No le mires al machista el color de la bandera

Adelantar unas elecciones es la constatación de que una legislatura no va bien; o incluso de que no va a ninguna parte y además lo hace por el camino equivocado. Puede ser que haya que acortar el tradicional mandato de cuatro años por incompetencia de quienes salieron ganadores en su momento o llegaron a pactos con otras fuerzas que les hayan permitido gobernar. Puede ser debido al hostigamiento de una oposición a sangre y fuego que lo critica todo y lo bloquea todo. Puede ser que los escándalos que descubre la prensa, donde se habla de acoso, robos, malversación y prevaricadores un día sí y el otro también, provoquen una sensación de asfixia que haga necesario abrir las ventanas y sanear el ambiente. Puede ser el fuego enemigo o el amigo. Puede ser que haya poderes del Estado que incumplan de manera flagrante su obligación de imparcialidad, para así provocar la caída del Ejecutivo. Por poder, puede hasta salir la iglesia de sus templos y catedrales para hacer campaña a favor de la derecha y formando un equipo de togas y sotanas al que sea imposible hacerle un caño… O puede ser una suma de todas esas cosas. Que es lo que es.

El caso es que España no ha sabido por qué sustituir el bipartidismo, o romperlo no ha hecho que el panorama, además de diversificarse, se aclare, sino todo lo contrario: a la izquierda no le dan los números y la derecha no encuentra más socio ni perrito que le ladre que los ultras, quienes a su vez espantan cualquier otra posible compañía; así que, en este caso, la solución no es peor que la enfermedad, pero es igual. Ya lo veremos y será pronto, dado que los muros empiezan a llenarse de carteles, se ha dado inicio a una ronda de elecciones autonómicas, primero en Extremadura, después en Aragón y las que vengan, y cada vez se escucha más el runrún de unas generales en primavera.

Mientras las urnas calientan motores, asistimos a la avalancha de denuncias por acoso en diferentes lugares y con protagonistas de uno y otro signo ideológico

Mientras las urnas calientan motores, asistimos a la avalancha de denuncias por acoso en diferentes lugares y con protagonistas de uno y otro signo ideológico. Lo sensato sería que en esto estuviesen completamente de acuerdo todas las formaciones, comenzando por las dos más significativas; pero se ve que no, que en el fondo lo que preocupa no son las mujeres que sufren ese tipo de humillaciones y son agredidas por superiores rijosos, sino la oportunidad de usarlas contra el adversario. Si no fuese un drama, sería un chiste que el Partido Popular intente ser al mismo tiempo defensor del feminismo y aliado de una ultraderecha que habla de “feminazis” o “violencia intrafamiliar.” Y es desesperante que el PSOE haya reaccionado tan tarde a la hora de expulsar y denunciar a una serie de babosos que, según las que ahora les quitan la careta, actuaban con impunidad y a cara descubierta, ya saben, eso tan típico, tan indignante y que se repite tan a menudo de: “Hace mucho que aquí lo sabía todo el mundo.” Terrorífico.

La pregunta es: si estamos ante un problema más sociológico o moral que ideológico; si esto no es cuestión del color de la bandera sino de la naturaleza depredadora de algunos individuos, al margen de cuál sea su tendencia política, ¿cómo es posible que no se haga un frente común contra ellos? Será que siempre eligen lo que les interesa, más que lo que importa.

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