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Qué ven mis ojos

Para algunas personas siempre es 8 de marzo y para otras no lo será jamás

Benjamín Prado nueva.

 

“Quien no cree en la libertad de todas y todos, es porque sólo cree en la suya y en la de nadie más.”

La vida está llena de errores de cálculo y uno sonado fue el de Victor Hugo, que pronosticó que “el siglo XIX sería el de la liberación de la mujer igual que el XVIII fue el del hombre.” Como en la primera cosa se equivocó y en la segunda casi, queda claro que se puede ser un genio de las letras, escribir Los miserables y Notre-Dame de París y, sin embargo, no tener un pase como profeta o adivino. Su colega española, la condesa Emilia Pardo Bazán, de la que este 2021 se conmemoran los cien años de su nacimiento, lo conoció en la capital de Francia, en una tertulia celebrada en los salones literarios del editor Goncourt, y tras discutir educada pero vehementemente con él, que había ironizado sobre España, su gente y alguna de sus leyendas negras, provocando la respuesta airada de la autora de Los pazos de Ulloa y El saludo de las brujas, se debió de quedar a cuadros al ver que el gran hombre saldaba la trifulca regalándole, con un gesto magnánimo, una fotografía suya dedicada.

No fue su única experiencia de esa clase, las tuvo peores desde los comienzos de su carrera, cuando, al publicar su segunda novela, el crítico más célebre del momento la describió, supuestamente para alabarla, como “un error de la naturaleza, que ha puesto un cerebro de hombre en una cabeza de mujer”, con lo cual le abrió las puertas de la fama con un piropo envenenado. Años más tarde, cuando ya era una personalidad consagrada y sus libros se difundían de forma notable, intentó dos veces entrar en la Real Academia Española, provocando el rechazo de compañeros como Juan Valera, que lo consideró “una pretensión disparatada” o las burlas de Clarín, aunque es cierto que con el creador de La Regenta mantenía un largo pleito cultural. ¿Cómo iba a tener sitio en la institución en 1897, si allí no entró una mujer hasta 1978?.

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Es sólo un ejemplo, entre tantos posibles. En estos tiempos, sin duda menos cerrados e impunes, pero tan hipócritas como cualesquiera otros, se dice que no se puede ser demócrata sin ser feminista, y añadiría que quienes aplauden a la ultraderecha no pueden ser ninguna de las dos cosas. El retroceso que ha sufrido el nivel de tolerancia con el fascismo en nuestro país es alarmante a todos los niveles, y da miedo en el territorio de la igualdad. Esa gente, nostálgica de un régimen sanguinario que, aparte de asesinar a decenas de miles de compatriotas en tiempo de guerra y en tiempo de paz, condenó a las mujeres al papel de actrices de reparto en su historia de miedo de treinta y ocho años, tiene una característica básica: cambia, pero no evoluciona; se adapta al medio, pero sus ideas y sus objetivos son inamovibles. Oír lo que dicen sobre este asunto, escuchar sus opiniones y las cifras trucadas con que se refieren a la violencia de género o sentirse abofeteado por ese término infame que tanto les gusta utilizar, “feminazi”, es lo malo; comprobar la forma en que algunas y algunos callan, miran para otra parte o se sonríen por lo bajo, es aún peor.

Por supuesto, hay que mencionar también las campañas publicitarias de quienes, una y otra vez, de día y de noche, por tierra, mar y aire, culpan a la anterior manifestación del 8M de ser la responsable del aumento de contagios, en su momento, de la pandemia de coronavirus, y que ya han tomado, allí donde les ha sido posible, medidas para prohibir las de este lunes. Estoy de acuerdo con que no se celebraran esta vez, como lo estaría respecto a cualquier otra reunión donde sea prácticamente imposible garantizar las medidas higiénicas y de distanciamiento que nos protegen de la enfermedad y si no se mantienen facilitan su transmisión; pero autoridades como la presidenta de la Comunidad de Madrid, el alcalde de la ciudad, sus equipos y sus aliados, deberían intentar o ser más coherentes o, como mínimo, disimular un poco. Que no vean peligro en las concentraciones de neonazis que acaban de celebrarse a bombo y platillo y sí lo vean ahora es comparable, por poner un ejemplo entre muchos posibles, a su insistencia, sin base ni prueba científica algunas, en que los usuarios del aeropuerto propagan el virus y los del Metro o los autobuses de la EMT no. No dicen lo que dicen porque se lo crean, sino para hacérselo creer a las y los demás.

Hay hombres terribles, que no terminan de aceptar la igualdad de géneros, y hay mujeres que los jalean. Hay mujeres periodistas que hablan de ministras que han llegado a su cargo metiéndose en la cama de alguien y hay un público que les aplaude. Hay quienes tal vez ya tienen en los armarios de su casa un uniforme de la banda terrorista Falange, por si acaso. Y luego, para compensar, hay una mayoría de ciudadanas y ciudadanos que piensan como si viviéramos en el siglo XXI. Lo digo porque para algunas personas siempre es 8 de marzo y para otras no lo será jamás. Las primeras, son la civilización; las segundas, la barbarie.

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