Librepensadores

Elecciones, cencerros y dentistas

Rebeca Romero

Hace algún tiempo aproveché este espacio para dirigirle una carta a Mariano Rajoy. ¿Qué quieren que les diga? Para ciertas cosas soy así de analógica o, mejor dicho, para ciertos temas me manejo mejor con las palabras sin hashtag que con los emoticonos.

Obviamente, nunca me contestó, pero lo que es peor, ahora que necesito insistir en mi queja ni siquiera sé si hago bien volviendo a dirigirme a su persona.

Y es que estamos como vaca sin cencerro, que diría la difunta Chus Lampreave en La flor de mi secreto. Y digo "estamos" porque mira que me he sentido veces identificada con esa frase, pero nunca pensé que llegaría a aplicarla a un no-Gobierno. Así que creo que voy a sustituir el Mariano Mire Ustez de aquella ocasión por un: A quien corresponda.

Voy a sustituir también el remitente, por dos motivos: porque como dije en aquel momento, entre las consecuencias psíquicas del paro están la de anular tu identidad y porque, ahora que me dejan a dos velas, el Ministerio ni se molesta en saber si soy Doña o Don. Que para el caso es lo mismo, soy el expediente 16/257 con resultado de "resolución denegatoria de la ayuda económica regulada en el programa de recualificación profesional".

Era previsible, pero no sé por qué verlo en letras impresas inoculó definitivamente en mí el virus del miedo, el temor a vivir sin ningún tipo de ayuda. Por si la carta certificada no era suficiente, tras conducir autómata más de cien kilómetros, quizás creyendo que poner distancia podría cambiar la realidad, aparqué, me sequé los mocos y apreté los dientes de pura impotencia. Sólo unas horas después, donde había diente sólo quedaban aristas, una especie de metáfora macabra para que cada vez que mi lengua tope con las astillas recuerde cuál es mi situación.

No tan diferente, por otra parte, de la de más del 45% de los desempleados de este país -según datos del propio Ministerio del pasado mes de febrero-. Entre ellos se encuentra Aimara, la primera que me alertó, precisamente, sobre la siniestra relación entre el dentista y el paro. En una entrevista en la Cadena Ser, relataba el estado de alerta permanente en el que se vive una vez que ya no recibes ningún tipo de subsidio. Advertía sobre el temor a cómo hacer frente a los imprevistos y entre ellos destacaba el de la odontología. Yo nunca había reparado en ello, sí en que se te jodiera el coche, en cómo pagar el seguro, etc. pero al oírla, la suya me pareció la mejor de las metáforas y, de hecho, desde aquella vivo obsesionada con que cada empaste se mantenga sin agujeros.

Me sentí muy identificada con su testimonio, además, porque tenía 41 años, ni muy joven para encontrar empleo ni muy mayor para acceder a otro tipo de ayudas. Yo acabo de cumplir 42. Soy periodista y lo del diente… pues ya se pueden imaginar ustedes cómo me ha sentado.

400 Euros

Coincidía su entrevista con mis primeras gestiones ante el Inem para pedir el subsidio de los 400 euros que puedes solicitar una vez agotada tu prestación. Sabía que había sido un programa polémico, que los funcionarios harían lo imposible para desanimarte y no tramitarlo. Harían lo imposible o, simplemente, harían lo que saben que, en este caso, es sinónimo de no hacer nada o hacerlo todo mal. El supuesto endurecimiento de las condiciones para ser beneficiario o beneficiaria de esa ayuda sumado a las distintas interpretaciones que cada cual hace de los documentos a aportar han contribuido a que, al cierre de febrero, esa cifra de personas que no reciben/recibimos ningún tipo de subvención ascienda a dos millones.

Me entero de estos datos -oficiales, también- precisamente una vez finalizado el vía crucis de entregar todos mis papeles y más. Porque una es de esa vieja escuela de mejor que sobre que que falte y recopilé no sólo lo que me reclamaron sino también lo que se me ocurrió, dadas las incongruencias detectadas entre los dos funcionarios que se encargaron de mi caso y lo que figuraba en el impreso a rellenar. Aún no había llegado el cartero con la resolución definitiva y mis dientes todavía seguían intactos, pero la frustración y el mal presentimiento ya empezaban a hacer mella en el ánimo.

En principio, por las condiciones exigidas, no debería ser tan difícil que resolvieran a mi favor:

- Llevar inscrita como demandante de empleo al menos 12 de los últimos 18 meses.

- Tener responsabilidades familiares, tal como este concepto viene definido en el artículo 215.2 del texto refundido de la Ley General de la Seguridad Social.

- La persona solicitante debe carecer de rentas, de cualquier naturaleza, superiores en cómputo mensual al 75 % del Salario Mínimo Interprofesional, excluida la parte proporcional de dos pagas extraordinarias. Para el cómputo de rentas se tendrán en cuenta las de la unidad familiar del solicitante, incluidos los padres.

Soy soltera, huérfana sin herencia y padezco niñofobia, así que creo que cumplo con casi todos los requisitos; pero ya se sabe, las condiciones son una cosa y los baremos, otra.

