El espíritu de Pinochet regresa a La Moneda con el triunfo electoral de Kast

El presidente electo de Chile, el ultraderechista José Antonio Kast, celebra frente a simpatizantes este domingo, en Santiago (Chile).

César G. Calero

Cuanto más avanza la extrema derecha a lo largo y ancho del planeta, más se acuerda la izquierda de la célebre frase de Gramsci sobre el surgimiento de los monstruos en los claroscuros de la Historia. Si los fantasmas del pasado aparecían a la brava y con charreteras, hoy se presentan trajeados y con el aval de las urnas. El espíritu de Pinochet regresa a La Moneda de la mano del ultraderechista José Antonio Kast, flamante presidente electo de Chile tras su arrollador triunfo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. El general golpista tomó el palacio presidencial de Santiago a bombazo limpio en 1973. Su admirador confeso y líder del Partido Republicano le seguirá los pasos en 2026 gracias a los votos de un electorado variopinto que reclama, ante todo, orden y estabilidad.

La victoria de Kast, un abogado de 59 años, estaba cantada desde la contundente performance de la derecha en la primera vuelta celebrada hace un mes. Las opciones de su rival, la exministra de Trabajo y militante del Partido Comunista Jeannette Jara (51 años, abogada), eran escasas. La derrota del oficialismo supone un golpe durísimo para la izquierda chilena. Kast se ha impuesto por una diferencia de 16 puntos (58,1% frente al 41,8%) y se convertirá en marzo de 2026 en el primer presidente de ultraderecha desde el retorno de la democracia en 1990. Es, además, el candidato más votado de este periodo (un récord que hasta ahora ostentaba el presidente saliente, el progresista Gabriel Boric), si bien en esta ocasión el sufragio era obligatorio por primera vez en unos comicios presidenciales.

Como era previsible, Kast ha sumado sus votos de la primera vuelta (24%) a los del también ultraderechista Johannes Kaiser y de Evelyn Matthei, la abanderada de la derecha tradicional de Chile Vamos. Entre todos superaron entonces el umbral del 50%. A Jara le quedaba sólo la esperanza de movilizar a los abstencionistas y ganarse la confianza de los votantes del populista Franco Parisi, tercero en discordia en la primera vuelta y gran revelación de esa contienda. Al frente del Partido de la Gente, una suerte de Movimiento 5 Estrellas a la chilena, Parisi obtuvo cerca del 20% de los votos. Pero ese caudal se ha dispersado entre Kast y Jara en la segunda vuelta.

Orden y control migratorio, claves del triunfo

“El caos o yo”, fue una de las frases más sonadas de la campaña de Kast. Sus promesas de mano dura contra la delincuencia y la migración irregular han calado en la mayoría de los chilenos. Pese a que el reforzamiento de la seguridad ciudadana y el control de las fronteras han permeado las políticas públicas del último tramo del mandato de Boric, el electorado parece confiar más en la derecha a la hora de aplicar esas recetas. La percepción de inseguridad de los ciudadanos está en cotas altísimas, si bien los datos oficiales de homicidios muestran que Chile está muy por debajo de los niveles de otros países latinoamericanos.

El líder del Partido Republicano ha moderado el tono de su discurso con el paso de los años. Su admiración por Augusto Pinochet (1973-1990) continúa, pero si en 2017 no tenía empacho en elogiar al dictador cada vez que tenía ocasión, en la reciente campaña electoral ha preferido no nombrarlo. Su pasado, sin embargo, lo delata. Kast será el único presidente en democracia que votó “sí” en el referéndum de 1988 sobre la continuidad del régimen. Su hermano Miguel Kast fue en plena dictadura ministro de Trabajo, presidente del Banco Central y uno de los arquitectos del modelo neoliberal que convirtió a Chile en uno de los países más desiguales de la OCDE. El presidente electo también ha evitado referirse durante la campaña al aborto y al matrimonio igualitario, dos asuntos sobre los que ha manifestado su rechazo en el pasado. Sus asesores han logrado instalar una agenda pública enfocada en la lucha contra la delincuencia, relacionando de manera infundada el aumento de la criminalidad con unos flujos migratorios en constante crecimiento.

