Quién querría ser estadounidense hoy, Mr. Trump

Si la verdadera primera semana del año es representativa de lo que viene, por favor abróchense los cinturones y recuerden el operativo del oxígeno. Donald Trump y Elon Musk, con Mark Zuckerberg en los coros, han desplegado un tráiler de una película que parece comedia pero anuncia terror. El todavía presidente electo ha comenzado a jugar al Monopoly con el mundo y a soltar bravuconadas disparatadas que ponen las barbas a remojar y a todos a bailar a su son sin que haya tocado aún poder. Vuelve el efecto de su primer mandato, pero con él desencadenado: ya parece que ha hecho lo que ha dicho, hasta lo que es rematadamente improbable, y esta vez se ve que ni el cielo es el límite.

De todas las respuestas que ya ha provocado, ha habido dos de las que habría que tomar nota. Como principio general, la del presidente de Panamá, José Raúl Mulino: “No le responderé hasta que sea presidente”. Puede ser que en la semana larga que queda hasta la vuelta de Trump al Despacho Oval se le olvide la ocurrencia de retomar el control del Canal de Panamá o quizás simplemente quede relegada en su bombástica y prolífica lista. El poder de Trump desde que comenzó su aventura política ha residido en gran medida en la atención constante a cada cosa que dice, o balbucea; en tratarlo como un entretenimiento mediático, como una fuente inagotable de titulares y consiguientes reacciones.

Hay muchísimos estadounidenses que cuando miran a su vecino del norte, sienten más envidia y deseo que sentimiento de superioridad

La segunda, mucho más elaborada y elocuente, ha sido la de la líder de los Verdes de Canadá, Elizabeth May. En una retahíla fantástica le ha dicho a Trump que quizás sean algunos estados de su país los que quieran formar parte de Canadá, después de que él haya amenazado con anexionarse el país vecino del norte. May le ha propuesto quitarle así de encima estados de las dos costas que votan demócrata. May le ha dado argumentos irrebatibles: los argumentos que hacen que tantas personas que prueban lo mejor de Estados Unidos –sus sueldos, sus oportunidades laborales o académicas, su dinamismo e innovación– terminen yéndose del país porque todo eso palidece ante realidades inapelables como no tener sanidad pública o convivir con más armas que personas.

Trump ha conseguido que millones lo vean como uno de ellos por su informalidad al hablar y al estar, pero su bagaje y su realidad están tan lejos del average Joe, del ciudadano normal y corriente que, aunque lograra prestar atención durante los minutos que dura la exposición de May, no podría comprenderla. Los multimillonarios como él, que ahora se venden como los nuevos antisistema, son incapaces de siquiera imaginar que hoy en día seguramente hay muchísimos estadounidenses, especialmente muchísimas estadounidenses que, cuando miran a su vecino del norte, sienten más envidia y deseo que sentimiento de superioridad. Que para pensar que Estados Unidos es hoy un mejor lugar para vivir que otras naciones comparables hay que estar encerrado en la pestaña de “Para ti” del X de su por ahora amigo Musk. 

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