'Hacia una semántica del silencio' con Gonzalo Celorio

Hacia una semántica del silencio - Gonzalo Celorio

Pre-Textos. 2025

La concesión el día 3 de noviembre de 2025 del Premio Cervantes, máximo reconocimiento de nuestra lengua, a Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) ha generado una corriente de interés y complicidad de nuestra tradición literaria con el vigoroso espacio cultural mexicano.

Narrador, ensayista, docente universitario de activo historial en instituciones educativas de México, Estados Unidos, América Latina y España, académico de número en varias academias latinoamericanas y actual presidente de la Real Academia de la Lengua de México, la personalidad de Gonzalo Celorio merece el magno aplauso institucional, según nota explicativa del Jurado del Ministerio de Cultura, por “la excepcional obra literaria y labor intelectual que ha contribuido de manera profunda y sostenida al reconocimiento del idioma y de la cultura hispánica”.

La plenitud del autor ha conseguido jugosos reconocimientos internacionales: el Premio de los Dos Océanos, el Premio Nacional de Novela IMPAC, el Premio Nacional de Ciencias y Artes y el Premio Mazatlán de Literatura. Tantos éxitos han propiciado la traducción de su obra plural a espacios lingüísticos como el inglés, francés, italiano, portugués y griego, asegurando difusión internacional a sus publicaciones de ensayista y crítico.

Entre la docena de ensayos, la editorial Pre-Textos publicó en 2018 el volumen Hacia una semántica del silencio. La tradición Lírica de la Poesía mexicana. Se trata de un muestrario de estudios que compila siete trabajos autónomos, conocidos en revistas literarias y académicas. Conforman una panorámica en el tiempo del canon de la poesía mexicana. Señalan la evolución y asentamiento de la lírica escrita en la nación, desde la etapa histórica de la Conquista hasta el siglo XX.

Los análisis se ordenan sin sentido cronológico, casi al azar. Comienzan con el ideario teórico de Xavier Villaurrutia. El estudioso pretende establecer las líneas de fuerza de la tradición mexicana y su sostenida sensibilidad “como una esencia más o menos inmutable”. Se hace hábito en la vocación lírica “una poesía íntima, confidencial, de tono menor susurrante, proclive al silencio”. Villaurrutia atribuye este componente de silencio a un rasgo heredad del carácter indígena, habituado a la contención y la cautela. Se fortalece así, frente al exceso barroco de los conquistadores, un lenguaje sutil y delicado que anticipa los grandes poemas filosóficos del siglo XX de José Gorostiza y Jorge Cuesta.

Núcleos básicos de esta tradición es la preocupación por la muerte y la presencia de lo racional, frente al surrealismo europeo y la activa pulsión de las vanguardias. Octavio Paz cuestionaría estas consideraciones; duda que el contexto, que muestra una sociedad cuestionadora del racionalismo y renuente a la civilización, opte por la armonía y el ser discreto; para concluir que “la poesía mexicana es la máscara cortés de la violencia congénita que nos posee”.

La recuperación del criollo Francisco de Terrazas, como iniciador de la lírica en México, se hace a partir del análisis lingüístico de un par de sonetos eróticos. Dos instituciones tutelaban con exhaustivo rigor la lengua cultural española en la época del virreinato: la iglesia y el Tribunal del Santo Oficio; ambas, con severidad senequista, cuidaban la ortodoxia de la lengua y su asentamiento en el siglo XVI y vigilaban el cumplimiento de temas básicos en los que prevalecía siempre el enaltecimiento de los conquistadores. Pero el tono épico de la trompetería guerrera se acalla ante la lírica petrarquista del poeta que encuentra su ideario más en la atmósfera culta europea, proveniente de la península, que en los mínimos referentes indígenas.

Otro escritor al que Gonzalo Celorio pone luz es Juan Ruiz de Alarcón, autor de una pequeña alegoría barroca. Queda explícito el barroquismo de la obra del dramaturgo y el hermético lenguaje de la alegoría y su conflicto entre el sentido real y el figurado. El trabajo sugiere una lectura más cerca del especialista que del lector común. El gusto desmedido por el culturalismo oscurece el sentido y conduce la indagación lingüística a la mesa de trabajo del investigador.  