Violencia administrativa

Vaya por delante que no vomito para generar ningún tipo de empatía concreta hacia mi situación, pero sí para que quede constancia públicamente de que estamos ante una administración violenta, que maltrata, y no es baladí que utilice esta palabra. Los grados vienen después, porque obviamente no es lo mismo agredir a quienes no tenemos personas a nuestro cargo que a un perfil en riesgo de exclusión. Sea como fuere, alguien me tendrá que explicar por qué si en mi vida laboral, entre la fecha del alta en el paro y la de su extinción no consta ningún tipo de actividad laboral ni movimiento contractual alguno, el argumento para no concederme la ayuda es: No ser parado de larga duración (inscrito como demandante durante 12 de los últimos 18 meses) sin tener personas a su cargo.

Ni se molestan, para ser algo más rigurosos, en especificar que durante los dos años de paro que se me han reconocido, efectivamente, los últimos 12 meses no he figurado inscrita como demandante de forma continua, pero no porque haya tenido alguno de esos contratos de días, minutos u horas con los que se falsean las estadísticas, sino porque he salido fuera de España y he querido hacerlo cumpliendo la ley, pensando que así preservaría mis derechos al regresar.

Una de las obligaciones que asume el desempleado cuando acepta el “compromiso de actividad” es la de informar de cualquier desplazamiento al extranjero.

Hasta 15 días. No es necesario justificar el motivo del viaje, que puede ser una boda, turismo, visita a un familiar, amigo, etc.

Hasta un máximo de 90 días se puede salir sin necesidad de aportar ninguna justificación en especial. En este caso únicamente hay que pedir la autorización en la oficina de empleo. Durante el tiempo en que se está en el extranjero no se cobra el paro, es decir, la prestación queda suspendida y al regreso, se reanuda. No se pierden días de prestación y se sigue cobrando el mismo importe. Esta nueva modalidad de autorización es consecuencia de la Sentencia del Tribunal Supremo STS 7817/2012.

Salidas justificadas hasta un año.

Se pueden realizar salidas al extranjero para trabajar o buscar trabajo, realizar estudios que mejoren la formación del trabajador o para una acción de cooperación internacional. Al comunicarlo a la oficina de empleo se interrumpe el abono de la prestación o el subsidio. Cuando se regrese a España hay dos posibilidades:

Hasta menos de un año continuado fuera, si el trabajador cuando regresa a España no encuentra trabajo, podrá solicitar que se reanude la prestación que se interrumpió al salir al extranjero.

Emigración o secuestro.

Sí, es uno de esos aspectos de la reforma laboral que no han suscitado grandes titulares, aunque se trate de un secuestro en toda regla. Se trata de una cláusula que convierte al desempleado en prisionero dentro de su propio país. Aún así, más de dos millones de personas hemos decidido irnos desde que empezó la crisis. En mi caso, un mes para trabajar altruístamente en cooperación y casi un año para probar la suerte que España me sigue negando.

Me he ido pagando la fianza exigida, es decir, comunicándolo para mantener la prestación "en suspenso". Y he vuelto cumpliendo rigurosamente los plazos, con el fin de "reanudarla", "sin perder días y con el mismo importe". En ningún caso he generado una prestación nueva; he trabajado cinco meses, pero al ser al otro lado del charco no consta a ningún efecto para nuestro sistema de empleo y no he recibido la ayuda al emigrante retornado porque para esa condición debería de haber permanecido más tiempo fuera. Entonces ¿qué me he perdido? ¿Acaso consta en algún lugar de las normas que acabo de transcribir, directamente de la página del Ministerio, que para acceder a una nueva ayuda sólo se tendrá en cuenta a aquellos demandantes que hayan permanecido impasibles e inamovibles dentro de nuestras fronteras durante un año seguido?

Varas de medir

El 23 de febrero de 2013, cuando una patronal de izquierdas, látigo de la reforma laboral, se tomó ésta al pie de la letra y consumó su peculiar golpe de Estado en forma de ERE, el Inem decidió aprobar mi solicitud y concederme los 720 días máximos que se otorgan como prestación por desempleo. El 21 de diciembre de 2015, coincidiendo con la fiesta de la democracia, alcancé la jornada 720, así que el estado dejó rigurosamente de ingresarme la cantidad que me correspondía. Que digo yo que, si según la carta certificada, aún no llevo inscrita 12 meses, debería de seguir cobrando, ¿no?

Pues no. Debe ser lo de las diferentes varas de medir que caracterizan la marca España, que según la estadística de la que se trate es un tipo de paro u otro. Pasa como con los delitos, dime quién eres y te diré si has cometido fraude de ley o si lo tuyo es una de esas herencias familiares de las que desconocías su existencia, envergadura o evasión.

Hoy lo pienso, con la vista y el oído puestos en PanamáPanamá, y me arrepiento de haber sido tan responsable. Pero, ¿qué estoy diciendo? Hoy lo pienso y lamento no haber sido una de esas 326 personas que el pasado año agredieron a algún funcionario del SEPES; especialmente a la rubia que entrevistaron hace unos días en no sé que cadena. Una tía que, ante estos datos, reclamaba poco menos que concertinas entre el trabajador y el desempleado; cuando lo que haría falta es, precisamente, algo más de contacto humano; un mínimo de inteligencia y educación emocional e incluso un servicio o conocimientos en psicología que garanticen una atención al público no sólo acorde con lo que se espera de cualquier trabajo de estas características, sino adaptada a las particulares circunstancias en las que acuden los usuarios.

