Portada de mañana
Ver
De la rendición de cuentas judicial al periodismo libre de bulos: la larga lista de reformas pendientes

Pablo Casado, divorciado de la ética

Javier Pérez Bazo

Recordarán los lectores el momento del debate previo a las elecciones generales de diciembre de 2015 en el que el candidato Pedro Sánchez espetó al entonces presidente Rajoy que no era “decente” debido a su connivencia con la corrupción, y cómo éste echó mano de una procacidad insultona (con intermitencia de párpado izquierdo incluida) afeándole seguidamente “no tener cuajo” para presentar una moción de censura.

De entonces a esta parte, la actualidad política del país ha transcurrido a velocidad de vértigo, y hoy asistimos a una gobernabilidad de España impensable apenas hace un trimestre. Pues bien, no sólo el tiempo ha dado la razón al líder del PSOE, sino que el pasado mes de junio así lo avaló la mayoría parlamentaria al reprobar al presidente del PP y desalojarlo del timón gubernamental tras haber sido condenado su partido por corrupción en el primer episodio Gurtel. Y ello precisamente mediante una moción de censura presentada con suficiencia de cuajo y voluntad reformadora por Pedro Sánchez. ¡Quién lo hubiera imaginado!  En fin, Rajoy se marchó a Santa Pola a tomarse unas gambas rojas y a esperar agazapado a lo que saltara. Hasta que al cabo de un par de semanas le saltó de la chistera una plaza en el registro mercantil de un barrio de postín madrileño.

Resulta, además, que merced a esa moción rubricada por la legalidad constitucional, el PP engendró a su nuevo paladín, curiosamente por obra y gracia de la conjura de los perdedores en la primera ronda de unas muy particulares primarias. Es decir, por lo mismo que al dictado de argumentario la derecha censura cínicamente a Pedro Sánchez, presidente con el apoyo de los derrotados en las últimas elecciones, excluido Ciudadanos.

Pablo Casado, necesitado de focos, enseguida ensayó la mueca de su sonrisa forzada hasta las cejas e inauguró su delfinato retratándose sin miramientos ni escrúpulos ideológicos. Se le vino de pronto la bilis a la boca. Se apresuró a recibir a Aznar en la sede genovesa y a atizar las brasas de la derecha más reaccionaria con dogmas sobre el aborto, dispuesto a no gastar ni un euro en incordiar el sueño eterno de Franco, amén de haber mostrado su hartazgo ante tanto interés por muertos republicanos en las cunetas; además, le sobraron minutos para emular a Marine Le Pen e inventar millones de emigrantes africanos esperando al acecho una nueva vida, aunque luego se fotografiara con algunos recién llegados a Algeciras; reavivó demagogias a cuenta del acercamiento de etarras a cárceles vascas y de banderas en balcones españolistas y quiso darnos lecciones de ética impoluta. Este era todo el programa del nuevo presidente del PP. A golpe de neoliberalismo y verborrea filofranquista puso de acuerdo a herreras radiofónicos y a marhuendas e indas tertulianos, que se apresuraron a obviar, encubrir, refutar o negar sus corruptelas universitarias de ayer y falsedades de hoy.

Es ciertamente  una perversión democrática que el líder de la oposición pretenda que sus transgresiones académicas no se tomen por tales y queden sin mácula, condena y penitencia. Una jueza ha dictado indicios de responsabilidad penal, de criminalidad por los delitos de cohecho impropio y prevaricación administrativa en relación con el considerado como Máster de Derecho Autonómico y Local del Instituto de Derecho Público, dependiente de la Universidad Rey Juan Carlos, que presumiblemente recibió y aceptó como prebenda a título de cooperador necesario, por lo cual se ha elevado la causa a la Sala Segunda del Tribunal Supremo dada la condición de aforado del concernido.

Como era de esperar, los tertulianos de guardia, más papistas que el Papa como siempre, se apresuraron a difundir sin rubor ni respiro vilipendios contra la jueza, auguran sin fundamento la prescripción del delito, proclaman la “irrelevancia política” de este “tema menor” para reducir el escándalo a simple anécdota e insisten en la infravaloración de un título universitario “no finalista”, devaluado. Los sabelotodo de la ignorancia cacarean en acorde con el PP la suficiencia de las explicaciones dadas por el presidente Casado y la persecución que soporta frente a una nueva causa general: los mismos ecos que en el caso Cifuentes y, antes, los de GurtelGurtel.

Cualquiera que sea en su día la resolución de un Tribunal Supremo compuesto por mayoría de vocales nombrados por el partido sobre cuyo líder han de pronunciarse, éste ya ha sido censurado por la comunidad universitaria debido a la colección de sus propias contradicciones y falsedades, indiscutibles e irritantes. O si se prefiere, por haber admitido ciertas anormalidades administrativas y académicas, eufemismo de aprovechamiento de prácticas corrompidas en beneficio propio.

