A mi hija. Por mi nieta
Estaban ahí, emboscados, armados con sus biblias, esperando la ocasión para recuperar la supremacía artificial y salvaje sobre la fragilidad de tu cuerpo, de tu corazón, de tu mente de mujer. Pensaste que se habían ido, asegurabas que aceptaban la realidad, que habían reconocido y asumido la igualdad como un bien supremo beneficioso para toda la sociedad, incluidos ellos. Te advertí que pasaría, intenté prevenirte del desastre que vuelve a amenazar a las mujeres. Tú, hastiada, no hacías caso y yo te cantaba, irónica y cansada
“...me lo decía mi abuelita,
me lo decía mi mamá,
me lo dijeron muchas veces
y lo olvidaba muchas más…”
A lo que respondías, con tono hiriente, canturreando burlona para imponer el punto y final
“Mamá, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas y estudiantes con flequillo.
Y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana,
y canciones de los Rolling y niñas en minifalda”
Pero no, no habían renunciado a sus sagrados privilegios, escritos por los dioses en biblias, coranes y talmudes. No: estaban dispuestos a sacrificar a sus propias hijas y nietas para restablecer lo que ellos llaman el orden natural. Ahora es tarde, sólo espero que os deis cuenta de que no hay otra que volver a luchar para reconquistar las mismas cosas por las que tu abuela peleó. La conociste, la admirabas, sabes que fue una luchadora cuyo legado ha naufragado en un océano de botox, tatuajes, uñas y postureo, atraído al abismo por el canto de las sirenas encarnadas en influencers, redes sociales y letras de reguetón.
No lo siento sólo por ti, que a fin de cuentas tomaste tus propias decisiones, lo siento por tu hija, mi nieta, heredera de un mundo peor del que tú y yo hemos vivido. Mucho peor, no puedes imaginar hasta qué punto. Y no, no me estoy refiriendo al velo para entrar a la iglesia ni al permiso del marido para abrir una cuenta bancaria como la abuela, aunque no lo descarto, sino al jefe abusando impune de su cuerpo y su silencio, a una posible violación grupal en la disco o en el parque, a las hostias de su pareja, al señalamiento público por su forma de vestir, al acoso terrible de jueces como los de los casos de Juana Rivas o Errejón.
No lo siento sólo por ti, que a fin de cuentas tomaste tus propias decisiones, lo siento por tu hija, mi nieta, heredera de un mundo peor del que tú y yo hemos vivido. Mucho peor, no puedes imaginar hasta qué punto
Lo sé, soy la pelmaza que está siempre con lo mismo, la que no tiene ni idea de nada, la que te ralla, la que te da la barrila, la porculera… Pero es mi obligación de madre y abuela y entiendo la tuya como hija de rechazar mi experiencia y mi bagaje feminista que “ya no se lleva”, según tú, tus amigas, tus influencers y esa gente a la que votáis con imprudencia, como quien vota en Eurovisión o en Gran Hermano (me acabo de enterar que pagando).
En algo tienes razón, hija. No acabo de entender que haya tantas mujeres colaborando en la pérdida de vuestros derechos, no sólo como mujeres, sino también como personas, porque la misma gente también os está quitando la Sanidad y la Educación públicas. No entiendo que pagues 75 € todos los meses por un seguro privado de salud y acabes casi siempre en la consulta de tu Centro de Salud porque en la privada te dicen cada dos por tres que “eso no entra en la cobertura”. Lo mismo pasa con el colegio religioso al que llevas a tu hija, no entiendo que no veas lo que le pasará cuando sus compañeras le digan, en unos años, “muerta de hambre” porque no tiene iPhone y su madre trabaja de cajera en el Aldi. No espero que luches por ti, nunca lo has hecho, pero deja que lo haga yo con tus amigas rojeras, por ellas, por mi nieta y por las mujeres del mundo. Como tu abuela.
_________________
Verónica Barcina es socia de infoLibre.