Adicción al juego, salud mental y homofobia protagonizan las principales series españolas de 2021

Crear debate en torno a los temas importantes para que poco a poco puedan ir cambiando ciertas cosas y la sociedad sea algo mejor. Para que nosotros, como individuos sociales, podamos poco a poco aspirar a ser algo mejores. Ese es el fin en sí mismo del arte y la cultura en general, y de las intenciones de buena parte de las series españolas que, efectivamente, tanto han dado que hablar durante 2021.

Porque este año los seriéfilos han encontrado en las series españolas una importante cantidad de propuestas para reflexionar sobre este loco mundo en el que nos ha tocado cohabitar: homofobia, corrupción política, salud mental, prostitución, riders o adicción al juego. Historias en las que la ficción se ve, como siempre, superada por el aplastante peso de la realidad nada romantizada, aunque en esté caso sí que esté al menos guionizada.

Es el caso de Ana Tramel, serie de TVE en al que Maribel Verdú encarna a una abogada en horas bajas que repentinamente recibe la llamada de su hermano, adicto al juego, al que hace años que no ve. Basada en la novela Ana, de Roberto Santiago, la serie reproduce el mito clásico de David contra Goliath: la lucha imposible contra la multimillonaria mafia del negocio del juego, al que poco o nada le importan los daños colaterales mientras la ruleta siga girando y queden cartas por poner sobre la mesa.

La adicción al juego es una enfermedad y como tal queda retratada en Ana Tramel. Otra de tantas enfermedades que como sociedad permitimos porque el oficio más viejo del mundo no es la prostitución, sino seguir mirando hacia otro lado. Convivimos con todas ellas hasta que nos explotan en las manos y, por lo general, ni aún así. Por eso es tan importante hablar de ellas con naturalidad pero, por supuesto, sin restarles importancia.

Eso hace también Doctor Portuondo, la primera serie original de Filmin y, a su vez, ya la más vista de la plataforma. Creada y dirigida por Carlo Padial y protagonizada por Jorge Perugorría y Nacho Sánchez, la serie habla sin tabúes de la salud mental, un tema siempre latente pero que, debido a la pandemia, reclama cada vez más su lugar en el mismísimo centro de la opinión pública española.

"Sentía vergüenza de existir, miedo a la muerte… ¡y solo tenía ocho años! Desde pequeño, soy un neurótico. Con doce años me daban miedo los cuartos vacíos y las habitaciones con demasiada gente. Con catorce, los insectos y los calvos. Y con dieciocho, las canciones de U2 y las palomas. Mi única esperanza era el doctor Portuondo, un psicoanalista cubano exiliado en Barcelona que gritaba a sus pacientes, juraba en nombre de Freud y bebía whisky Johnnie Walker", resume Padial, con tanto humor como verdad.

Precisamente verdad es lo que rezuma Bob Pop en Maricón perdido. Porque no cuenta otra cosa que su verdad, que es la de tantos otros niños estigmatizados de por vida por cuatro matones. Contra esa impunidad se rebela el catalán tirando de honestidad brutal: "Lo primero que pensé es que me iban a matar", así contaba Roberto Enríquez (su nombre real) a TV3 la violación que sufrió cuando era joven en el Retiro de Madrid. Así se enfrenta Bob Pop a la homofobia: poniendo en la pantalla toda su vida sin rubor ninguno porque, ¿por qué? ¿Por qué debería ser maquillado un un relato real?

Otro relato real que aparentemente no lo es: Venga Juan. La carrera estrambóticamente meteórica de un Juan Carrasco, interpretado por un espléndido Javier Cámara, que encuentra aquí su tercera temporada después de Vota Juan y Vamos Juan. Tras las levemente veladas aspiraciones de grandeza y llegar inesperadamente a conquistar la relevancia política, no queda ya otra que el descenso, siempre más temible cuando ves más probable el hoyo que la cima. Que la corrupción política se convierte en chanza, en definitiva, cuando en absoluto lo es. Sempiterna: eso sí es.

Pero como la vida está repleta de contratiempos sobrevenidos, en lugar de arreglar los problemas de siempre, creamos otros nuevos. Siempre hay tiempo y espacio para otro embrollo inesperado. De eso va Riders, otra serie de RTVE que plantea lo siguiente: un trabajador de Pillaloo (ejem, ejem) muere en la carretera después de que un motorista le intentara provocar un accidente adrede. ¿Un asesinato?

La ficción reflexiona poniendo el pie en el borde de la piscina de la vida real. Y salta. Así es como, al entrar en el agua, comprendemos que igual merece la pena bajar al restaurante de turno que cada cual tenga debajo de casa en lugar de pedir una cena recalentada que nadie sabe desde que cocina llega. Si llegamos a hacer tan impersonal algo como la cocina casera, es que no sabemos realmente donde está nuestra casa. No nos puede dar igual que haya gente jugándose la vida por llevarnos ese plato caliente hasta el 4ºB de turno.

Porque la vida se da por garantizada de manera irresponsable y perpetua. De eso va también Sky rojo, la huida de tres chicas de un club de alterne que son perseguidas hasta lo más lejos que uno pueda imaginar. Porque les persigue un pasado del que no son culpables, sino víctimas pero que, a su vez, no les permite escapar. Una road movie a lo Tarantino pero que trata temas tan incómodos que no son en absoluto para todos los públicos. La realidad no es para cualquiera porque, efectivamente, siempre supera a la ficción.

Crear debate en torno a los temas importantes para que poco a poco puedan ir cambiando ciertas cosas y la sociedad sea algo mejor. Para que nosotros, como individuos sociales, podamos poco a poco aspirar a ser algo mejores. Ese es el fin en sí mismo del arte y la cultura en general, y de las intenciones de buena parte de las series españolas que, efectivamente, tanto han dado que hablar durante 2021.

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