Quién te ha visto y quién te ve mundo

Rafael Muñoa Gibello

Como de improviso, casi sin darnos cuenta nos vimos confinados por la conmoción del coronavirus. Simultáneamente concebíamos lo que en primera instancia nos negábamos a concebir: la manifiesta circunstancia de precariedad y muerte causada por el ente. Su nombre, covid-19, alcanza y somete a casi todos los países del mundo, llenando de incertidumbre sus destinos. Tal es el rigor devastador de la pandemia, que por desgracia registra ya un hito de tristes consecuencias en la historia humana.

Preguntando por su existencia sabemos qué es y por qué es, pero aún no cómo deja de ser. Porque las noticias científicas fían la comercialización de la vacuna eficaz en más de un año. Si bien a este respecto hay silencios implícitos, tal vez tan silentes como positivos, que sin duda romperán a hablar a su debido tiempo (incluso sobre medicamentos efectivos). Si esto aconteciera así recaeríamos en la desgracia explícita en que vivimos. O sea, en el siniestro mundo del capitalismo neoliberal. Sistema característico de EEUU que subraya su relación de desigualdad e insolidaridad entre ricos y pobres.

Un sistema amoral y nefasto, como ahora se ve ante la epidemia global que le ataca en su falta de previsión, esto es, en su frágil estructura sanitaria y social. ¿Y quiénes son los que allí mueren a mansalva, en Luisiana, en La Florida, o en los guetos de Chicago o de New York o de los Ángeles?, pues ellos, los pobres, los que siempre han ofrecido más víctimas, más sangre, en todas las desgracias de la Historia. Pero allá las desgracias no vienen solas.

El pasado viernes 23, un artículo en Mediapart publicaba los siguientes titulares: El movimiento CancelRent se rebela contra el pago del alquiler este Primero de Mayo. Cientos de miles de inquilinos ya no pueden pagar el alquiler, en particular en Nueva York. En los Ángeles, hace exactamente 28 años estalló la revuelta de Ronald King, taxista negro, con antecedentes por robo, que fue golpeado brutalmente por 4 agentes. Un aficionado al video grabó los hechos, y la noche del fallo estalló la revuelta: el pillaje y los incendios provocados duraron seis jornadas, que arrojaron 54 muertos y más de 2.000 heridos.

Los motivos fueron raciales y étnicos, pero las causas subyacentes fueron exactamente las mismas que ahora: paro e injusticia como efecto determinante. Viviendo el mundo semejantes situaciones parecería inconveniente mencionar en sus momentos más holgados a China. Pero, al contrario, China no se abandona, porque su post Covid-19 está comprometido con la globalización y su destino. Su lucha aún está por erradicar la pandemia del mundo, por eso acude y ayuda adonde se la requiere, aportando tecnología y humanidad. Como génesis, foco del virus y su posterior erradicación, China entraña una experiencia importante a considerar, igual que lo es su papel de primera potencia económica mundial. Así es, China ha doblegado el coronavirus con la misma diligencia que ha venido desarrollando su tecnología punta.

Porque, efectivamente, su desarrollo no deja nada a la imaginación, sino a la demostración de los hechos. Su pronta determinación de confinar a 70 millones de personas entre Wuhan y otras ciudades, denota sus maneras expeditivas y eficaces. De manera que el planeta ha asistido a sus técnicas de erigir grandes hospitales en tiempo record, y a su capacidad de fabricar material sanitario con el que abastecernos y protegernos contra el virus. De suerte que sus propias víctimas, por el covid, apenas es de una por millón de personas.

Así, con esa permanente invocación de ser, el neoliberalismo suma un feroz competidor, surgido paradójicamente de la órbita socialista, tal y como surgió la superpotencia militar rusa tras la desmembración de la URSS. ¿Se recuerda aquel acontecimiento, al que Occidente asistió eufórico, como a una debacle cósmica, porque, al fin, le daba la hegemonía mundial?, ¿y que lo primero que aquí se hizo, a partir de un poder omnímodo, fue acabar con el Estado de bienestar, e imponer su control social? Se recordará, sí, porque aún hoy colean sus recortes socio-sanitarios. Y ya no podemos ir contra la evidencia. Afortunadamente por entonces hubo un 15-M, de gran repercusión internacional, cuyos protestantes pasivos clamaban por una política veraz, e igualmente que por una cultura categorial: Monsieur Macron, la de la Ilustración.

¿O acaso la Unión Europea estima que “el principio de repetición, desmemoria y estupidez que rige las industrias culturales” son capaces de dotar de moral a la Europa actual? Evidentemente no. Así, en vez de una sensibilidad del conocimiento del ser, ha primado el enriquecimiento sin conciencia de ser. Luego lo mismo ante las injusticias sociales y la desigualdad. Por eso hoy, consciente del dolor que causa la pandemia, Europa retorna a la reflexión ante los cambios que se están dando en la esfera mundial: geopolíticos, digitales y climáticos, y, no en segunda instancia, los de la salud, pobreza y desigualdad.

Esto lo ha comprendido, al fin, Europa, a diferencia de la insensibilidad que demostró en 2008, y en otras fechas con los DDHH (con los refugiados de guerra, por ejemplo). Pero esos cambios y compromisos de solidaridad inscriben a todos los países de la Unión, y, lógicamente, a España, cuyo Gobierno, por su carácter activo y solidario, tiene ahí gran relevancia. Este Gobierno, de coalición, ha logrado controlar la emergencia de forma sobresaliente habida cuenta de las malas condiciones con que ha tenido que afrontarla (un % muy alto de los fallecidos se han producido en las residencias de ancianos).

Tal control se ha hecho con la ayuda inestimable del pueblo y de las fuerzas y cuerpos de seguridad, y, sobre todo, por la entrega, sostenida e impagable, de todos los profesionales sanitarios, que han llegado a dar lo que humanamente no puede pedírseles. Sin equipos válidos, y sin esperar a que el Gobierno recién llegado se los proporcionase, no dudaron en arrojarse a abrazar a sus hermanos españoles infectados. Su ejemplo de abnegación integral es, en cuanto tal, histórico. Y este sacrificio, más propio de un santoral que de trabajadores, no puede volver a ocurrir jamás.

Esto significa que la Sanidad Pública no era la mejor del mundo, sino que estaba en crisis. Por lo que ahora nos vemos en la mala situación, económica-sanitaria que el Covid-19 nos ha puesto, de la que hay que salir sin tibiezas. Para ello hace falta un proyecto de país, programas, y confrontar con la oposición, que debe mostrar amplitud de miras, consensuar (quien quiera), y a partir de ahí llegar a acuerdos con buena fe. Pero, por otro lado, ¿qué sentido tendrá tratar con una conciencia regresiva, de expresiones falaces e insultantes, cuando el consenso debe hacerse bajo un postulado racional de necesidad?

Como de improviso, casi sin darnos cuenta nos vimos confinados por la conmoción del coronavirus. Simultáneamente concebíamos lo que en primera instancia nos negábamos a concebir: la manifiesta circunstancia de precariedad y muerte causada por el ente. Su nombre, covid-19, alcanza y somete a casi todos los países del mundo, llenando de incertidumbre sus destinos. Tal es el rigor devastador de la pandemia, que por desgracia registra ya un hito de tristes consecuencias en la historia humana.

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