Cuando la migración convierte a la izquierda en extrema derecha: ni gana votos ni debilita a los ultras

El canciller alemán, Olaf Scholz pronuncia un discurso durante una reunión de la Asociación Federal de Editores de Periódicos Alemanes (BDZV) en Berlín.

"El sistema de asilo actual se ha derrumbado. La UE debe establecer centros de recepción fuera de Europa". "El burka y hiyab son una expresión del control social y la opresión de las mujeres". "Debemos asegurarnos de que poca gente venga a nuestro país, de lo contrario nuestra cohesión social puede no prevalecer". Todas ellas son frases relacionadas con la inmigración dichas por la misma persona, una de las políticas europeas más importantes de la actualidad. Al leerlas, probablemente se le vengan a la cabeza nombres como el de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, el de la líder ultra francesa, Marine Le Pen, o el del presidente de Vox, Santiago Abascal. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, esas frases no fueron pronunciadas por nadie de extrema derecha, sino por alguien que se encuentra al otro lado del espectro político: la socialdemócrata y primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen.

La líder de la izquierda danesa ha sido, durante los últimos años, la punta de lanza de una estrategia que cada vez está teniendo más predicamento entre la izquierda europea: apropiarse de un discurso duro contra la inmigración más propio de la extrema derecha que de las posiciones tradicionalmente defendidas por la socialdemocracia. Dinamarca es uno de los pocos países de la Unión Europea donde la izquierda gobierna y, lejos de ser un ejemplo para el resto de los partidos socialdemócratas, los daneses han cosechado numerosas críticas por sus políticas migratorias entre sus compañeros de bancada en el Parlamento Europeo.

Aun así, y pese a la distancia que tratan de marcar algunos líderes de izquierdas del sur del Viejo Continente, como Pedro Sánchez o de la líder del Partido Democrático italiano, Elly Schlein, cada vez son más los que se unen a la estrategia de Frederiksen para tratar de competir con una extrema derecha al alza en sus países. El último líder europeo de izquierdas en caer en la tentación de imitar a los ultras en materia de inmigración, aunque en menor medida que la danesa, ha sido el canciller alemán, Olaf Scholz.

La desesperación de Scholz

Tras el triunfo de los extremistas de Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones regionales de Turingia y Sajonia, el líder del Partido Socialdemócrata (SPD) ha endurecido aún más su discurso contra la inmigración. “Tenemos que deportar más a menudo y más rápidamente”, decía en octubre de 2023 Scholz en Der Spiegel en lo que se leyó como el primer paso del canciller para tratar de rivalizar con AfD en materia de migración. Casi un año después, la deriva que auguraba esa entrevista se ha confirmado con la generalización de controles en todas las fronteras del país para, según Scholz, hacer frente a la inmigración ilegal. Una medida que puede poner incluso en cuestión la libre circulación entre Estados miembros prevista en el acuerdo Schengen de la UE.

Este movimiento del canciller tiene una clara lectura electoral en un contexto en el que su partido y los de la coalición de Gobierno, formada por verdes y liberales, están completamente hundidos en las encuestas. Según los últimos sondeos, el SPD caería a la tercera posición, por detrás de AfD, y perdería 10 puntos con respecto a los comicios de 2021, una debacle total para los socialdemócratas y que difícilmente podrá modificar este cambio de discurso. “El Gobierno alemán arrastra problemas desde hace mucho tiempo y creo que esto no hará mejorar su imagen. Sin embargo, al dar este giro justifica y legitima las propuestas y los discursos de la extrema derecha sobre migración. De alguna manera es decir: 'yo rectifico porque puede ser que en algo tuvierais razón'", explica Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III y autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa.

Un cambio en el sistema político alemán que, para Anna López Ortega, politóloga experta en extrema derecha y profesora de la Universidad Internacional de Valencia, ya ha comenzado. “Con este tipo de mutaciones el debate se radicaliza, provocando que en el país se imponga el marco de la criminalidad asociada a la migración. Hemos pasado en 9 años de la Alemania de ‘welcome refugees’ de Angela Merkel a la Europa de la inseguridad", explica la profesora. Pero no sólo ha sido el país quien ha mutado, el propio SPD ha variado también su postura en unos pocos meses. A principios de este año, recuerda López Ortega, la ministra de Interior divulgó un plan de 12 puntos para luchar contra la extrema derecha, en él se hacía referencia a la implementación de una unidad de detección precoz de campañas contra la inmigración. Ahora, unos meses después, ha sido la propia titular de Interior quien ha anunciado el endurecimiento de los controles en las fronteras.

