Jamie Lee Curtis y Lindsay Lohan se reencuentran en la eficaz secuela de ‘Ponte en mi lugar’
El gran desafío que ofrecía el visionado de Lo que hay dentro iba más allá de un aparato visual histérico, propio de un banquete tiktoker, por anclarse en la dificultad de identificar a sus protagonistas. Esta comedia de ciencia ficción que Netflix le produjo a Greg Jardin en 2024 tomaba un tropo más o menos reconocible como el body swap —personajes que se cuelan en el cuerpo de otros— para amplificarlo de forma absurda: aquí nos topábamos con un grupo de ocho amigos que a cada acto de la película volvían a intercambiar sus cuerpos, haciéndolo todo cada vez más confuso y frustrante. A medida que la situación se enredaba, también adquiría volumen el cariz existencial de la misma, y acaso el acercamiento que Jardin estaba haciendo a una generación determinada.
Como extremo lógico de estas nuevas juventudes integradas por nativos digitales, conductores coléricos en un tráfico de imágenes desenfrenado, Lo que hay dentro razonaba que la Gen Z lo tenía muy difícil para relacionarse con el yo: para que en la conformación de este yo no se impusiera la aspiración de ser algún otro, quizá aquel cuya cuenta de Instagram tuviera un mayor atractivo. Lo que hay dentro exacerbaba este tipo de neurosis, reclamando una feroz contemporaneidad que había hallado en el body swap una herramienta perfecta. Algo apropiado pues el body swap ya nació en sí mismo como algo generacional, solo que no tanto por distinguir entre X o Zs como por recalar en el dilema generacional por excelencia: el que separa a los padres y los hijos.
O, mejor dicho, a las madres y las hijas. Viernes loco, en 1976, se basó en la novela original de Mary Rodgers para que Barbara Harris y una jovencísima Jodie Foster intercambiaran cuerpos como madre e hija. Es una de las mejores producciones de Disney de aquella época, una comedia muy querida cuya gran baza era la sensibilidad a la hora de asomarse a las alteridades familiares y a la necesidad de mirar con los ojos de otro no como pulsión narcisista —caso de los chavales de Lo que hay dentro— sino como sano ejercicio de empatía. Un concepto tan potente debía explotarse más y la propia Disney se encargó de eso con un remake dosmilero que obtuvo un éxito todavía mayor, con Jamie Lee Curtis y una ascendente Lindsay Lohan como las nuevas madre e hija.
Este remake de Viernes loco, titulado en España Ponte en mi lugar, es ahora objeto de una secuela tardía, veintitantos años después. Ponte en mi lugar de nuevo sorprende inicialmente, entonces, por sus afinidades con Lo que hay dentro. Ahora no hablamos solo de una madre y una hija que intercambian posiciones, sino que esa hija se ha convertido en madre (y esa madre en abuela) para trasplantarse en los cuerpos de su hija y su futura hijastra, encarnadas por Julia Butters (otro gran hallazgo del reparto de Érase una vez en Hollywood) y Sophia Hammons.
Hablamos del doble de cuerpos y del doble de líos, a la vez que de la necesidad de volver a apelar a la Gen Z a costa de la edad de las hijas. También hablamos de otro montaje frenético y ruidoso, que al contrario que en Lo que hay dentro no es tanto una opción estética como la constatación de la escasa habilidad como directora de Nisha Ganatra. Incluso hablamos, las concomitancias no terminan, de otra producción destinada al streaming, solo que la Casa del Ratón ha decidido a última hora esquivar Disney+ y mandarla a los cines tradicionales.
Una secuela mucho más divertida
Esto último movía a no tener grandes expectativas en Ponte en mi lugar de nuevo, al margen de su insoslayable carácter de iteración nostálgica —la película de 2003 es bastante popular entre los millenials—, por lo que implicaba de la estrategia de Disney. Desde su concepción Ponte en mi lugar de nuevo remite a películas de Disney+ como Desencantada o El retorno de las brujas 2: comedias juveniles que continuaron la historia de las originales según la Casa del Ratón percibía que había cierto recuerdo colectivo. El hecho de haberse saltado el streaming, no obstante, conecta a Ponte en mi lugar 2 con Vaiana 2 y el remake de Lilo y Stitch: dos films planteados para Disney+, cuyo cambio de destino ha propiciado los dos últimos grandes taquillazos del estudio.
Vaiana 2 y Lilo y Stitch son, en fin, películas muy malas, derivativas, que no disimulan ni su concepción oportunista ni su dependencia de la inmadurez de la audiencia. Pintaba que Ponte en mi lugar de nuevo iba a ofrecer algo parecido, nutriéndose del reciente regreso de Lohan a los focos entre su cameo para el remake musical de Chicas malas y sus comedias de Netflix. Aun sin poder sustraernos de estas ominosas condiciones de producción, Ponte en mi lugar de nuevo resulta sin embargo lo bastante convincente como para sacudirnos el cinismo, gracias a unos chistes muy afinados en su vocación centennial —en un momento dado llaman a Facebook “base de datos de viejos”—, y a una lograda búsqueda de lo que hacía especial originalmente a la historia de Rodgers.
A la película le cuesta un poco, por otro lado, ceñirse a estas esencias. El motivo es la escala del intercambio corporal y la cantidad de personajes involucrados —como secuela nostálgica que es, han de regresar otras figuras del film original al margen de Curtis y Lohan—, que le da a todo una sensación de embrollo al borde del colapso, simultáneamente a que todo parezca obedecer a una buena causa. Porque Ponte en mi lugar de nuevo es una película considerablemente más graciosa que Ponte en mi lugar, al buscar a cada rincón ofrecer un gag nuevo y más rápido.
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Algunos funcionan peor y otros mejor, pero los hay en tal cúmulo que el film de Ganatra no da respiro y se acerca a poseer una energía anárquica, sin hacerle ascos a ninguna mínima posibilidad de provocar risa. Los citados e increíbles chistes generacionales —atención al bondadoso pretendiente de Lohan queriendo usar el término “gaslighting”— se dan la mano con los tortazos, con la comedia absurda y hasta con la escatalogía, todo dentro de un estándar Disney que no deja de temblar y de rimar curiosamente con cómo hacía comedias en los 70, cuando la fundacional Viernes loco: comedias que siempre acababan con una persecución, y que antes que por personas parecían estar protagonizadas por dibujos animados.
El alocado ritmo de Ponte en mi lugar de nuevo vuelve a acercarle a Lo que hay dentro y a una vocación de urgencia, desactivada de forma progresiva por el influjo combinado de Rodgers y Disney. Pues, al fin y al cabo, Ponte en mi lugar de nuevo también persigue la reconciliación, utilizando en su propósito tanto estampas reactivadas del film anterior —el concierto de punk rock pijo imponiéndose al regreso en la banda sonora de Britney Spears y la necesaria Chappelle Roan— como nuevos matices de interés ahora que los personajes se hallan en fases distintas de la vida.
Con lo que, al final, Ponte en mi lugar de nuevo acaba descartando el presente, por preferir lo atemporal de las madres, las hijas y las nietas. Asume que las generaciones seguirán transcurriendo, vale, pero que sus integrantes siempre tendrán preocupaciones parecidas. Es otra forma de verlo, más plácida y conservadora. También, para qué nos vamos a engañar, infinitamente agradable.