'Shibboleth' carpetovetónico, pero venial

Jesús María Frades Payo

Comienzo aclarando el título para el lector que no conozca el pasaje bíblico en el que se narra el exterminio, mediante degollación, de miles de efraimitas tras su identificación gracias a la imposibilidad de pronunciar estos correctamente la palabra “shibboleth”. Algo similar ocurrió muchos siglos después en la República Dominicana, y está contado magistralmente por Vargas Llosa, cuando Trujillo ordenó masacrar a los haitianos inmigrantes identificándolos mediante la palabra “perejil”, imposible de decir bien en castellano por los francoparlantes.

Trato de criticar el uso no de una palabra sino de cualquier lengua para identificar, distinguir, con el trasfondo de excluir a grupos de personas e incluso a la inmensa mayoría de la población española en algunos casos.

En estos días se está negociando la traducción en el Parlamento en las lenguas cooficiales y parece que en el Senado será un hecho. Allí no es algo nada más que innecesario. Y tampoco se necesita mucha argumentación para defender esto. Desde 1977 en que se restauró, los senadores se han entendido perfectamente en el idioma mejor dominado por todos los españoles y, por supuesto, les hemos entendido por esa razón. A estas alturas, afortunadamente no hay analfabetos que no conozcan el castellano por no haber sido escolarizados, lo que garantiza que sea un código excelente de comunicación, aunque, claro está, no único ni exclusivo en algunas regiones.

Lo que no ha sido nunca un problema no puede convertirse en tal para inventarse una solución artificial. Una refutación pueril es que es poco oneroso el gasto en traductores, cosa cierta al lado del presupuesto de la Cámara alta, y se hará mención al manido chocolate del loro. Cuidado con los caprichos y las menudencias con las mascotas porque se acaba dándosele también chocolate al hámster y se termina con él, con el hámster, claro.

Haciendo un ejercicio de ucronía, poco fantasioso como sí son la mayoría y tan posible como probable, podríamos pensar en las divertidas situaciones, si no fueran absurdas por ridículas, que se habrían podido dar en la Cámara de representación territorial si se produjese la comparecencia de Ibarretxe siendo vicelehendakari, cuando ni era calvo ni secesionista y no sabía vascuence, o luego la del lehendakari López, también desconocedor de ese idioma. ¿Imaginan la situación hilarante y estúpida que contemplaríamos al sentirles traducidos simultáneamente a la segunda lengua de su región para que no se quejasen los aborígenes? Tampoco ahora son muy ejemplares los presuntos políglotas: Rufián parece haber aprendido catalán con CCC.

Pero quiero ir más allá para señalar el uso perverso de la lengua. La polisemia sirve para aprovechar y combinar con el adjetivo “bífida”. Las lenguas solo deben servir para comunicarse entre las personas, para unir emisor y receptor transmitiéndose mensajes. Jamás para excluir, para utilizarlas como valores que unos tienen y como carencias insustituibles de otros. Volviendo al adjetivo citado, la exclusión llega al adjetivo “viperina”, y así, de manera más amplia, ha dado los odiosos por xenófobos calificativos “xarnego” y “maketo”, sellos de uso exclusivo en dos regiones españolas.

Un ejemplo muy claro de intento burdo de construcción de muro de gueto idiomático con las concertinas aquende el Ebro, se dio en 2018. Es sabido que el máster en Educación es imprescindible para dar clases en Bachillerato. Habiendo miles de graduados en toda España con dicho máster, el gobierno regional catalán pretendió entonces contratar profesores sin máster, pero en esa ocasión de lo que se trataba era de no tener que verse obligados a contratar a graduados con el máster que utilizasen sólo el idioma oficial dominado por todos los ciudadanos de la región, y de cualquier parte de España, y así poder admitir a catalanohablantes sin el máster, ¡porque se exigía el catalán! La Justicia paró los pies al torpe ardid para la xenofobia lingüística.

La siembra del catalán como lengua vehicular en la enseñanza es el germen para conseguir en el futuro más éxito en todas las maniobras excluyentes. Debe ser bien regulado para evitar consecuencias nefastas ya sufridas.

En otros ámbitos no logran zorrear fácilmente. Así, en Baleares, Francesca Armengol, quizá pensando en los extranjeros, sí consigue, aunque a regañadientes, celadores catalanoparlantes pero, ¡ay! con los médicos lo tiene muy difícil porque no hay tanto aborigen bien formado: la prórroga es imprescindible.

La única lengua cooficial que no suele dar problemas, aunque sí algún nativo al que le gusta ponerse a las “beiras” (bordes) para que se le oiga, es el gallego. Allí demuestran saber cuándo y con quién hablarlo, respetando escrupulosamente al posible interlocutor. El ejemplo de convivencia o coexistencia, sin rivalidad, sin enfrentamiento, sin complejos ya, de esta autonomía debería ser el que reinase en todas las demás en el asunto tratado.

Para el vascuence tampoco hay normalmente mucha polémica. El orgullo lógico que sienten no es exacerbado, y no solo será porque nada más que un tercio lo dominan. Su enseñanza no se hace escribiendo palimpsestos sobre el castellano.

Ni que decir tiene que la enseñanza de las lenguas cooficiales tiene que seguir fomentándose para hacer más universal esa riqueza a toda la población de la comunidad e, incluso, de todo aquel español que lo desee. Desde la escuela, si no ya antes en el hogar, pasando por los medios de comunicación, hasta la vida cotidiana, el conocimiento se va produciendo, y la convivencia con los demás se acrecienta gracias al idioma. Pero para ello no hay que caer en el crimen del pasado de aplastar, tratando de extinguir, la otra lengua, sabiendo además que no es un ente sino un nexo de identidad de personas.

Olvidaba rematar con la afirmación de mi humilde condición de bilingüe.

Jesús María Frades Payo es socio de infoLibre

Comienzo aclarando el título para el lector que no conozca el pasaje bíblico en el que se narra el exterminio, mediante degollación, de miles de efraimitas tras su identificación gracias a la imposibilidad de pronunciar estos correctamente la palabra “shibboleth”. Algo similar ocurrió muchos siglos después en la República Dominicana, y está contado magistralmente por Vargas Llosa, cuando Trujillo ordenó masacrar a los haitianos inmigrantes identificándolos mediante la palabra “perejil”, imposible de decir bien en castellano por los francoparlantes.

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