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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Buzón de voz

“Rajoy se me hace bola”

“Yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla”. Fin de la cita: Carta de Nicolás Maquiavelo a Francesco Guicciardini, 17 de mayo de 1521. Carta de Nicolás Maquiavelo a Francesco Guicciardini

No había salida fácil. Quienes presumen de conocer bien a Mariano Rajoy y a su principal consejero, Pedro Arriola, creían que el presidente del Gobierno optaría por hablar del mar y de las flores (o de la economía y las reformas) pasando de puntillas por el caso Bárcenas sin mencionar siquiera al interfecto. Vamos, que seguiría haciéndose “el muerto”, esperando a que escampe, dejando pasar la ola. Lo que ha hecho durante más de treinta años de vida política. Primer día de agosto, 9 de la mañana, en el Senado porque el Congreso está en obras. ¿A quién coño le iba a importar este viernes lo que allí se dijera el jueves?

Esta vez, el entorno de Rajoy insistió en que había que dar algún golpe de efecto. No bastaba con mantener la actitud displicente y evasiva de las contadísimas respuestas que no ha tenido más remedio que dar en estos meses al hilo de ruedas de prensa junto a dirigentes internacionales: “La segunda ya tal”. “¿Qué podemos hacer?” (Lenin, fin de la cita). Y decidió pasar (a su manera) al ataque.

El ataque de un muerto siempre es una sorpresa. Puede llegar a asustar. Bastaba con condensar en una hora lo que ha sido la estrategia de Gobierno en lo que va de legislatura: hacer lo contrario de lo que se dice y decir lo contrario de lo que se hace. Se promete bajar impuestos y se suben el IVA y el IRPF; se promete no tocar las pensiones y se recortan; se jura no recortar la Sanidad ni la Educación... y así “hasta el infinito y más allá” (Buzz Lightyear en 'Toy Story', fin de la cita). Y si alguien reprocha las mentiras, siempre cabe la excusa de que no había otro remedio. (“Por España, todo por España”, fin de la cita).

De modo que Rajoy arrancó su discurso anunciando que no hablaría de economía, para, inmediatamente, extenderse en los “indicios alentadores de cambio de tendencia”, que es una forma postmoderna de introducir los afamados brotes verdes. Se vino arriba (en la lectura del texto que llevaba escrito) y anunció que “estamos a punto de salir de la recesión”, como demuestra “el mejor dato de paro de la crisis”. Explicó que estaba allí porque le daba la gana, y no porque toda la oposición lo reclamara.

Y pasó a llamar por su nombre al caso Bárcenas (¡sorpresa!): “Cometí el error de confiar en un falso inocente”. ¿Por qué? ¿Porque le exigiera explicaciones permanentemente a quien controló las cuentas del partido durante dos décadas y éste le engañara con habilidad insuperable? No. Por culpa del juez Baltasar Garzón y del entonces ministro de Justicia Mariano Fernández Bermejo, que coincidieron en una cacería y eso permitió a Federico Trillo, a Rajoy, a El Mundo y a todo el PP sostener que el caso Gürtel era un invento, producto de una “cacería” político-judicial contra el PPcaso Gürtel . Ahora, el presidente del Gobierno ha presumido de que la causa se haya reabierto, sin citar que las fiscales son las mismas que según él protagonizaron esa presunta “cacería”.

“Di crédito al señor Bárcenas”, reconoce Rajoy, aunque quien manejara los préstamos (en blanco y en negro) durante veinte años en el PP fuera el propio Bárcenas. Ha reconocido la existencia de los sobresueldos, “como en todas partes” (???) aunque con mil eufemismos y siempre “en blanco y declarados a Hacienda”.

La mentira tendrá las patas cortas, pero en boca de Rajoy lo que no tiene es complejos. Ha dicho que confió en Bárcenas “hasta que llegaron los datos de Suiza”. ¿Cómo explicar que después de conocerse que el extesorero tenía 48 millones guardados en Suiza Rajoy le enviara mensajes telefónicos de ánimo (“Luis, sé fuerte”, fin de la cita)? No ha habido forma de que lo explicara. La estrategia consistía en no explicar lo inexplicable sino, sencillamente, obviarlo.

Preguntas sin respuestas

Por eso, Rajoy no ha respondido a las preguntas concretas y sencillas de Cayo Lara o de Rosa Díez, ni a los fundadísimos reproches del representante del PNV (“como mínimo, usted no se ha enterado de nada de lo que pasaba en el PP”). Ha dedicado Rajoy más tiempo a atacar a Rubalcaba que a Bárcenas. Las encuestas indican que casi el 90% de los ciudadanos tienen “poca o ninguna confianza” en Rajoy o en Rubalcaba Rubalcaba, de modo que la cuestión de la credibilidad no estaba en juego (desgraciadamente para el prestigio democrático).

El PP había dado orden a los suyos de apoyar, ovacionar, aplaudir en pie a su presidente. Y el grupo parlamentario ha cumplido como un solo hombre, con el fervor añadido de quienes también habían venido cobrando durante años los sobresueldos.

Rajoy no podía entregar ninguna cabeza porque el principal encausado políticamente por el escándalo es él. Así que ha optado por el ataque del zombie. Pretende ganar tiempo, colar el trágala de que no hay ninguna responsabilidad que asumir hasta que los tribunales no sentencien. Da igual que haya hechos probados. Y un montón de mentiras contrastadas. Del origen del dinero, ni palabra. De lo que obtenían las grandes o pequeñas empresas a cambio de sus donaciones irregulares al PP, ni mención. Todo el que ose poner en entredicho la honestidad del presidente del Gobierno ya no es que contribuya a una “causa general” contra el PP sino que está boicoteando la recuperación económica y la imagen de España. Tal cual.

Si Mariano Rajoy estuviera solo en esta maquiavélica estrategia, podría pronosticarse su pronta desaparición de la vida política. Pero no. Tiene detrás una mayoría absoluta parlamentaria y el apoyo de una gran parte de los medios de comunicación, endeudados hasta las barbas de su único posible salvador o al menos interlocutor influyente con los acreedores. La partida que aquí se está jugando tiene componentes éticos, políticos, mediáticos, financieros y, por qué no decirlo, hasta mafiosos. Un presidente que envía mensajes de ánimo a alguien que le chantajea no debería durar un minuto en el cargo.

¿Y ahora, qué? El PSOE mantiene la amenaza de una moción de censura ante la que Rajoy se ha mostrado retador y hasta provocador. Sabe que aritméticamente la tiene ganada. En cuanto a la imagen, cuenta con la inestimable ayuda del expresidente socialista Felipe González, apuntado eternamente a la “razón de Estado” para justificar cualquier dislate, hasta el punto que ha llegado a amenazar con darse de baja en el PSOE si Rubalcaba siguiera la estela de Pedro J. Ramírez contra Rajoy. En lo mediático, el mundo al revés: resulta que el periódico que siempre apoyó a Rubalcaba proclama la “honestidad” sin tacha de Rajoy, mientras el diario que siempre ha pedido el voto para el PP, lo machaca y defiende que el presidente sea sustituido por Soraya Sáenz de Santamaría (por ejemplo).

Es primero de agosto. El debate nos pilla, como a cientos de miles de ciudadanos, en ruta. Y en una parada en la carretera se escucha, en boca de un conductor, quizás la sensación más gráfica, por infantil y sincera: “Rajoy se me hace bola”. Fin de la cita.

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