Dinamarca, Suecia y Finlandia, los casos paradigmáticos

La referencia del SPD a la hora de tomar esta vía parecen ser los partidos socialdemócratas de los países nórdicos, que llevan tiempo incluyendo en sus programas medidas duras contra la migración. En las elecciones europeas de este mismo año, de hecho, tanto Suecia como Finlandia fueron auténticas excepciones dentro del tsunami ultra del 9 de junio. En un clima de ascenso de los partidos extremistas, la izquierda ganó en ambos países haciendo retroceder a los extremistas de Demócratas de Suecia y del Partido de los Finlandeses. “Su éxito en estos lugares no tiene sólo que ver con su posición ante la inmigración sino a una pluralidad de factores, y no creo que el migratorio sea el primero. Otra pregunta es cuánto les ha podido beneficiar ese asunto en las elecciones”, matiza el profesor.

Aun así, tanto en Dinamarca como en Suecia y Finlandia hay ciertos factores diferenciales que sí explican que el discurso antiinmigración funcione y tenga tanta fuerza entre todos los partidos. “En estos países hay, primero, una preocupación muy grande sobre la migración y, segundo, llevan con partidos de extrema derecha desde hace más tiempo, más o menos desde los 80. Además, no hay un contradiscurso claro que se oponga a ellos desde la sociedad, como por ejemplo sí lo hay todavía en Alemania. Esto hace que el discurso de la extrema derecha se normalice entre todas las formaciones, se perpetúe y se haga hegemónico”, explica López Ortega. 

De igual manera, Carolina Plaza, profesora de la Universidad de Salamanca y experta en extrema derecha europea, trae a colación como en los últimos tiempos, tal y como ha pasado en Suecia, se ha roto el cordón sanitario a la extrema derecha en varios países de la UE, lo cual también ha legitimado muchas de sus propuestas. “Mientras que la derecha radical politiza el tema migratorio en la perspectiva identitaria y la tradicional en la de la seguridad, la izquierda suele hacerlo con el Estado de Bienestar que, según ellos, no tiene suficientes recursos para dar servicio a los migrantes. Antes, todo ello se consideraría radical y no aceptable, pero ahora se ha normalizado”, lamenta Plaza.

Un espacio radicalizado y fértil para los extremistas

Fruto de esto, en toda Europa se ha creado un caldo de cultivo muy propicio para los ultras, ya que esa normalización ha conducido a una radicalización del debate. “La narrativa de la extrema derecha sobre migración se ha convertido mayoritaria, y eso explica, en parte, por qué esos gobiernos socialdemócratas caen en la tentación de seguirla", explica la profesora de la Universidad Internacional de Valencia, que recuerda dos ejemplos para ver esta hegemonía: la carta firmada antes de las europeas por 15 de los países de la UE donde se defendía el modelo de externalización de las fronteras y la aprobación del Pacto Migratorio por parte de los 27, con los votos de los partidos socialdemócratas.

Scholz cede al discurso antiinmigración de la ultraderecha y endurecerá los controles fronterizos

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Con todo, los especialistas coinciden en advertir los peligros para la izquierda de abrazar este tipo de discursos. “No es efectivo copiarlo. Es importante que la izquierda no rehúya el asunto, pero debe tratarlo de una forma completamente distinta a la derecha, tanto en argumentos como en valores. Tiene que ser un discurso propio y complejo”, comenta Fernández Vázquez. Por su parte, López Ortega advierte que, pese a que en algunos lugares haya electorados que pueden comprar este tipo de mansajes por parte de la izquierda, generalmente, los votantes tienden a preferir “al original y no a la copia”.

Especialmente sensible sería que esas propuestas se contagiaran a los “motores” de la UE y a los países más al sur. “Es algo que puede pasar, pero creo que eso sería un regalo para la derecha y un suicidio para la izquierda”, comenta el profesor. Aun así, es cierto que, pese a que la izquierda no ha virado, el sistema político sí ha dado en estos lugares síntomas de radicalización: en Italia, la derecha tradicional ha desaparecido casi por completo, en Francia, la legislación migratoria también se ha endurecido y en España han nacido nuevos partidos extremistas como Aliança Catalana o Se Acabó la Fiesta de Alvise Pérez, con especial foco en la migración.

En este punto, cabe preguntarse una cuestión que va directamente a la esencia de los partidos de izquierda. ¿Puede considerarse como tal a una formación con propuestas tan duras sobre migración? “Cuando se sobrepasan unas líneas donde hay una erosión del Estado de derecho y de los valores democráticos liberales, en este caso de los derechos de las minorías, hablamos ya de una izquierda híbrida o de una fuerza que ni siquiera podemos llamarla así porque ha sobrepasado el eje”, zanja López Ortega recordando que en la mayoría de los casos el oportunismo electoral es la gran razón que mueve estos cambios tan peligrosos para la izquierda.

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