Buzón de Voz

Auge y caída de los 'aprovechateguis'

Lo de aprovechategui es uno de esos términos algo viejunos de los que tiraba Mariano Rajoy de vez en cuando con cierto éxito de crítica y público. Se lo aplicó a Albert Rivera en uno de sus últimos rifirrafes parlamentarios, y tiene la ventaja de que todo el mundo lo entiende aunque jamás haya pasado por el diccionario de la RAE. Esa mezcla de euskera y castellano es eficaz a la hora de definir a alguien oportunista, ventajista, aprovechado o gorrón. En el terreno de la política, dícese de aquel que utiliza cualquier asunto, por delicado que sea, para intentar ganar votos.

Sabía muy bien Rajoy de lo que hablaba cuando se lo calzó a Rivera por azuzar aún más el fuego catalán, puesto que el PP practicó sin el menor pudor esa táctica aprovechategui de modo permanente desde la oposición a los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero. Lo hizo respecto a Cataluña y la reforma de su Estatut, lo hizo con la inmigración y lo hizo con la lucha antiterrorista. Y cuando Pablo Casado proclamó que “el PP ha vuelto” tras lograr la presidencia del partido debía referirse a todo esto.

El éxito por sorpresa de la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa tuvo el doble efecto inmediato de sacar a Rajoy de la política y de dejar a Rivera completamente noqueado, musitando todo el rato “hay que convocar elecciones, elecciones, elecciones…”, aferrado a unas encuestas que le pronosticaban una amplia victoria y a unos editoriales de El País que jaleaban cada uno de sus gestos. Los augurios demoscópicos han ido rápidamente difuminándose y los editoriales y portadas anaranjadas de El País han pasado a mejor vida.

Pero sobre todo ha aparecido en escena un competidor durísimo en el oficio de aprovechategui. Pablo Casado ha demostrado ya que es capaz de acusar al nuevo Gobierno de regalar “papeles” a todos los migrantes que se juegan la vida para pasar del tercer mundo al primero (como si España tuviera la exclusiva de ser el segundo mundo del que nadie habla); también es capaz de adelantar por la derecha a Ciudadanos en todo lo que se refiera al conflicto catalán (olvidando por completo que se trata de un conflicto también español y constitucional); incluso es capaz de achacar a Pedro Sánchez un serial de concesiones a ETA y a sus presos (a pesar de que las propias víctimas del terrorismo aclaren que las medidas penitenciarias tomadas son legales y estaban ya previstas por el Gobierno anterior).

No debería sorprender que Casado recupere esa estrategia de oposición, por completo alejada de cualquier sentido de Estado. Nació y creció políticamente entre Aznar, Aguirre, Granados, Ignacio González, Rajoy y otros referentes de una concepción de la política no como servicio público sino como herramienta para utilizar lo público al servicio de intereses privados, mayormente de los sectores más privilegiados y reaccionarios. Se empieza privatizando hasta el aire que respiramos y se termina con sobres de dinero negro ocultos en un altillo del chalé de tus suegros.

¿Acaso Soraya Sáenz de Santamaría habría liderado un discurso más moderado, menos falsario para intentar recuperar el voto fugado a Ciudadanos? No hay garantía alguna de ello, y conviene no olvidar que tanto el PP como Ciudadanos siguen manteniendo que la llegada de Sánchez al gobierno ha sido antidemocrática, “por la puerta de atrás”. Lo cierto es que se avecina de nuevo un galopante proceso de crispación, en el que el unilateralismo independentista arreciará la presión antes de concluir agosto y durante todo el otoño, y en el que tanto Casado como Rivera necesitan dibujar un gobierno débil, marioneta de “los populistas y de los que quieren romper España”, capaz de ceder hasta la llave del búnker de la Moncloa con tal de mantener el poder.

Se ve que Pablo Casado no contaba con la complicación judicial de su mini-máster, o quizás aspiraba a que, una vez en el sillón de la presidencia del PP, ningún juez se atreviera a exigirle las pruebas de haber realizado (al menos) esos trabajos que dijo que guardaba en su ordenador. Si no ha mentido, lo tiene bastante fácil para solucionar el problema. Si ha mentido, está ya en tiempo de descuento para dar por finiquitada su carrera política.

En términos de calidad democrática, el espectáculo es lamentable. La cacareada regeneración política no puede hacerse por vía judicial, y menos aún cuando la propia institución de la Justicia está a su vez necesitada de un chute de regeneración y despolitización. La ciudadanía, más allá de sus convicciones ideológicas, no se merece líderes que mienten de forma compulsiva ni políticos capaces de utilizar y manipular la lucha antiterrorista, la tensión catalana o la complejísima realidad de las migraciones para arañar un puñado de votos.

Se dirá: es la ciudadanía precisamente quien tiene en su mano no votar a los aprovechateguis. Es cierto, pero cualquier estudio postelectoral mínimamente riguroso refleja que las razones de cada cual para ejercer su derecho al voto son poco menos que inextricables. Eso sí, sabemos que un porcentaje alto de electores toma su decisión no tanto a favor de uno como en contra de otro. Por eso donde se juega su futuro el actual gobierno es en negociaciones como la que busca la aprobación del nuevo techo de gasto, pero también en la prioridad de no cometer errores graves ni regalar munición gratuita a los aprovechateguis. (Por ejemplo: ¿Era oportuno, necesario y conveniente que la mujer del presidente del Gobierno aceptara ese trabajo en el Instituto de Empresa? Creo que no).

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