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Los paliativos contra la verdad

Hay personas que en su paso por el mundo contribuyen a que las vidas ajenas sean mejores, o al menos lo intentan. Hay personas que en su paso por el mundo contribuyen a destruir la vida de los demás, o al menos lo intentan.

Nadie es perfecto –a estas alturas de la película eso ya lo tengo asumido–, pero hay una enorme distancia moral entre quienes luchan por mejorar la existencia de otros y quienes se emplean a fondo en destrozarles a otros la vida.

Ha fallecido el doctor Montes, aquel que sufrió una pesadilla vital por contribuir con sus conocimientos médicos a que la transición de los enfermos terminales hacia la muerte, fuera lo más parecido a un sueño.

Montes defendió la muerte digna con su trabajo y pagó un precio altísimo. Fue acusado, imputado –junto a otros 14 médicos–, represaliado y vapuleado mediáticamente.

En 2007, la Audiencia Provincial de Madrid archivó, definitivamente, la causa por aquellas supuestas sedaciones irregulares en el hospital público Severo Ochoa.

No dedicaron tantas horas de radio, televisión y espacios de prensa escrita, a comentar la decisión final de la Audiencia Provincial, aquellos que tanta pasión habían invertido en intentar desprestigiarlo cuando saltó el escándalo. Seguramente, el exjefe del Servicio de Reanimación del hospital Severo Ochoa ya no vivía para ellos, estaban sedados contra una verdad incómoda.

Los que hemos pasado por la terrible experiencia de vivir la enfermedad de un ser querido –¿quién no?– conocemos bien la impotencia y la angustia que genera el dolor ajeno. Siempre me viene a la memoria aquella frase de una canción de Víctor Manuel, que retrata la desesperación de la madre de un hijo drogadicto: “¡Qué te puedo dar, que no me sufras!”.

No se me ocurre una expresión más clara para describir el tormento emocional que supone asistir al sufrimiento de otro ser humano. Máxime si esa persona es alguien a quien quieres, máxime si su dolor es absolutamente inútil, si ya no hay retorno... ¡Qué te puedo dar, que no me sufras!

La muerte forma parte de la vida y ha de ser tan digna como esta, sorprende que a algunos les cueste tanto entenderlo y el doctor Montes nunca perdonó el daño que aquel episodio siniestro le hizo a la Sanidad Pública, el miedo que provocó entre los profesionales sanitarios, la desconfianza que generó en los usuarios.

La parte más débil, como siempre, fue la gran perjudicada por esta historia siniestra y los responsables políticos de aquel momento, tan tranquilos, el consejero Lamela en sus labores de asesor y la expresidenta Esperanza Aguirre aparcada en su carril.

El homenaje a Pujol

Luis Montes defendió sus principios hasta el último minuto, el pasado jueves falleció de camino a Molina de Segura, donde iba a impartir una conferencia sobre muerte digna, aunque a él le gustaba más decir “morir bien”, “todos tenemos derecho a morir bien”, defendía.

Ojalá Luis Montes haya podido morir bien, ojalá haya logrado sufrir lo menos posible al “deslizarse hacia otro lugar”, bellísima expresión con la que me consoló un amigo cuando murió mi padre.

Se paró su corazón, pero vivirá en los de todos los que agradecemos su integridad. Gracias, doctor Montes, descanse en paz. Y los que le hicieron daño, conscientemente, que recen... por ellos.

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