Feijóo: ascenso y caída

Fue un sábado 2 de abril de 2022. Alberto Núñez Feijóo era elegido presidente del PP con el 98,35% de los votos -y con el 100% del olvido de Pablo Casado-. Nadie lo decía pero todavía flotaba en el aire el olor a pólvora que recordaba la cruel destrucción del anterior presidente del partido. Casado cometió el atrevimiento de preguntarse “(…)si cuando morían 700 personas al día se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros” en referencia a las enormes comisiones que recibió el hermano de la presidenta madrileña durante las peores semanas de la pandemia. Y la respuesta fue su cese fulminante. En ese endiablado contexto apareció Feijóo como la única figura capaz de sacar al partido del cráter humeante en el que se había convertido.

El presidente gallego hizo las maletas, nombró un sustituto en la Xunta, lo designaron senador y se plantó en Madrid dispuesto a disputarle la presidencia a Pedro Sánchez como si no hubiese ocurrido nada en su partido. Llegó con suerte y muchos padrinos que beneficiaron que el entorno mediático, opinativo y demoscópico nacional no tardase mucho en hacerle la ola. Los números eran prometedores, las opiniones eran inmejorables y parecía que todo estaba dispuesto para que Feijóo disfrutase de un sencillo paseo hasta la Moncloa. Mientras Sánchez se enfrentaba a las consecuencias económicas del covid-19 y a la galopante subida de precios por la oleada de inflación europea derivada de la guerra de Ucrania, Feijóo era mecido con suavidad por unas corrientes tranquilas pero constantes que le depositarían tranquilamente en la presidencia del gobierno a poco tardar.

Feijóo no tiene mayoría para gobernar ante una evidente ausencia de posibles socios y ya hay acreditadas voces dentro de su partido, empezando por Esperanza Aguirre, hablando sin ambages sobre un cambio de liderazgo con Isabel Díaz Ayuso al frente

Pero pronto llegaron los problemas. A pesar de la tan aplaudida moderación de Feijóo uno de sus primeros tropiezos fue ser el presidente del PP que permitió, por primera vez en España, la entrada de la extrema derecha al gobierno de una comunidad autónoma. Entonces rápidamente salió Feijóo a decir que eso era culpa de Pablo Casado (a pesar de estar ya purgado) mientras el presidente del Partido Popular Europeo decía: "Espero que sea solo un accidente y no una tendencia en la política española (…) al final del día esto significa una capitulación”. Pero no fue un accidente. Porque tras ese primer pacto vinieron todos los demás. Las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2023 diseminaron por España una estela de pactos del moderado-emérito Feijóo con la formación ultra de Santiago Abascal situando a los personajes más polémicos, zafios y extremistas al frente de todas las instituciones donde pudieron. ¿El resultado? Negaciones de la violencia machista, ataques a la bandera LGTBI y prohibiciones de obras de teatro y películas amparadas por el presidente del PP que vino, supuestamente, a traer la tranquilidad a España.

Pero ese solo fue uno de todos sus problemas. La realidad es que el declive fue poco a poco. Empezando por la mejora de todos los datos económicos de España cuando Feijóo lo que esperaba (o ansiaba) era una situación de desastre total, y siguiendo por la ausencia de propuestas más allá de un muy cacareado pero inconsistente “derogar el sanchismo”. El resultado se podría haber imaginado, pero ahora ya lo hemos vivido: Feijóo no tiene mayoría para gobernar ante una evidente ausencia de posibles socios y ya hay acreditadas voces dentro de su partido, empezando por Esperanza Aguirre, hablando sin ambages sobre un cambio de liderazgo con Isabel Díaz Ayuso al frente.

De este corto pero intenso recorrido de Feijóo por la política española se pueden extraer dos cosas: una moraleja y una enseñanza. La moraleja es que no hay que confundir nunca los deseos (por muy demoscópicamente avalados que parezcan) con la realidad. La enseñanza es la de cómo dilapidar todo un poderoso capital político en un solo año y medio de recorrido. La historia siempre es caprichosa con este tipo de personajes, pero las urnas lo son más todavía.

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