, porque son quienes lo sufren".

Sí, admite Gurpegui, "en el momento de DuBois, de Ellison, de Wright, la intencionalidad reivindicativa de la literatura resulta innegable y formaba parte de la lucha por la igualdad, pero la literatura afroamericana ha evolucionado mucho y en el último medio siglo el carácter reivindicativo ha dado paso a una mayor preocupación por la expresión artística per seper se". Léase, muchos autores han perdido interés en la liberación de su pueblo y se muestran más interesados en la creación artística, "si bien es cierto que el tema de la negritud, de la diferenciación, de la marginalidad que se ve en muchos casos es un elemento subyacente".

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Estamos lejos de los años cincuenta-sesenta del siglo pasado, cuando surge la literatura denominada "Black American"Black American, como recuerda Imelda Martín, atendiendo al lema "black is beautiful" y al orgullo de raza imperante en la época y materializado por el "black power" y los Black Panthers y cuyo objetivo, indica Elisa Serna, era la liberación del hombre y la mujer negros y la integración de su cultura en la sociedad. Persiste la denominación afroamericana, que atiende al origen y (vuelvo a Martín) "comenzó a imperar en los setenta y ochenta, momento de reivindicación de identidades menos raciales y más étnicas". Serna supone que cuando logre sus objetivos, "no será necesario seguir usando estos términos, pero de momento me parecen apropiados y necesarios".

Para terminar al modo clásico

Pido a mis interlocutores material de lectura. Los tres coinciden en El hombre invisible, de Ralph Ellison, y aconsejan leer a Toni Morrison, de la que Martín prefiere Beloved y Serna y Gurpegui, La canción de Salomón; además, estos dos recomiendan Ve y dilo en la montaña, de Baldwin. Otros títulos sugeridos: Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, de Maya Angelou; El color púrpura, de Alice Walker; Raíces, de Alex Haley; Su ojos miraban a Dios, de Zora Neale Hurston o Esperando un respiro, de Terry McMillan.

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