TERREMOTO EN EL PP

El PP entierra las primarias para seguir vivo: que gane el mejor a poder ser sin competencia

Pablo Casado, Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría en el Congreso Extraordinario del 2018

Desde que fue elegido presidente del Partido Popular en julio de 2018, Pablo Casado siempre ha presumido de tener la legitimidad interna que no tuvieron otros líderes como Manuel Fraga, José María Aznar o Mariano Rajoy, nombrados a dedo y aupados sin ratificación de la militancia o de otros cargos del partido. Casado lo recordó también el martes en su despedida ante la Junta Directiva nacional. "Hace casi cuatro años me elegisteis presidente nacional en las primeras elecciones primarias de nuestra historia”, dijo nada más comenzar su intervención.

Una afirmación que Cristina Monge, doctora en ciencias políticas por la Universidad de Zaragoza y experta en calidad democrática, matiza. "Lo del PP no fueron primarias", asegura. Se trata de un sistema de doble vuelta asimétrico, ya que en la primera vuelta pueden votar todos los afiliados y en la segunda sólo los compromisarios. "Los militantes no eligieron a Casado, pero como Cospedal se retiró para evitar que ganara Soraya Sáenz de Santamaría, sus compromisarios apoyaron a Pablo Casado", razona Monge en declaraciones a infoLibre.

Aquellos que auparon a Casado entonces son también los que han certificado su final, capitaneados por el gallego Alberto Núñez Feijóo y con la imprescindible colaboración de su antigua aliada, Isabel Díaz Ayuso, a la que el propio Casado eligió como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid —sin pasar por primarias, como sucede con todos los cargos autonómicos y municipales— hace tres años. Parece claro que será Feijóo el que sustituya a Casado al frente del PP. Pero antes de dar el paso, el presidente de la Xunta se aseguró bien de no tener rivales de peso de cara al Congreso Extraordinario de abril.

Las primarias son un mecanismo de democratización de los partidos políticos, pero lo que esgrimen los dirigentes del PP es que el Congreso de 2018 sólo sirvió para “dividir más” al partido y que lo que se necesita ahora es “unidad” en torno a Feijóo. “Lo último que necesitamos es otra disputa interna por la presidencia del partido”, señala una voz de peso del PP a infoLibre. “Es más conveniente que sólo se presente Feijóo”, concede una segunda persona. “Aunque arrasaría igual si tuviera algún rival”, pronostica. La idea que flota en el PP es que las primarias no sirven porque son las urnas las que legitiman a los candidatos, no los congresos internos. 

“Probablemente un congreso divisivo es lo que les faltaba”, concede Javier Lorente,  profesor de ciencias políticas en la Universidad Rey Juan Carlos. “Al final un partido político tiene que tener un fundamento democrático, pero no deja de ser una organización privada”, expone Javier Lorente. “A menudo frivolizamos con los procesos democráticos internos pero en ocasiones no sirven. Y puede ser el caso de una organización de máxima tensión o de máxima crisis, como lo que le está pasando al PP”. 

Este razonamiento va en la línea de lo que apuntó el antecesor de Casado, Mariano Rajoy, en su libro Política para adultos. "Tuve la feliz y demagógica idea de apuntarme al llamado sistema de elecciones primarias para elegir a sus líderes, siguiendo la estela de todos los demás partidos”, señala. Y añade: “Era la quintaesencia de la democracia. Lo que sucede es que todos los que mandan en los partidos mandan más que los anteriores, se someten a menos controles, deciden sobre todas las organizaciones territoriales de los partidos y algunos incluso nombran sucesores después de fallecidos, en el sentido figurado de la palabra”.

¿Falta democracia interna en los partidos?

La Constitución Española otorga a los partidos un papel básico en el sistema democrático. El artículo 1 establece entre los “valores superiores” del Estado el “pluralismo político”. Y el 6 fija: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político [...]. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos. Pero, ¿lo son?

Los expertos consultados creen que aún falta mucho para que las formaciones políticas sean democráticas y transparentes. Monge lo explica así: “Si lo único que pides a tus militantes o afiliados es que voten por un candidato u otro, pero no les llamas en ningún momento para participar en otros procesos, no contribuyes en nada a la democratización de los partidos”, asegura. “En su lugar, puedes generar división del partido y dar lugar a liderazgos cesaristas o hiperliderazgos”.

La experta no cree que la respuesta sea "eliminar las primarias" sino "añadir otros mecanismos como la deliberación interna" como, por ejemplo, "dinamizar las agrupaciones, abrir procesos de consulta sobre debates en el seno del partido o estar en contacto con los territorios". Lorente hace hincapié en ese último punto: "El hecho de que haya contrapuntos en un partido o controles territoriales es positivo y ayuda a que el líder no acumule todo el poder", señala.

