Por qué Trump se apoderó del Partido Republicano

Julián Lobete Pastor

Muchos ciudadanos españoles, entre los que me encuentro, se han quedado sorprendidos por la aparente rapidez con la que el viejo Partido Republicano norteamericano ha sido absorbido por Trump y su programa. ¿Qué ha ocurrido?

El interés por lo que ha ocurrido se incrementa porque no se puede dejar de hacer un paralelismo con lo que le puede suceder al Partido Popular español, que también puede ser absorbido por un líder o lideresa como Ayuso o quizá algo peor. Camino va de que esto ocurra, aunque ello podría ser tema de otro comentario.

Para responder a la pregunta planteada se ha acudido a tres autores que viven en Estados Unidos y de gran competencia en la materia: los politólogos Steven Levitsky y Daniel Zeblatt en su obra La Dictadura de la Minoría ( Ariel) y a Roger Senserrich en Por qué se rompió Estados Unidos (Debate).

El título del capítulo que Levitsky y Zablatt dedican a la pregunta planteada es: "Por qué el Partido Republicano abandonó la democracia”, el dedicado por Senserrich lleva por título La no excepción de Trump, títulos ambos que ya dicen bastante por sí mismos.

Un partido de centro derecha que ha dejado de serlo

“Durante un momento crítico de la historia de Estados Unidos, en los años sesenta del siglo XX, el Partido Republicano jugó un papel esencial en la aprobación de reformas de los derechos civiles y el sufragio contribuyendo a que el país transitara hacia un sistema más democrático. Sesenta años más tarde, el Partido Republicano resulta irreconocible. La misma organización política que un día llegó a ser crucial para que se aprobara la Voting Rights Act de 1965, rechazaba por unanimidad en 2021 la legislación federal que reafirmaba su validez, explican los autores de La Dictadura de las Minorías.

"Durante décadas el Partido Republicano ha sido un partido de centro derecha al uso, como el Partido Conservador británico, los conservadores de Canadá o los democristianos alemanes. La mayoría de sus líderes tenían en común un amplio compromiso democrático. Hoy en día ya no es el caso.”

Los tres principios básicos de los partidos democráticos son: aceptar siempre los resultados de las elecciones justas, ganen o pierdan; rechazar sin ambages el uso de la violencia para conseguir poder y romper con los extremistas antidemocráticos

Rechazo a una sociedad multirracial

Levitsky y Ziblatt hacen una repaso de la historia política de Estados Unidos en el siglo XX. El partido conservador se enfrentaba en aquellos años al “dilema del conservadurismo”: ¿ Cómo puede un partido que representa a las élites económicas atraer a un mayor electorado? ¿Y cómo hacerlo sin perder su posicionamiento respecto al poder, los intereses y sus principios morales de siempre?

Para captar nuevos votantes, los republicanos se posicionaron como el partido del conservadurismo racial, el partido blanco de Estados Unidos. “El Partido Republicano es el que recibe la mayor parte del voto blanco desde las elecciones de 1964”, recuerdan nuestros autores. Pero el Partido terminó siendo presa de su base racialmente conservadora. Mientras que los republicanos del siglo XXI eran blancos y cristianos en su inmensa mayoría,  Estados Unidos había cambiado.

El porcentaje de estadounidenses blancos no hispanos decreció del 88 por ciento en 1950 a un 69 por ciento en el año 2000 y decreció hasta un mero 58 por ciento en 2020. Los afroamericanos, los hispanos, los asiáticos y los nativos americanos representan ahora el 40 por ciento del país y constituyen la mayoría entre los estadounidenses de menos de 18 años. Mientras que más del 80 por ciento de los norteamericanos se identificaba como blanco y cristiano en 1976, esta definición sólo representaba el 43 por ciento en 2016.

La creciente diversidad de Estados Unidos no suponía necesariamente un cataclismo para el Partido Republicano. La demografía poco tiene que ver con el destino político. Las identidades sociales y políticas evolucionan sin cesar, opinan Levitsky y Ziblatt.