Sé que no se debe de tomar la parte por el todo, salvo para las licencias literarias, y que no pueden pagar justos por pecadores pero, lo siento, amigos, es lo que hay, es lo que siento. Se conoce que la excepción que no confirma la regla se concentró toda en los metros cuadrados de la oficina en la que ya llevo desde que comenzó el año reclamando lo que es mío y me cansé de tanta mala educación e incompetencia.

Parados y panameños

Sí, me la estoy jugando. Soy consciente de que corro el riesgo de que me acusen de enaltecimiento de algo, pero llegados a este punto poco tengo ya que perder, así que, a quien me esté escuchando, indeciso antes de hacer la maleta, le recomiendo la insumisión. Apostar por el cuño digital que permite el INEM y seguir cobrando desde cualquier parte del mundo. Se me ocurre, además, que debe ser lo más parecido que podemos estar el común de los mortales a sentir lo que es tener cuentas en Panamá o similar. Lo jodido es que en caso de pillarte, el común de los mortales se enfrenta a un año y medio de cárcel, como poco, y a la correspondiente indemnización, como le acaba de pasar a un chaval de Pontevedra; mientras que los de Panamá, como mucho, sólo tienen que hacer declaraciones ante una alcachofa y apelar a su condición de Antonio Alcántara, en el caso de Imanol Arias; de balón de oro, en el caso de Messi o de "infanta doña" en el caso de Pilar de Borbón o de ser realmente de Palencia en el caso del ministro Soria, por poner sólo algunos ejemplos.

No me pidan calma

Dicen que las fases del duelo son: negación, ira, negociacion, depresión y aceptación. Algunos considerarán que yo aún estoy en la de la ira pero ¿puede ser de otro modo ante tal cúmulo de desigualdades y despropósitos? Y conste que no es tanto por el dinero, que también, sino por la circunstancia. Porque el paro es jodido, pero cada nuevo caso de corrupción escuece, es como una quemadura de primer grado; y cada envite con la burocracia es como un nuevo ataque a tu dignidad, a la poca autestima que aún conservas. Te devuelve a la fase de la depresión, si es que ya has salido de ella, aunque la disimules en forma de cabreo y de rebelión. El mucho ruido y pocas nueces. Pura fachada, en mi caso en forma de letras, que llorará con los ojos en cuanto ponga el punto y final a este relato. Suerte que hoy ya casi nadie va por la vida mirando de frente.

Lo que más me jode, de todas maneras, es que no sólo aceptas, casi resignada, lo que te ha tocado, sino que inicias otro proceso, el de culpabilizarte y sentirte una mierda porque siempre habrá alguien que aún esté peor que tú. Uno de estos días, ya no recuerdo bien cuál, me flagelé con la información de Cáritas de que la pobreza se hereda y ocho de cada diez niños pobres hoy serán personas pobres en el futuroocho de cada diez niños pobres si no se toman las medidas necesarias . Ya no os digo la de veces que he hecho y deshecho la maleta para gastar lo poco que me queda poniendo rumbo a Idomeni. Me releo y sólo se me viene a la cabeza una palabra: soberbia. Y no es justo, sé racionalmente que no lo es, pero razones tiene el corazón que la razón no entiende. Eso o que los parados somos los únicos que no estamos en funciones y alguien tiene que sentir y padecer por quienes ni siquiera salen en agenda.

Elecciones, dentistas y cencerros

Leía ayer a un periodista que afirmaba que España deprimía. A mí, la verdad, lo que me resulta es cansina. Acabar con el enemigo por ignorancia o agotamiento es otro tipo de estrategia, no tan lucida como la del teatrillo que se han montado los del ni contigo ni sin ti, pero, quizás, más eficaz. Desde luego, a la hora de volver a votar puede que lo hayan conseguido, lo del desgaste; y a la hora de interponer un recurso de alzada ante la señora ministra, como me propone la carta certificada, pues igual también suman otro triunfo. El propio funcionario me lo decía, "bah, recurre, si quieres, pero total, son habas contadas" y, la verdad, estoy demasiado tocada, "desdentada" y hundida como para seguir luchando contra molinos.

Me hace gracia, eso sí, que teniendo en cuenta el plazo que aún tengo para presentar el susodicho recurso y estando las cosas como están, la misiva tenga tan claro que es una mujer a la que debo dirigirme. Quizás sea por esta altivez, por esta última provocación que sí me anime a gastar el último cartucho, en lo personal, y a procurar cencerros para todas las vacas en lo colectivo. Todo sea por nuestra salud bucal, porque podamos masticar en lugar de seguir tragando y atragantándonos con esta vida y con esta política.

¿Un crowdfunding para mi dentista? 

(Suena Ay, amor, de la BSO de La flor de mi secreto, por Bola de Nieve.)

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