'La chica invisible', sórdidos crímenes en lugares pintorescos

Imagen de la serie 'La chica invisible' de Disney+

Mi hermano Fernando tiene la teoría de que cada año, sin excepción, un ejecutivo o ejecutiva indecisa de Hollywood duda entre todos los guiones que le han propuesto para producir el que pueda atraer y sorprender al público.

De pronto encuentra uno que cuenta cómo dos personas insatisfechas con sus vidas las intercambian. Al final de la película terminarán aprendiendo que la existencia que abandonaron también les gustaba. “¡Claro, qué idea, este es el proyecto que necesitamos!”, deciden en la productora y le dan el visto bueno.

‘La chica invisible’ en Disney +

No pude evitar recordar su teoría al ver la miniserie La chica invisible, de Disney +. Creo que el intercambio de casas, vidas o cuerpos compite con otro concepto ganador, esta vez en las plataformas, el crimen en un entorno pintoresco.

Se produce un asesinato o desaparición en una localidad pequeña y la investigación saca a la luz los secretos de los vecinos hasta que el o la abnegada policía descubre al culpable. Nada era lo que parecía bajo la apacible superficie en los entornos de Fargo, Hierro, Happy Valley, o Twin Peaks. O como en este último ejemplo, el de La chica invisible, el pueblo ficticio de Cárdena, en Andalucía.

El infalible esquema de ¿quién lo hizo?

Las obras que responden a la pregunta de ¿quién lo hizo? tienen de partida una estructura impecable. Comienzan con un desencadenante claro, el crimen, que rompe la rutina de todos los personajes. Se crea una tensión general, todos son sospechosos y a la vez todos tienen una necesidad que les mueve, averiguar qué ha pasado. El desenlace viene dado por la resolución del misterio, el descubrimiento de el, la o los culpables y la restauración de la justicia.

Ante lo inagotable del género surgen diferentes vetas. Una de ellas es la que contrapone una comunidad aparentemente tranquila, cuando no bucólica, en la que los habitantes se conocen de toda la vida, con su cara oscura, los vicios ocultos de sus pobladores.

Obras cumbres del género

Este género tiene sus obras cumbres. David Lynch creó dos producciones míticas bajo esta premisa. Primero su película Terciopelo azul, en 1986, en la que una América de ensueño y casitas con vallas blancas escondía la más espantosa podredumbre.

Cuatro años después convirtió en serie una variante de la misma idea, Twin Peaks, con el mismo protagonista, Kyle MacLachlan, y el mismo icónico autor para su banda sonora, Angelo Badalamenti. Lynch creó pesadillas que permanecen indelebles décadas después.

Frío, humor y chapuzas: ‘Fargo’

En 1996 los hermanos Coen exploraron el potencial de jugar a polis y asesinos en un remoto pueblo, Fargo en su caso, con una agente del orden poco acostumbrada a brutales escenas del crimen.

Ellos sobresalieron en humor frío, en crear una sólida investigadora con un sentido común de andar por casa frente a los polis sofisticados que dominan mayoritariamente las pantallas, delincuentes chapuceros y una fotografía originalísima de unas Minnesota y Dakota del norte congeladas.

Tras décadas en barbecho, Fargo volvió en 2014 como serie gracias a Noah Hawley. Cada temporada ha contado un retorcido crimen, principalmente en pequeñas poblaciones y con policías locales que tienen que dar lo mejor de sí mismos.

Un listón muy alto

Twin Peaks y Fargo demuestran que la fórmula funciona, que la estructura sustenta el guion y ofrece una oportunidad perfecta para sacar a la luz realidades ocultas. A la vez han puesto el listón muy alto. La receta está bien escrita, ahora hacen falta ingredientes de la máxima calidad.

Y en el caso de esquemas tan repetitivos, esos ingredientes son los personajes, sus intérpretes, la sorpresa y la capacidad de emoción que despiertan a lo largo del metraje. Y por supuesto, el único elemento que se renueva en cada título, el telón de fondo, la región geográfica que sirve para exponer mundos concretos.

Viaje al centro del crimen

Hay una parte de viaje, de exploración, al ver estas series. Además de la historia, en cada una de ellas se descubre una zona remota, en la que el clima, la tradición o la economía han conferido un carácter peculiar y único a sus habitantes.

Lo vimos en las exitosas y británicas Broadchurch y Happy Valley, de 2013 y 2014 respectivamente. La primera explotaba las playas y acantilados de la localidad que le da nombre, y los demonios de los propios investigadores. La segunda se ubicaba en una zona rural y deprimida del condado de West Yorkshire, perdedora de la industrialización.

Al mismo tiempo en Australia la directora y guionista Jane Campion hacía su propia interpretación del clásico. En Top of the lake la policía es interpretada nada menos que por Elisabeth Moss, protagonista años más tarde de El cuento de la criada.

Desgraciadamente, La chica invisible no consigue aportar elementos que la diferencien de otros títulos. Protagonistas que no hablan con acento andaluz y una localidad imaginaria no ayudan a explotar un potencial local, a trasladar a los espectadores la sensación de estar conociendo un microcosmos al detalle.

La fórmula sigue dando series de éxito

Y eso que hemos tenido en los últimos tiempos magníficos ejemplos de la potencia de esta fórmula. Mare of Easttown se ceñía completamente a ella, sin innovar nada en su estructura y consiguió crear protagonista y secundarios poderosos y funcionar como drama. Apostó todo a la interpretación de Kate Winslet y ganó.

En España se ha hecho una de las mejores series con este esquema de los últimos tiempos, Hierro. Sus dos temporadas dieron un recital de cómo ajustarse a un género encorsetado y sobresalir en cada reto que plantea.

Una protagonista deslumbrante, nuestra Kate Winslet, Candela Peña, rodeada de actores veteranos y nuevos ensamblados e impecables. Un entorno, el de la isla canaria, fascinante en sí y fotografiado con belleza y magnetismo. Localismos interesantes tratados con inteligencia y un tono en la historia suficientemente imprevisible y con trasfondo dramático como para no hastiar.

Galicia, Extremadura, Castilla…

Los hermanos Jorge y Pepe Coira, con la colaboración de Fran Araujo, volvieron a repetir el año pasado el mismo esquema de Hierro en su siguiente serie, Rapa, situando la acción esta vez en Galicia. Volvieron a conseguir un producto de calidad, no tan especial, esos sí, contando de nuevo con la estupenda actriz Mónica López e incorporando al indiscutible Javier Cámara.

El año pasado, también la miniserie Sequía desarrollaba un policiaco rural, esta vez en la provincia de Cáceres. No hace tanto que los diez episodios de Matadero homenajeaban a Fargo en un pueblo castellano. Y tantos ejemplos más en cualquier latitud.

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La entrega de series en los que un asesinato, preferiblemente de un niño o una adolescente, pone fin a la pacífica vida de los habitantes de una modesta población seguirá y seguirá.

¿Cueces o enriqueces?

Seguramente en la mesa de algunos ejecutivos de canales de televisión y plataformas reposa ahora mismo al menos una propuesta para una nueva versión. La clave de su calidad no se esconde en su argumento general, sino en los recovecos de su guion, su dirección y su interpretación.

La receta resulta ya muy vista. Recurriendo al clásico, la pregunta a los creadores sería: ˝¿cueces o enriqueces?˝ Y será por todo lo nuevo que se incorpore al esquema por lo que valga la pena ver la enésima propuesta de crimen que sacude una apacible comunidad como si fuera la primera vez.

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