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Aquí, allí y siempre

Antonio Lafarque

Cuaderno rojo (Poemas, 1978-1998)

Eduardo Chirinos

Pre-Textos (2024)

"Cuando los escuché por primera vez supe que nunca dejaría de escucharlos". Esta declaración de fidelidad está recogida en una entrada de Anuario mínimo, 1960-2010 (2012), la espléndida autobiografía de Eduardo Chirinos. La cita podría completarse añadiendo, sin faltar un ápice a la verdad, que tampoco dejaría de escribir sobre ellos. Ellos son Los Beatles, quiénes si no. Los chicos de Liverpool, los Fab Four, formaron parte de la banda sonora de la vida del poeta peruano, de ahí que les rindiera homenaje recurriendo en esta primera entrega de su obra poética, compuesta por ocho libros revisados y corregidos por él mismo, al título popular de la antología denominada por los EMI Studios 1962-1966, es decir, el Álbum Rojo, lanzado al mercado el 2 de abril de 1973, dos días antes de que Chirinos cumpliera 13 años. Conviene señalar que rojo era asimismo el lápiz con el que Morell, alter ego del poeta, subrayaba versos de otros poetas "con la intención de utilizarlos como epígrafes" (Cuadernos de Horacio Morell, 1981).

Uno de los nutrientes de los versos de Eduardo Chirinos es la música. Ciertos títulos tienen una evidente resonancia en tal sentido —Canciones del herrero del arca (1989), Breve historia de la música (2001), No tengo ruiseñores en el dedo (2006) y el póstumo Harmonices Mundi (2016)—, pero más allá de esta anécdota late la voluntad de construir una parte relevante de su obra apoyándose en las experiencias polifónicas. Hago uso del término polifonía en su puro significado —conjunto de sonidos simultáneos en que cada uno expresa una idea musical, pero formando con los demás un todo armónico—, queriendo valorar el amplio gusto musical de Chirinos ya que ningún estilo escapaba a su fino oído, dañado desde la primera infancia por una infección bacteriana que no afectó a su agudeza y buen criterio. Así, sin falsos artificios buscó acomodo a compositores, instrumentos, intérpretes y obras en las líneas y espacios de su pentagrama poético. Por el Cuaderno rojo asoman las notas de un piano presagiando la muerte, la Pequeña serenata nocturna de Bach, el sonido irracionalista de varias cornetas sopladas por un grupo de panaderos, Beethoven y Para Elisa, un organillo emitiendo melodías de zarzuelas, el carillón de una iglesia, las Cuatro estaciones vivaldianas, las campanas de la catedral de St. Patrick, la Tosca de Puccini, la trompeta de un vagabundo al atardecer, la voz del poeta imitando a La Voz de New York, New York y las viejas baladas de amor que enamoraban a las parejas. En Salzburgo, divisa a Mozart en medio de un enjambre de turistas japoneses, y en París recuerda al músico de Saint-Merry que cantó Apollinaire. Nombres consagrados e intérpretes anónimos cantan y tocan all together now en estos veinte años de poesía publicada —treinta de escritura— y sus notas provocan emociones similares en lóbregos callejones y en rutilantes óperas.

Además, hay otra sonoridad a la que Eduardo Chirinos presta atención concentrada: los sonidos de la naturaleza, llámense silbo de ruiseñores, zumbido de moscas o aullido de coyotes, todos palpables por así decirlo. También escucha la musicalidad inaprensible de los cantos de sirenas y la armonía de las esferas documentada por Platón y Aristóteles. Y "la música que brota del silencio" (Crónicas de un ocioso, 1983), que no es una sino múltiple según emane de la luna (Archivo de huellas digitales, 1985), del mar (El libro de los encuentros, 1988) o de la nieve (El equilibrista de Bayard Street, 1998), porque "el silencio reposa locuaz en mis orejas" (Cuadernos de Horacio Morell).

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En el preludio a Breve historia de la música confesó que pocas cosas le causaban mayor placer que "cerrar los ojos para ver las evanescentes y seductoras imágenes que brotan de cada pieza". Indudablemente, una de esas cosas es escribir poesía, un "difícil trabajo" en torno al cual formuló los tres ineludibles interrogantes: qué, para qué, por qué. En El libro de los encuentros pregunta "¿Y qué es al fin y al cabo la poesía?" sin encontrar un dictamen certero, de modo que la respuesta se conforma como una sarta de dudas que retroalimentan la pregunta madre a modo de laberinto con una única puerta de entrada y salida. Sobre la utilidad tiene una idea precisa: "Solo escribiendo rellenaremos el pozo / donde han de consumirse los recuerdos" (Cuadernos de Horacio Morell). Muy concluyente es la respuesta al tercer interrogante: "nada" busca escribiendo. Tiene el valor añadido de ser el epítome de una existencia entregada a la poesía, pues la reflexión está fechada en el tiempo que dedicó a compilar y corregir los poemarios y con esa contundencia figura en el prólogo —una lúcida poética— de este Cuaderno rojo. Me atrevo a introducir una variante. Eduardo Chirinos escribió para disfrutar de una apasionante forma de ejercer la libertad: esperar la llegada de la Palabra. En el preliminar a Canciones del herrero del arca tenía el convencimiento de escribir "no […] por vocación, sino por una fatalidad hermosa e ineludible".

Un cuarto de siglo después afirmaba en Medicinas para quebrantamientos del halcón (2014), cuando  la incurable enfermedad hacía estragos en su organismo, no en su pensamiento, que la palabra es "la música donde naturaleza y cuerpo descansan". Parecía volver a los años iniciales de escritura poética, aquella etapa en la cual la armonía vencía al estruendo del mundo. Me acuerdo ahora de Paul McCartney, letrista de un tema del séptimo álbum (Revólver, 1966) de sus muy queridos Beatles: Here, There and Everywhere. Pues eso: aquí, allí y siempre la poesía necesaria de Eduardo Chirinos.

 * Antonio Lafarque es codirector de la editorial de poesía 'Papeles del Náufrago' y editor de contenidos de la revista 'Litoral'.

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