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Podemos en el espejo del PSOE

Qué paradoja que a Podemos le esté pasando exactamente lo mismo que sus estrategas vaticinaron para el PSOE. Lo último, la división interna. Recordemos: según la hoja de ruta de Podemos, declamada torpemente por el propio Iglesias en medios de comunicación nacionales e internacionales, su partido tenía como primer desafío desbancar al PSOE como primera fuerza política de la izquierda. A partir de ahí, Pedro Sánchez tendría que tomar la gran decisión: o apoyar a Rajoy o apoyarle a él. Y el bueno de Iglesias se permitió el lujo de desafiar en esos términos en la portada de algún periódico nacional. Cuando la decisión tuviera que tomarse –suponía Pablo– las dos almas del PSOE, la conservadora y la progresista, chocarían sin remedio en pelea fratricida.

La pelea fratricida parece que llega en estos días, pero no al PSOE, sino a Podemos, precisamente como resultado de ese mismo proceso que los estrategas de laboratorio de Podemos auguraban al PSOE: Podemos queda tercero, ha de elegir entre Rajoy o Sánchez y en la salomónica decisión surgen diferencias internas.

Podemos tiene además problemas adicionales, que el PSOE no necesita afrontar ahora. Yo señalaría tres:

Primero, el partido morado es resultado de una acumulación de organizaciones y sensibilidades demasiado diversas. Hay gente que podría tolerar una monarquía y mucha otra que ve en el rey el símbolo de todos los males de la casta. Hay muchos internacionalistas, pero también un buen puñado de independentistas. Está, por ejemplo, el general Julio José Rodríguez, pero también Ada Colau diciendo a los militares que no son bienvenidos en un evento educativo en Barcelona. Esas tensiones son inevitables en un partido político nuevo que ha hecho de la ausencia de ideología una apuesta estratégica tan eficaz a corto plazo para captar votantres del centro, como letal a medio, cuando te difuminas ante tus votantes más duros.

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Segundo, Podemos ha vivido de un resultado electoral extraordinario, que debe en parte al protagonismo de líderes y formaciones locales que no se acomodarán fácilmente a mandatos centralizados. Carmena no dejará de decir lo que piensa por mucho que perjudique a Pablo Iglesias. Tiene su propia trayectoria y su propia agenda. Lo mismo Colau o tantos otros. Eso pasa también, por supuesto, con las llamadas "confluencias", que en realidad son divergencias, porque su cualidad es precisamente marcar lo que las distingue del poder central de Podemos.

Y tercero, Podemos ha tenido un crecimiento tan rápido y tan repentino, que es comprensible que tenga desajustes metabólicos: el choque del idealismo encantador y naíf del 15-M con la realidad gélida del funcionamiento de la política real; direcciones territoriales sobrevenidas; ausencia de cuadros con experiencia; hiperliderazgo; excesos de dramatización...

Hace bien Pablo Iglesias en seguir mirando al PSOE con tanta atención. Pero no sólo para anunciar con arrogancia los males que se supone deben venir a los socialistas, sino para aprender de una organización política con más de un siglo de historia, que ya los ha sufrido muchas veces. Algo menos de adanismo y mucha más humildad le convendrían al joven líder de Podemos que tanto parpadea.

Qué paradoja que a Podemos le esté pasando exactamente lo mismo que sus estrategas vaticinaron para el PSOE. Lo último, la división interna. Recordemos: según la hoja de ruta de Podemos, declamada torpemente por el propio Iglesias en medios de comunicación nacionales e internacionales, su partido tenía como primer desafío desbancar al PSOE como primera fuerza política de la izquierda. A partir de ahí, Pedro Sánchez tendría que tomar la gran decisión: o apoyar a Rajoy o apoyarle a él. Y el bueno de Iglesias se permitió el lujo de desafiar en esos términos en la portada de algún periódico nacional. Cuando la decisión tuviera que tomarse –suponía Pablo– las dos almas del PSOE, la conservadora y la progresista, chocarían sin remedio en pelea fratricida.

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