El de José Antonio Kast será un gobierno de “emergencia”, según su programa político, centrado en tres prioridades: la seguridad ciudadana, el control migratorio y el crecimiento económico. Para combatir al crimen organizado, cuyos tentáculos se han expandido en Chile en los últimos años, se pondrá en marcha el denominado Plan Implacable, que, entre otras medidas, contempla la construcción de cárceles de máxima seguridad y un endurecimiento de las penas a los narcotraficantes. En cuanto a la migración, Kast amenaza con expulsar a aquellos extranjeros que se encuentren en situación irregular en el país (unas 330.000 personas). La tercera emergencia es el frenazo económico de Chile. El Estado es un saco sin fondo, piensa el líder ultraderechista, que ha anunciado un ajuste fiscal de 6.000 millones de dólares, aunque sin especificar dónde se aplicarían los recortes.

De la movilización a la desafección

En tan sólo seis años, Chile ha pasado de vivir un estallido social que convocó a millones de personas en las calles contra 30 años de desigualdades al retorno al poder de los nostálgicos de la dictadura. La conversación pública se ha movido en ese lapso de tiempo de la ampliación de derechos (2019) al deseo de orden por encima de la justicia social (2025). 

El amplio rechazo en el referéndum de 2022 a una nueva Carta Magna con grandes avances sociales -propuesta por una Convención Constitucional muy alineada a la izquierda- torció el paso del Gobierno de Boric a los seis meses de su llegada al poder. La ultraderecha, jaleada por una marea internacional propicia, fue poco a poco ganando peso en las preferencias electorales. Mientras, la izquierda se fue sumiendo en la desilusión al ver frustradas sus expectativas de un cambio de modelo. Ese desencanto también ha pesado en la derrota de Jara, una candidata que trató de distanciarse sin éxito de un Gobierno en horas bajas. El resultado de las segunda vuelta de las presidenciales es casi un calco del que se produjo en aquel plebiscito de 2022 (62% en contra y 38% a favor).

La región, más escorada a la ultraderecha

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La victoria de Kast reconfigura el mapa político en América Latina, cada vez más escorado a la ultraderecha. Milei (Argentina), Bukele (El Salvador), Noboa (Ecuador), Mulino (Panamá), Peña (Paraguay) y Jeri (Perú) son firmes aliados de Donald Trump en la región. A diferencia de lo que ocurrió recientemente en Argentina, en Chile ni siquiera ha hecho falta la injerencia explícita del presidente estadounidense para el éxito electoral de la ultraderecha. El Cono Sur será a partir de ahora territorio abonado para los deseos expansionistas de Washington.

Al contrario que Milei, Kast no es un outsider de la política. Miembro de la Unión Democrática Independiente (UDI) -la derecha tradicional chilena-, abandonó esa organización en 2016 por discrepancias con sus dirigentes, a los que reprochaba un alejamiento de los principios fundacionales del partido. En su primer intento por llegar a La Moneda -en 2017- cosechó algo menos del 8% de los votos. Cuatro años más tarde perdió en segunda vuelta ante un Boric que se vio favorecido por la movilización de los jóvenes y el voto femenino para frenar a la ultraderecha. En su tercer y definitivo intento, Kast ha mostrado un perfil institucional, más cercano a la italiana Giorgia Meloni que a Milei o al brasileño Jair Bolsonaro.

Como le ocurriera a Boric, Kast gobernará con mucho voto prestado (ambos multiplicaron su porcentaje entre la primera y la segunda vuelta) y un Congreso con mayoría opositora. Se da por descontado el apoyo de los conservadores de Chile Vamos. De hecho, es posible que muchos cuadros experimentados de ese espacio político ocupen cargos ministeriales. Pero Kast necesita además a los diputados de Parisi, el político de moda en Chile. Este economista de 58 años, cuyo lema de campaña era “ni facho ni comunacho” (ni fascista ni comunista), ha leído a la perfección el momento antipolítico que vive Chile tras años de alto voltaje social. El Partido de la Gente se benefició del voto obligatorio. Muchos abstencionistas del pasado, desideologizados y preocupados en su bienestar personal más que en el colectivo, votaron a Parisi, quien hace cuatro años ya rozó el 13% de los votos haciendo campaña a través de las redes sociales desde Estados Unidos mientras en Chile se le investigaba por no pagar la pensión alimenticia a sus hijos. A cualquier candidato de izquierdas, esa acusación le habría arruinado la carrera. Parisi, sin embargo, no ha dejado de crecer. Su éxito se explica por el cambio de época: la ruptura del eje izquierda-derecha, la cultura del emprendimiento individual y el consumismo popular, la irrupción de la política digital... ¿Será Parisi el próximo monstruo en habitar La Moneda dentro de cuatro años si remite el auge de la ultraderecha en Chile?

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