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La falsa Moncloa del falso estadista

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, escribió don Antonio Machado, y con el primero de esos dos versos profetizó Internet y esta era en que lo dicho y hecho quedan para siempre en las redes: ocurrió una vez y quien lo protagonizó desaparecerá algún día, pero sus palabras y actos permanecerán y se podrán oír o ver por los siglos de los siglos. ¿Eso es una suerte o una maldición? Lo que sabemos es que es un peligro para los incongruentes, que cada vez que se llevan la contraria a sí mismos son puestos en evidencia: hay millones de ojos por ahí, vigilando desde esa ventana que da a todas partes que es la pantalla del ordenador o del móvil. “Busque y compare”, ese lema comercial que tantas veces se ha repetido a lo largo de los tiempos, nunca había sido tan obedecido como ahora.

Descendemos a las altas esferas y vemos ejemplos por todas partes. El líder del PP, Núñez Feijóo, quién sabe con qué fin, porque con él ya no se puede saber a ciencia cierta si está de broma o va en serio, se alquila un palacio similar a La Moncloa, da un discurso y se hace una foto disfrazado de Pedro Sánchez, con las mismas columnas y banderas a la espalda, y otra, en la escalinata, con sus barones que imita la de un Gobierno recién nombrado y que encima se la dejó botando al enemigo para que le soltaran que en ese grupo “todos eran presidentes menos él”. Ahí le duele, por ahí van los tiros: este hombre tiene una frustración que le devora y que, una vez más, lo lleva al esperpento.

Quizá sea verdad que mucha gente no le da la razón a quien expresa ideas más sensatas, sino a quien tiene más altavoces. Es el triunfo del ruido y es peligroso

¿Qué dijo en ese discurso y los que le siguieron? Pues que exige que se reclamen en Bruselas dieciocho mil millones de los mismos fondos europeos cuya entrega él mismo intentó una y otra vez boicotear y, de segundo plato, que hay que “incrementar la transparencia en el entorno más próximo de Sánchez.” Pero el caso es que poco después el PP de Galicia ha vetado la comisión de investigación sobre la trama denunciada por la prensa de su hermana y su prima, altos cargos de la empresa Eulen, la misma que se ha llevado cincuenta y cuatro millones de dinero público de la Xunta de Galicia durante quince años, incluidos los de sus mandatos allí. Esto es como el poema convertido en canción de Nicolás Guillén, abre la muralla, cierra la muralla, depende de si del otro lado están los demás o estamos yo y los míos. ¿Se montaría esa falsa Moncloa para demostrar que si no vive en la auténtica es porque él no quiere? Vayan ustedes a saber.

¿Qué es eso del dinero público? Eso se lo puede explicar su compañera Díaz Ayuso, la lideresa a la que acusan de destinar uno de cada tres euros que el Gobierno de España transfiere a la Comunidad de Madrid a beneficiar fiscalmente a los más ricos. Ella publica y repite que los tributos que van a gravar a los que más tienen, porque de los otros no dice ni pío, “no son impuestos, son confiscación”. Qué desagradecida, cuando de esos mismos impuestos se le paga su sueldo y salieron también, los jueces dirán si de forma legal o ilícita, las comisiones y buenos negocios de su familia y novio. A eso se le llama morder la mano que te da de comer.

Claro que estamos hablando de la misma Díaz Ayuso que en aquella instantánea de la falsa Moncloa parece hacer el papel de vicepresidenta primera, o algo, que un día exige al Gobierno que dé asilo al opositor Edmundo González en nuestra embajada en Venezuela y al siguiente lo critica por sacarlo de allí y ofrecerle un exilio doloroso, como todos, pero también confortable en nuestro país, argumentando que con eso lo único que se hace es “quitarle un problema a la dictadura de Maduro”. A lo mejor es que la incongruencia y la inconsistencia no se parecen tanto por casualidad. O quizá sea verdad que mucha gente no le da la razón a quien expresa ideas más sensatas, sino a quien tiene más altavoces. Es el triunfo del ruido y es peligroso.

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