Reyes pretéritos

He leído las memorias de Juan Carlos de Borbón en las que sostiene la voz narrativa de un anciano que mira el horizonte del mar de Abu Dabi sentado en una silla que no es trono (vaya para su pensión mi cooperación económica). Es allí, en una autocracia del desierto, donde sintió el apremio de la confidencia. Cuenta el rey emérito, aunque no le gusta que le llamen así, que él lo hizo todo por su país. Cuenta, incluso, haber descubierto la isla de Mallorca al mundo. Y que, sin embargo, siente que sufre el olvido de un pueblo que, desagradecido, juzga la carne del hombre y no el buen hacer del jefe de Estado. Su hijo, que fue un muchacho cariñoso en otro tiempo, le ha dado la espalda y actúa como un soberano implacable a las órdenes de un Gobierno de izquierda y de extrema izquierda de ideas republicanas asociado con independentistas. Juan Carlos, que mezcla en un mismo párrafo y sin pudor sus “debilidades” con la Constitución, cuenta que, pudiendo ofender a las dinastías árabes rechazando sus regalos, por España, por no crear conflictos y hostilidades públicas, los aceptó. Hasta un beduino del desierto comparte su agua y su pan, explica. Y sus Ferraris.

No se ahorra Juan Carlos en todo el libro llamar a Sofía “mi reina” o Sofi, a la que dice que siempre ha respetado, curiosas maneras las del respeto regio, no las quiero, y de la que le duele mucho que no haya ido a visitarle a los Emiratos. Con lo bien que le iría en este momento contar con alguien más que su mayordomo y las alegres visitas del joven y reconducido Froilán. Y esto lo sospecho yo: cualquiera quiere un reencuentro con final feliz, un amor de toda la vida, una “gran profesional” que no le va a traicionar si no lo ha hecho hasta ahora, que le vele por las noches, que le sostenga el andar desequilibrado y le recuerde que ella también estaba ahí, que fue cierto todo, que sí, que se inventó un país entonces, cuando pudiendo ser absolutista fue democrático. Ingratos.

A todos los ‘juancarlos’ de nuestras vidas, reyes pretéritos de una nación que ya no existe: todavía están a tiempo de abrir los ojos frente al espejo y venir al siglo veintiuno con nosotras

La palabra preferida de la monarquía ha sido, desde que tengo uso de razón, en cada discurso de navidad, ejemplaridad. También apareció en este. Es decir, España puede ser o no republicana, pero se suponía que esa familia era la referencia conductual que guiara a los súbditos y así se les consentía caminar por nuestro país y por el mundo. Alguien pensó que necesitábamos nuestra estrella polar de la moral y esos eran los Borbones. No salió bien. Se rompió la connivencia social y mediática.

Así que he leído ese libro y sí me he encontrado que la ejemplaridad estaba, porque lo que se desprende de él es que Juan Carlos padece la misma afección que otros hombres, una que recorre desde los palacios a los altos corredores de la política y al rellano de la escalera del reino varón. Es un gran ejemplo de ejemplar puro de todos aquellos que no se han dado cuenta de que su tiempo ya pasó y miran atónitos el mundo de hoy, perdidos, con acusaciones encima que ni entienden del todo, y se consideran a sí mismos víctimas de una sociedad que ya no está ahí para consentirles sus comportamientos.

Cita en ese libro la célebre frase de Ortega y Gasset que dice que el hombre no tiene naturaleza, sino historia. Cita sin problemas un pensamiento en el que precisamente se sostiene que el hombre no nace con un destino biológico fijado, sino que construye su propia biografía dentro de un contexto cultural e histórico. Son ellos, ellos solos, y se nos caen los nombres de las manos últimamente, quienes han destruido sus propias biografías y carreras profesionales, dinamitadas por sí mismos, levantando el velo tras el que actuaban y donde gracias a su posición pública cometían abusos de distinto tipo en la vida privada. Hoy, desacompasados de un presente en el que siguen teniendo el poder en su cetro, pero donde ya no encajan como se les permitía, se les dice que, si quieren estar, reconozcan sus enormes o pequeños privilegios, sus enormes o pequeñas extorsiones emocionales, sus enormes o pequeños robos y sus enormes o pequeños abusos de poder.

A todos los juancarlos de nuestras vidas, reyes pretéritos de una nación que ya no existe: todavía están a tiempo de abrir los ojos frente al espejo y venir al siglo veintiuno con nosotras.

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