Para algunos lideres republicanos, la solución era evidente: si su partido no podía obtener mayorías nacionales atrayendo al votante blanco, debería ir en busca de nuevas bases, especialmente entre votantes no blancos. Sin embargo, buena parte del electorado republicano se estaba radicalizando y conducía al partido en otra dirección. En vez de cambiar de estrategia, el partido republicano, sobre todo desde 2010 con el control de los gobiernos de 11 estados, llevó a cabo una serie de reformas defensivas que se proponían restringir el acceso a las urnas.

Siguiendo el análisis de los autores citados: “puede que a principios del siglo XXI, los políticos republicanos hayan temido perder las elecciones, pero a muchos de los votantes del partido les asustaba perder algo mucho más grande: su país, o mejor el lugar que ocupaban en él: el dominio social de los blancos estadounidenses, lo que hizo que muchos se sintieran desplazados, alienados y despojados".

No solamente se radicalizó la base blanca y cristiana, sino que una parte de la militancia tomó las riendas del partido. Este proceso fue facilitado por el desmembramiento de la élite del partido republicano y por el ascenso de grupos externos y bien financiados (patrocinados por los hermanos Koch y otros multimillonarios) así como medios de derechas influyentes como Fox News; todo ello dejó al partido especialmente vulnerable frente a quienes pretendían capturarlo, de acuerdo al análisis de los politólogos.

Las primarias de 2016 y Trump

Aquellas primarias ofrecían una nueva oportunidad para que los republicanos volvieran a una senda más inclusiva , pero Donald Trump adoptó otro enfoque. Se juntaba con las masas, a menudo al son de sus propias pulsiones, mientras que sus rivales republicanos eran reacios a adoptar eslóganes abiertamente racistas, nativistas o demagógicos, Trump no dudó en traspasar esta línea. Su particular disposición a decir y hacer cosas que otros miembros de su partido rechazaban por su intolerancia, racismo y crueldad, le permitió dominar el mercado del voto del agravio blanco. Como indicó el periodista Ezra Klein: “Trump no secuestró al partido republicano. Supo comprenderlo”.

Así pues, reanudan su análisis, Levitsky y Ziblatt, al llegar la presidencia de Trump a su fin, el miedo y el resentimiento habían llevado a una cantidad sorprendentemente grande de republicanos al extremismo: Más de la mitad de los republicanos estaba de acuerdo con la afirmación de que “ el modo de vida tradicional estadounidense desaparece tan deprisa que tal vez debamos usar la fuerza para salvarlo”. El terreno estaba preparado para el asalto a la democracia.

Los tres principios básicos de los partidos democráticos

De  acuerdo a los autores que se están reseñando, los tres principios básicos de los partidos democráticos son: aceptar siempre los resultados de las elecciones justas, ganen o pierdan; rechazar sin ambages el uso de la violencia para conseguir poder y romper con los extremistas antidemocráticos.

El partido republicano ya no cumple estos principios. En noviembre de 2020, por primera vez en la historia de Estados Unidos, un presidente en funciones se negaba a aceptar la derrota electoral. Trump no fue el único en negarse a aceptar la derrota: el grueso del partido republicano hizo lo mismo.

Además de negarse a aceptar la derrota, los republicanos infringieron el segundo principio de la política en democracia: el inequívoco rechazo a la violencia. Tras 2016, pero especialmente después de 2020, un número de políticos republicanos cada vez mayor, se sirvió de retórica violenta y consintió la agresividad.

Finalmente, el presidente Trump animó a una insurrección violenta con la intención de bloquear la transferencia de poderes. El coqueteo con la violencia prosiguió tras el 6 de enero.

Entre noviembre de 2020 y enero de 2021 el partido republicano se negó a aceptar la derrota electoral, trató de revocar el resultado de unas elecciones, y toleró una insurrección violenta; de hecho sus líderes la alentaron y no rompieron con los extremistas antidemocráticos. Dicho de otro modo, el Partido Republicano infringió los tres principios básicos del proceder democrático.

La no excepción de Trump

Como se ha dicho anteriormente tal es el titulo del capítulo inicial del libro de Roger Senserrich “Por qué se rompió Estados Unidos”.

