El capitalismo patógeno y el postcovid-19

Juan José Torres Núñez

El capitalismo patógeno ha ayudado a la propagación de la pandemia de covid-19. El neoliberalismo en Estados Unidos, por ejemplo, con un complejo industrial-médico orientado a obtener beneficios, ha estado reduciendo el número de camas y todos los servicios sanitarios. Como señala Paul Street en su artículo Coronavirus Capitalism and 'Exceptional' America, estas son ganancias “a largo plazo” y por tanto, “inadecuadas para el capitalismo”. Según él, no tiene ningún sentido “almacenar camas, respiradores, ventiladores, mascarillas y equipos de protección individual [EPIs] que no se utilizan”. El capitalismo, pues, “planifica ganancias a corto plazo y no a largo plazo para el bien común”. Claro, esto es absurdo para los profesionales de la salud pública y para los epidemiólogos que llevan ya mucho tiempo advirtiendo sobre las próximas pandemias globales y sobre la necesidad de estar preparados. El capitalismo global del Siglo XXI es letal y patógeno. Esto lo está sufriendo EE UU porque en vez de invertir en la salud pública, se ha preocupado más de invertir en el complejo industrial-militar y ahora se está dando cuenta de que el covid-19 no lo puede matar con armas de destrucción masiva. Su falta de previsión –como en casi todos los países del mundo–está golpeando brutalmente a la economía y a la sociedad: los cadáveres los tienen que depositar en camiones frigoríficos que hacen de morgues provisionales, en los aparcamientos de Nueva York. Si esto está pasando en la nación más rica del mundo, nos podemos imaginar lo que puede ocurrir en África.

Resulta incomprensible que EE UU ahora culpe a China diciendo que “el virus se podía haber parado en China, donde nació”. Así lo ha expresado el presidente Trump. Y el secretario de Estado, Pompeo, el belicista más grande de la Casa Blanca, afirma que el virus se originó con toda probabilidad en un laboratorio virológico de Wuhan. También el Daily Mail informó el 5 de abril que “fuentes del gobierno británico han declarado que el virus se transmitió de un animal a los seres humanos en un mercado de Wuhan”. En todas estas alegaciones no se ha presentado hasta la fecha ni una sola prueba. De hecho, la comunidad científica internacional ha negado todas estas acusaciones. Esta histeria contra China es muy peligrosa en un momento en donde lo que necesitamos es precisamente trabajar todos juntos. Estas acusaciones quizá sean un reflejo de la impotencia de EE UU y del Reino Unido al ver que no pueden reducir el número de muertes diarias que tienen hasta este momento. Xi Jinping, sin embargo, ha hablado con confianza y serenidad, sabedor de que la pandemia en su país, se ha detenido porque estaban preparados. Estas han sido sus palabras: “Lo que la comunidad internacional más necesita es una confianza firme [con] esfuerzos concertados y [una] respuesta unida [para] reforzar los fuertes lazos de cooperación internacional […], porque esta crisis global de la salud pública solo puede vencer la epidemia a través de la solidaridad [y] la cooperación [para] proteger el destino común de la humanidad”. Al leer “respuesta unida”, nos viene a la mente el comportamiento ignorante y despreciable de los representantes de la derecha y de la ultraderecha de España, los cuales en vez de trabajar todos juntos con el Gobierno, solo buscan un puñado de votos, mostrando así su falta de solidaridad y lo que en realidad son y siempre han sido.

Esta epidemia se podía haber prevenido si se hubieran tenido en cuenta las advertencias de los científicos. Como se ha comentado en el Congreso del Instituto Schiller, que tuvo lugar el 25 y 26 de abril, tenemos una doble crisis: “la pandemia de coronavirus y el estallido financiero”. Lyndon LaRouche pronosticó en agosto de 1974 que “las políticas monetaristas de la tasa de cambio flotante adoptadas por el entonces presidente de EE UU, Richard Nixon, después de abandonar el sistema de Breton Woods, nos llevarían a una nueva depresión y al peligro de un nuevo fascismo”. Y en numerosos ensayos también advirtió que “había un peligro de que volvieran viejas enfermedades y nuevas pandemias como consecuencia de las políticas de austeridad, impuestas […] por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional”. Con otras palabras: tenemos una doble crisis: el covid-19 y el cáncer especulativo global. Esto produce un caldo de cultivo que favorece la expansión de la enfermedad con rapidez, sobre todo en zonas de pobreza y de subdesarrollo. Lo más trágico del neoliberalismo es que no quiere aceptar la bancarrota de su sistema financiero, ni tampoco cooperar para crear un nuevo paradigma con una economía física “que comprenda la totalidad del conocimiento humano” y que garantice la existencia de la especie humana.