El honor de Casado vuela a ras de muladar. Su indecencia ofende y hace un daño inmenso a la enseñanza superior. Cuesta creer a un presidente de partido que construye sus argumentos sobre datos probadamente inciertos, a un diputado forjado en el sofisma y la desfachatez para encubrir su quebrada ética, a un licenciado en Derecho por vía exprés que no se avergüenza de haber incurrido en fraude científico por plagiar un texto ajeno, a un estudiante que admite convalidaciones irregulares a granel y sobresalientes sin asistir a clases ni a exámenes, a nadie que confunda Harvard con Aravaca. Ante tal caldo de cultivo, no sorprende que Pablo Casado haya hecho acopio de ardides varios para justificar la impostura: lo cierto es que se matriculó en un curso del entonces llamado Diploma de Estudios Avanzados (DEA), previo al Plan Bolonia, equiparado luego al Máster, a sabiendas de obtener dicho diploma arbitraria y subrepticiamente (como sabría cualquier alumno en su caso) o, lo que es igual, haber aceptado una dádiva independientemente o no de su relevancia política en el PP o en la Asamblea madrileña.

Casado ha explicado este enredo pretendiendo que comulguemos con ruedas de molino, tomando por boba a la inmensa mayoría de la comunidad universitaria. Porque por él, sin duda en un dechado de sinceridad, supimos que no pisó ninguno de los cinco campus universitarios de la Rey Juan Carlos, que no conoció ni trató a sus profesores, que contrariamente a otros doce compañeros de promoción admitió calificaciones sin exámenes ni prácticas, que tan sólo hizo lo que le mandó el mandamás del Instituto de Derecho Público, el cacique Enrique Alvárez Conde, es decir, nada a cambio de vaya usted a saber qué.

Gracias al tesón del periodismo de investigación hemos visto el brazo alargado del favoritismo y del privilegio: cómo fueron una mera guasa administrativa sus convalidaciones de 18 asignaturas (40 créditos) de un total de 22 (60 créditos) de aquel curso presencial de posgrado considerado como “formación avanzada, de carácter especializada o multidisciplinar, dirigida a una especialización académica o profesional o bien a promover la iniciación en tareas investigadoras”, el cual daba ”derecho a la obtención del título de Máster” (Real Decreto 55/2005, de 21 de enero, artículos 8 y 9) y posteriormente, cumplidos los requisitos pertinentes, a la consecución del título de Doctor. Aunque en esa normativa no se recogía explícitamente la obligatoriedad de llevar a cabo un trabajo final, nadie ignora que la memoria final del DEA solía presentarla el candidato ante un tribunal académico formado a tal efecto. Ahora bien, reconozcamos no sin ironía la capacidad y diligencia del “masterizado” para terminar desde su escaño de diputado autonómico una carrera de Derecho sobre cuya obtención planean ciertas suspicacias; o que el joven mimado de la presidenta Aguirre en menos de quince días realizase motu proprio cuatro trabajos no tutelados para sendas asignaturas, calificados con sobresaliente por correctores desconocidos.

Casado anuncia la convención nacional del PP para el 1 y 2 de diciembre, que será coordinada por Feijóo

Ver más

En una comparecencia ante la prensa y con intención probatoria de su verdad, Casado expuso sobre la mesa esos supuestos deberes con el mismo esmero que los trileros colocan los cubiletes mágicos; ahora bien, sin permitir que ni un solo periodista tentara a la suerte de la veracidad hojeándolos. Hasta la fecha nadie ha leído una sola línea de ellos, tal vez ni siquiera él mismo. Algún malévolo pensará que trataba de ocultar la nada o acaso evitar que su contenido suscitara sospechas de fraude científico vistos sus antecedentes de plagio. Fue entonces cuando tuvo el desliz de decir que había encontrado esos trabajos en un ordenador de los de hace diez años… Cabría exigir entrar en los textos, por ahora intonsos e incólumes, como la mano del santo Tomas incrédulo en la herida del costado, con el fin de probar su autoría, sustanciación y rigor.

Mediante la objetividad que encierra la evidencia, cualquier compañero universitario del dirigente popular le sentenciaría por fullero. Los créditos de la inocencia son incompatibles con su particular concepción de la ética; únicamente podría convalidársele su fraude y faltas gravísimas a la verdad con la asunción de responsabilidades políticas y el subsiguiente apartamiento de sus funciones. Otros políticos europeos, por ejemplo Annette Schavan, ministra de educación alemana, o Pál Schmitt, presidente de Hungría, dimitieron para evitar mayor deshonor por apropiación indebida de una titulación universitaria y por trampear sus currículos, por plagiadores y mendaces como Pablo Casado, quien, en cambio, arropado por una parte de su partido y una ristra de cómplices mediáticos, se aferra obcecadamente a la desvergüenza, al humo que pretende vendernos como pura superchería. _________________________

Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura española de la Universidad de Toulouse y socio de infoLibre

Recordarán los lectores el momento del debate previo a las elecciones generales de diciembre de 2015 en el que el candidato Pedro Sánchez espetó al entonces presidente Rajoy que no era “decente” debido a su connivencia con la corrupción, y cómo éste echó mano de una procacidad insultona (con intermitencia de párpado izquierdo incluida) afeándole seguidamente “no tener cuajo” para presentar una moción de censura.

Más sobre este tema
>