“Por muy extrema que fuera la presidencia de Donald Trump y su infame triste final, es importante recalcar que Trump es el fruto de la evolución del Partido Republicano hacia posiciones políticas y retóricas cada vez más extremas. Las bases del partido llevaban muchos años escuchando a gente como Rush Limbaugh en la radio, viendo Fox News, recibiendo la retórica apocalíptica de la NRA y con la gente del Tea Party anunciando el advenimiento del comunismo si Estados Unidos aprobaba una modesta reforma de la sanidad”, explica Senserrich.

"Trump fue más allá de sus predecesores, pero no era algo nuevo, era cualitativamente peor. Trump es una consecuencia, no una causa de los cambios en la política norteamericana en los tiempos recientes”.

El libro de Senserrich hace una detallada exposición de la historia política de Estados Unidos desde la independencia hasta los tiempos actuales, que no se resume por su extensión y complejidad.

Nixon y el resentimiento

Particularmente interesante en el relato sobre la evolución del partido republicano hacia posiciones extremas. El autor lo describe en el capítulo titulado “Derechos civiles, Nixon y la invención del resentimiento”.

En los tumultuosos y sorprendentes años 60, sobre todo en periodo 1965-1968, Nixon necesitaba un mensaje que señalara su escepticismo respecto a los derechos civiles en los estados sureños, pero que también fuera atractivo para votantes moderados del norte. “Su solución fue un ejercicio de doble lenguaje tan bien calibrado que el partido republicano no ha dejado de usarlo desde entonces: apelar al resentimiento”.

La estructura del mensaje es bastante simple: "los demócratas, las élites intelectuales, la izquierda biempensante no entienden los problemas a los que se enfrenta la gente común. Por su culpa, la ley y el orden de este país se caen a pedazos; el caos, el antiamericanismo, los disturbios y las protestas asolan nuestras ciudades. Ellos además te miran por encima del hombro...”

Nixon, además, les dijo a sus votantes más reaccionarios que no estaban solos, que el país era suyo, que ellos eran la mayoría. Trump en 2020 se refirió como Nixon a la mayoría silenciosa utilizando exactamente el mismo tipo de discurso. Aunque nunca tuvo la sutileza de Nixon, está claro dónde encontró su mensaje.

Las dos Américas

En opinión de Roger Senserrich , Estados Unidos no es un país dividido sino bifurcado. En algún momento durante las tres o cuatro últimas décadas, regiones enteras se bajaron del tren del desarrollo económico y se quedaron inexplicablemente atrás.

Se observa en Estados Unidos, un patrón entre zonas deprimidas cada vez más conservadoras y regiones dinámicas cada vez más demócratas. La diferencia también se da entre campo y ciudad: Georgia, Texas, o Carolina del Norte, estados sureños, tiene zonas rurales intensamente pobres y al mismo tiempo ciudades muy dinámicas como Houston, Dallas, Austin, Atlanta, Charlotte. Estas ciudades, salvo excepciones contadas, están gobernadas por demócratas.

En Estados Unidos, según opina el politólogo que estamos siguiendo, la prosperidad económica está fuertemente relacionada con el voto. A medida que una región se enriquece, esta suele moverse hacia la izquierda.

En 2020, Biden ganó en unos 500 condados, mientras que Trump se impuso en más de 2500. Los condados de Biden concentraban el 71 por cieno del PIB del país, comparado con el 29 por ciento de los condados que votaron a Trump.

Conclusión final

El problema del partido republicano y de Estados Unidos no es la persona de Donald Trump, concluye Senserrich.

“Dado el torpe y anticuado diseño constitucional norteamericano, muchas de sus instituciones dependen para su buen funcionamiento del consentimiento de los partidos, un acuerdo implícito de respetar las elecciones y las reglas del juego. Sabemos que una reversión autoritaria no es una idea descabellada, precisamente porque ha sucedido en el pasado. Estados Unidos es demasiado rico para revertir en una dictadura, pero no es descabellado que caiga en una democradura, un régimen representativo imperfecto con instituciones que dejan a la oposición en abrumadora desventaja”.

Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

Más sobre este tema
stats