Lo cierto es que los principales partidos presentan tendencias de concentración de poder. No se trata de una vulneración de las reglas del juego. Los líderes de las formaciones en España lo son legítimamente. Se trata de cambios orgánicos que refuerzan al líder y a su entorno más próximo, casi siempre a través de una legitimidad reforzada con primarias. Le pasó a Pedro Sánchez tras su contundente victoria frente a Susana Díaz. Desde entonces el PSOE se ha hecho más dependiente del líder, que afianza su prevalencia sobre los barones, a quienes puede imponer consultas a la militancia.

En Unidas Podemos las primarias existen desde su nacimiento, pero eso no impidió al anterior líder de la formación, Pablo Iglesias, señalar a su sucesora, Yolanda Díaz, sin procesos democráticos de por medio. Durante su trayectoria el exvicepresidente del Gobierno fue el líder que más recurrió a las primarias, fuente de legitimación directa pero también obstáculo para la transacción entre posiciones, incluso para dirimir la polémica interna por su chalé. Esa consulta suscitó más movilización que, por ejemplo, la decisión sobre si entrar o no en un gobierno de coalición con los socialistas.

En la derecha las primarias son vistas como un mero trámite. Santiago Abascal renovó en marzo su liderazgo hasta 2024 sin oposición. El único que pretendía dar la batalla era el canario Carmelo González, que denunció irregularidades y no llegó ni siquiera a las 200 firmas, frente a las 4.941 que eran necesarias para presentarse. La opacidad fue la nota dominante de la última asamblea de un partido híper centralizado, en línea con su visión del Estado. Por su parte, en Ciudadanos todavía escuecen las primarias de Castilla y León, cuando en marzo de 2019 tuvo que anular la victoria de Silvia Clemente, apadrinada por la dirección del partido, ante las acusaciones de pucherazo de Francisco Igea.

La historia de las primarias

El origen de las primarias se remonta a los Estados Unidos de principios del siglo XX, aunque al principio el peso de militantes y votantes en la elección era limitado. Todo cambió en 1968 en plena guerra de Vietnam. Sucedió tras la polémica elección de Hubert Humphrey por parte del Partido Demócrata. Humprey era el candidato predilecto del establishment y del aparato frente a la candidatura de Robert Kennedy, hermano del anterior presidente, asesinado en 1963.

El primero era favorable a la contienda bélica y fue el vencedor del proceso tras la muerte de Robert Kennedy dos meses antes de la elección. Las protestas de activistas pacifistas frente al centro de convenciones de Chicago donde se estaba oficializando la candidatura de Humprey, forzaron a los demócratas a cambiar su proceso de elección. El director Aaron Soorkin llevó al cine en el año 2020 la historia de esos activistas, bajo el nombre de Los siete de Chicago, acusados de conspiración, incitación a los disturbios y otros cargos.

En clave europea, España, y más concretamente el PSOE, fue uno de los países pioneros, cuando se retomó una vieja práctica de la II República que da voz y voto a los militantes. Sucedió en 1997, en el 34 Congreso Federal, cuando Joaquín Almunia relevó a Felipe González como líder del partido. Los socialistas apostaron por la elección del aspirante a presidente del Gobierno por parte de todos los militantes para dar más legitimidad a su nombramiento. En el siguiente Congreso fue José Luis Rodríguez Zapatero el que se enfrentó a José Bono, pero en ese caso fue por la secretaría general. El primero ganó por sólo nueve votos. Años más tarde, en 2011, Alfredo Pérez Rubalcaba fue elegido secretario general sin pasar por una contienda interna tras la renuncia de Carme Chacón.

Pedro Sánchez, el candidato de la militancia

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Pero si alguien en el PSOE sabe lo que son las primarias es el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. "Un militante, un voto", fue la fórmula con la que Pedro Sánchez se presentó a la secretaría general en el año 2014  y se impuso frente a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. Dos años después su propio partido le dio la espalda en el Comité Federal y Sánchez acabó dimitiendo y dejando su acta de diputado en el Congreso.

Tres meses después de su salida de Ferraz, Sánchez anunció que se presentaba de nuevo a las primarias y que cogía un coche para recorrer España de punta a punta y recabar el apoyo de la militancia socialista.Y lo logró. Ocurrió el 21 de mayo de 2017. Sánchez fue aupado por una militancia enfadada con la vieja guardia socialista, representada en la candidatura de Susana Díaz.

La politóloga Irene Sánchez Vítores, explica el caso de Sánchez con la Ley de May, también conocida como ley de disparidad ideológica curvilínea. Esta teoría expone que la militancia de un partido siempre es más esencialista o extremista que la cúpula. En los años 90 los autores Mónica Méndez y Julián Santamaría hicieron un estudio tomando como ejemplo el caso del PSOE. "Ellos lo que encontraron es que al estudiar la ubicación ideológica de los líderes del PSOE, sus bases estaban más cerca de los dirigentes de Izquierda Unida que de sus cuadros medios".

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