Una figura central, Sor Juana Inés de la Cruz merece un cálido rastreo del ensayista. Voz fuerte de la tradición mexicana, su compleja energía intelectual originó lecturas confrontadas y apreciaciones fragmentarias. La religiosa es crucial magisterio frente a los grandes exponentes de la metrópoli. La incipiente condición criolla de la escritora se sustenta en su capacidad de transcender el legado hispánico. Como ratifica el ensayo Las trampas de la fe de Octavio Paz, la escritora acomoda su fuerza creativa a la ortodoxia católica y edifica frente a lo prohibido. Para dar cauce a su vocación literaria ingresa en el convento. De este modo dedica la mayor parte de su tiempo diario al estudio y al cultivo del intelecto, a convertir su expresión poética en biografía. Pero su personalidad estará marcada por la abrumadora dependencia del arzobispado y por los recelos que su figura crea en una sociedad marcada por la misoginia. Poco a poco adviene la derrota, el sometimiento al silencio, la enfermedad y la muerte en 1695, cuando solo contaba cuarenta y seis años de edad. Queda en pie la incontestable producción, la intensa coherencia de una vocación marcada por el conocimiento, la experiencia vital y la belleza, frente al vacío final y la oscuridad de la nada.

Otro centro germinal es Ramón López Velarde. Nacido en 1888, año inaugural del modernismo, con la publicación de Azul de Rubén Darío. A través de su apertura a la poesía se aspira la fuerza de un ideario que marca la palabra poética de su primer libro. Pero la estética es temporal y se reduce, sobre todo, a una cuestión de léxico, de escenografía verbal. Sus materiales están marcados por tres itinerarios rectores: el amor, la liturgia y el entorno aldeano. Son claves que dan cuenta de la textura meditativa del escritor. Destacar también que el recorrido de los poemas prefigura un evidente surrealismo o, al menos, indicios de modernidad por su capacidad para hilvanar metáforas y renovar el lenguaje poético.

Xavier Villaurrutia y las resonancias surrrealistas de su ideario, capaces de trasgredir los principios de la lógica, centran otra meditada indagación crítica. La conciencia vigilante del poeta subordina las emociones primigenias del texto a la reflexión, pero el ensayista adelanta que no es un poeta conceptual. Tampoco, vanguardista, otra etiqueta que suele aplicarse al grupo de escritores de la revista “Contemporáneos”. Con todo, hay una clara ascendencia del surrealismo en su obra. La poesía francesa se convierte en marco de referencia de la cultura universal, frente al discurso nacionalista revolucionario. En las distintas etapas, los poemas de Villaurrutia carecen de referentes geográficos e históricos explícitos; en su poesía, sensibilidad e inteligencia se unen para mostrar la angustia del hombre moderno frente a un mundo que se desmorona.

Paisajes del alma

Carlos Pellicer y Xavier Villaurrutia pasan a primer plano en la coda final. Son dos actitudes poéticas de temperatura confrontada. Para Celorio, Carlos Pellicer es trópico; en su obra prevalece un clima de fe y alegría, una lectura simbólica de lo auroral. El proceso creador de Villaurrutia se asienta, en cambio, en el territorio de la dubitación, en la alternancia entre razón rectora y ensoñación desgobernada

Las perdurables impresiones críticas de Gonzalo Celorio, reunidas en Hacia una semántica del silencio. La tradición lírica de la poesía mexicana, despliegan hitos del selecto patrimonio poético mexicano. Acercan nombres de un largo trayecto colectivo. Rescatan presupuestos teóricos. Hacen balance y conceden al canon la sensación de ser un ahora continuo; poesía y escritura con el tacto de arena de la permanencia.

*José Luis Morante es escritor y crítico literario. Su último libro es Viajeros sedentarios (La Garúa, 2025).

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