Este caldo de cultivo lo podemos imaginar en los países africanos. Aunque ya se ha comentado que el número de muertos por el covid-19 podría alcanzar en África las 300.000 personas, la Comisión Económica para África de las Naciones Unidas habla en su informe del 17 de abril, de más de 3 millones. La estimación objetiva más baja es de 300.000 muertes. El 19 de abril, en la videoconferencia de los ministros de salud del G20 “enfatizaron que la salud de la gente y su bienestar son el centro de las decisiones para proteger vidas”. Después de recapacitar fueron más realistas al reconocer que “la pandemia de covid-19 ha mostrado la debilidad sistémica de los sistemas sanitarios” [y] “la vulnerabilidad de la comunidad global”. También señalaron la necesidad de “reforzar la seguridad sanitaria global”. A todos estos desastres hay que añadir la plaga de langostas que azota el cuerno de África y que ha quedado eclipsada por el covid-19. Esta plaga representa “una amenaza sin precedentes para asegurar el sustento de la gente” en la próxima cosecha. El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, premio Nobel de la Paz en 2019, ha declarado que “los países más ricos del mundo tienen que escuchar y responder a las demandas de los países en vías de desarrollo para una estrategia conjunta para vencer la doble crisis que estamos sufriendo: la salud pública y la crisis económica”. La Nueva Ruta de la Seda sí parece una buena respuesta a estas demandas, que China por primera vez en la historia ofrece “como perspectiva real de desarrollo para vencer el subdesarrollo”. Esta iniciativa se lanzó en 2013 y ya se han unido 153 países.

El profesor de medicina de la Universidad de Harvard y jefe del Consejo Mundial de la Salud, Jonathan D. Quick, publicó en 2017 el libro The End of Epidemics: the Looming Threat to Humanity and How to Stop It [El fin de las epidemias: la amenaza que pende sobre la humanidad y cómo detenerla], en donde muestra lo poco preparados que estamos para las pandemias y para los brotes de las próximas enfermedades infecciosas. Nos llama la atención sus palabras: “En algún lugar por ahí fuera hay un peligroso virus hirviendo en la sangre de un pájaro, murciélago, mono o cerdo, preparado para saltar a un ser humano”. Esa amenaza “tiene el potencial de borrar a millones de nosotros” de la faz de la Tierra. Según Quick, hemos entrado en “el siglo de las epidemias”. Él propone una serie de acciones llamadas The Power of Seven, para acabar con las epidemias antes de que empiecen. En su plan de siete partes explica cómo los profesionales de la salud, los líderes políticos responsables, los medios de comunicación y la ciudadanía deben actuar todos juntos para prevenir las epidemias. El libro prescribe medidas para que el mundo se pueda proteger de enfermedades devastadoras. Aconseja una comunicación entre las naciones para actuar conjuntamente, evitando las disputas territoriales, que solo sirven para retrasar el proceso. Hay que añadir también, ofrecer medicamentos gratuitos en la seguridad social; no permitir el negocio de las farmacéuticas; garantizar un salario mínimo durante el tiempo que dure la parálisis económica, con medidas de asistencia social; y suspender el pago de la deuda externa de todos los países afectados por la epidemia, como ya ha pedido la ONU.

Ahora nos debemos preguntar qué va a pasar después de esta tragedia, cuando llegue el postcovid-19. ¿Vamos a seguir con el sistema neoliberal y su economía de casino como si nada hubiera sucedido? Con otras palabras: ¿vamos a volver a la normalidad? ¿De qué normalidad estamos hablando? Si aceptamos el modelo de EE UU ya podemos prepararnos para escribir una crónica de las muertes anunciadas en la próxima pandemia. Patrick Lawrence, en su artículo Our Post-Pandemic Future, no está muy convencido de que la humanidad se corrija. Él teme que queramos seguir “con la seguridad perversa de nuestra inseguridad”. Si volvemos de nuevo “al curso de destrucción y desigualdad de la prevalencia del sistema neoliberal”, sin cambiar la realidad de nuestro sistema y sin realizar las reformas necesarias, no habremos aprendido nada del horror que hoy padecemos. Y como escribe el poeta vietnamita-estadounidense, “después del confinamiento, tropezaremos como tontos ciegos en esta farsa, otra vez”.

Juan José Torres Núñez es socio de infoLibre

El capitalismo patógeno ha ayudado a la propagación de la pandemia de covid-19. El neoliberalismo en Estados Unidos, por ejemplo, con un complejo industrial-médico orientado a obtener beneficios, ha estado reduciendo el número de camas y todos los servicios sanitarios. Como señala Paul Street en su artículo Coronavirus Capitalism and 'Exceptional' America, estas son ganancias “a largo plazo” y por tanto, “inadecuadas para el capitalismo”. Según él, no tiene ningún sentido “almacenar camas, respiradores, ventiladores, mascarillas y equipos de protección individual [EPIs] que no se utilizan”. El capitalismo, pues, “planifica ganancias a corto plazo y no a largo plazo para el bien común”. Claro, esto es absurdo para los profesionales de la salud pública y para los epidemiólogos que llevan ya mucho tiempo advirtiendo sobre las próximas pandemias globales y sobre la necesidad de estar preparados. El capitalismo global del Siglo XXI es letal y patógeno. Esto lo está sufriendo EE UU porque en vez de invertir en la salud pública, se ha preocupado más de invertir en el complejo industrial-militar y ahora se está dando cuenta de que el covid-19 no lo puede matar con armas de destrucción masiva. Su falta de previsión –como en casi todos los países del mundo–está golpeando brutalmente a la economía y a la sociedad: los cadáveres los tienen que depositar en camiones frigoríficos que hacen de morgues provisionales, en los aparcamientos de Nueva York. Si esto está pasando en la nación más rica del mundo, nos podemos imaginar lo que puede ocurrir en África.

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