La guerra repetida

Gutmaro Gómez Bravo

La historia no se repite tanto como se reutiliza. El mapa de Europa sigue siendo inseparable de la guerra. El siglo XX, que debería servir de recordatorio de la destrucción total, permanecía olvidado entre nosotros. Sus métodos de conquista moderna, guardados en la nube, a modo de repositorio de imágenes de archivo para los documentales. Desde las guerras coloniales de finales del siglo XIX, habían saltado a las trincheras de la I Guerra Mundial, causando un gran impacto en la conciencia mundial. Un mal recuerdo olvidado y borrado por el odio. Aquella guerra de Occidente daría paso a la verdadera lucha por el dominio continental, primero en el sur, en el Mediterráneo, para construir después su nuevo altar sagrado en el este.

La glorificación de la guerra, exhibida por el totalitarismo, permitió nuevos parámetros de actuación, de agresión, mientras democracias como la británica se preparaban para una guerra larga en la que “al menos los dos primeros años tendrían que estar a la defensiva”. Una política de no intervención o de apaciguamiento que sufrieron, en primer lugar, los republicanos españoles y los checos de los Sudetes, apenas recordados hoy, dentro de los conflictos localizados, olvidados, como Siria. A efectos internacionales, nunca hubo ejércitos extranjeros luchando directamente en la guerra civil española, aquello nunca existió, favoreciendo el reconocimiento de Franco. La guerra pasaba a otra fase, un período en el que Hitler y Stalin mantuvieron ya una relación directa. Primero, tras la batalla del Ebro, como miembros de una alianza singular, el Pacto de No Agresión, y más tarde como adversarios, como jefes de los ejércitos más poderosos que el mundo había visto nunca. La fuerza de esa comparación sigue estando vigente y permite comprender el mundo, la política internacional, desde una óptica del dominio de Europa a la que hoy tristemente asistimos de nuevo. 

La victoria aplastante en Ucrania mostró la verdadera política de Hitler: exhibió una crueldad sin límites, no perdonó a nadie, ni a ocupados ni a vencidos, y una ambición desmedida

La ideología no fue el instrumento más utilizado para extender su dominio, fue la propia guerra, su extensión por encima de todas las cosas. La guerra total exigía una preparación, un pacto, el de agosto de 1939 que, aparentemente, parecía ir en contra de toda lógica, pero que permitió poner en marcha sus respectivas maquinarias de ocupación. La población polaca fue la primera en sufrir sus efectos. Alemania emprendió una guerra de conquista, esencialmente racista, como la definió su propia propaganda. Idea simple que utilizaría la soviética para iniciar una guerra de “amparo de las vidas y las propiedades de la población”. En la práctica, la represión fue generalizada. Como medida preventiva, los nazis confinaron a los judíos polacos en guetos y más tarde en campos, mientras los soviéticos comenzaron su política de deportación hacia el gulag. El acuerdo duró hasta que se consumó “la extraña derrota”, como calificó Marc Bloch la rendición francesa ante el avance alemán y el aislamiento británico. Con el oeste asegurado, Hitler pudo girar hacia el Este. Declaró la guerra a Rusia y entró en Ucrania, asestando una dura derrota al Ejército Rojo, al que el propio Stalin había prohibido retirarse de Kiev. Otoño de 1941. Confiado por la victoria aplastante que ha conseguido allí, en Kiev, causando más de 600.000 bajas a los rusos, Hitler anuncia el avance hacia Moscú. Stalin hace pública su decisión de mantenerse en Moscú. La victoria aplastante en Ucrania mostró la verdadera política de Hitler: exhibió una crueldad sin límites, no perdonó a nadie, ni a ocupados ni a vencidos, y una ambición desmedida. Solo así pudieron creer que llegarían a Leningrado, a más de dos mil kilómetros de distancia, antes de que llegara el invierno. 

Lugares que hoy vuelven a resonar en los que se escribieron las reglas de un nuevo tipo de guerra: la violación, la inanición, el canibalismo y el exterminio sistemático se impusieron como prácticas habituales. Los 1.200 kilómetros de frente continuo que tenían que sostener los alemanes cayeron sobre sus pies. Del asedio nació Stalingrado, un nuevo mito político forjado sobre todo al final de la guerra que parece seguir activo hoy por varias razones. La primera porque pasaron a la ofensiva. Cuando los norteamericanos, finalmente, apoyaron el plan británico de abrir un segundo frente, lanzando la conocida ofensiva del día D en junio de 1944, los soviéticos iniciaron la operación Bagration, muy superior en el aspecto cuantitativo y mucho más rápida. Mientras los aliados apenas conseguían desplegarse y bombardeaban las ciudades alemanas con dureza, los soviéticos infligían a los alemanes la mayor derrota de su historia. Fueron guerras muy distintas. Ese verano, mientras la insurrección de Varsovia era brutalmente reprimida, “París era una fiesta”. Imágenes que reposan todavía hoy en la conciencia y en la memoria de la guerra mundial, releída y remasterizada a escala nacional. La historia no se repite tanto como se reutiliza.

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Gutmaro Gómez Bravo es profesor titular de Historia Contemporánea en la UCM y director de Gigefra.

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