Los puntos suspensivos de una postal
Podrías hacer de esto algo bonito | Maggie Smith
Libros del Asteroide (2024)
"La vida es corta, pero no se la cuento a mis hijos (…) / El mundo es terrible / al menos en un cincuenta por ciento, tirando / por lo bajo, pero no se lo cuento a mis hijos (…) / Esto podría ser bonito, ¿a que sí? / Podrías hacer de esto algo bonito". Algunos de los versos de Good Bones —traducido como Buenos cimientos, mismo título del tercer libro de Maggie Smith—, un poema publicado en una revista en 2016. Alcanzó cimas de viralidad, se coló por todas las rendijas, obtuvo repercusión universal, otorgó celebridad a la escritora. La aclamaron y reclamaron universidades y medios de comunicación. Meryl Streep declamó esta poesía en la gala anual de la Academy of American Poets. Comenzó a vivir de la palabra. Convulsionó su vida pública y, a la par, deshilvanó su vida privada. "Mi marido me dijo que yo era famosa… Oí: Ya no eres la de siempre; de alguna manera has desaparecido". El horcajo de un matrimonio donde ya no confluyen dos arroyos de caudal parejo. Ahora convergen un amazonas y un regato.
La escritora intuye ahí el punto de desencuentro, el nido de una brecha irrestañable. Quizá sí o, a lo peor, solo contribuyó a ahondar el barranco ya excavado entre Maggie y El Marido. Lo llama así, no lo nombra. Consciente ella de que el libro – dirigido, con apelación directa, a una "lectora", como si los lectores masculinos no pudieran empatizar- solo manifiesta su versión. "Esto no es una revelación total… es una revelación de lo mío" porque "solo tengo acceso a lo mío". Una mitad, la otra enmudece.
Una postal desencadenó la escisión. Mientras su marido y sus hijos dormían, no contuvo la curiosidad. El maletín de él presidía el salón. Imantó la mirada de ella. No resistió. No la cebó la sospecha, pero lo abrió. Descubrió unas líneas invocadas por una desconocida, que abocaron sus vidas a "la elipsis", a la pendiente de unos puntos suspensivos sin cifrar. "La traición es limpia". La Descubridora llama La Destinataria a la otra mujer: tiene hijos y una dirección postal a setecientos cuarenta y tres kilómetros, en otro estado. Lejos de Columbus, Ohio, "el corazón de todo", donde habitan una casa azul "vincapervinca". "Yo sabía que aquello no era ficción. Era su vida. Mi vida. La nuestra". Exigió explicaciones. Solo obtuvo un "no-es-lo-que-parece" y otro "tú-no-lo-entiendes". Réplicas rutinarias a un interrogatorio con pruebas que él destruyó después.
"Estoy afuera con candiles, buscándome a mí misma". Maggie Smith acoge esta metáfora de Emily Dickinson para alumbrar las causas del engaño. Una encrucijada de dudas. Absorta en tinieblas ignoradas después de trece años de matrimonio, "una institución económica". Antes, lo había entendido como una convergencia de sentimientos. Dos estudiantes en un taller de literatura creativa. Ella, "progresista, proaborto, agnóstica, monógama", a sus veintitrés años, aspira a hacer de la poesía su razón de ser. Él, con veintidós, pretende representar sus dramas en teatros. Lo consiguió con "una obra sobre infidelidad, secretos y traición". Un "presagio". Al poco de conocerse, compartieron piso. Cinco años después, en una cabaña llamada Agridulce -mal agüero-, él le pidió casarse. El marido abandonó la literatura, desvió su destino hacia el derecho. Sería —es— abogado. Maggie sostuvo su inclinación literaria, trabajó en una editorial. En 2008, con sus profesiones embrionarias, fueron padres. Nació Violet. "Nunca había sentido un dolor tan exquisito y nunca lo he vuelto a sentir, al menos no físicamente", recuerda sobre un parto que luego la deprimió. "Se me llevó por delante igual que una ola colosal". Entonces, se agarró a su par. "Con qué fiereza me aferraba a él en aquel tiempo. Qué primitivo mi amor, qué palpable mi felicidad". Aún maridaban.
"Somos todos muñecas rusas y llevamos dentro las versiones previas de nosotros mismos. Llevamos dentro el pasado". El tiempo les horada. La autora se topa con su propio cambio al buscar los porqués. "La Esposa es más madre que esposa. Se produce un giro". Acaso un alejamiento o el hastío. No los alude. Comienza a cuajar su querencia: le conceden una beca de escritura, deja la editorial. "Lo celebran". Luego, vendrá la pesadumbre. Crecerá una matrioska parásita. El género les astillara. Él considera sustancial su desempeño como letrado. El sustento familiar. Ella cree esencial su vida entre letras. "Aposté por mí". El esposo urgirá a la esposa que regrese por contrariedades domésticas. "Mi trabajo invisible se volvía dolorosamente visible cada vez que salía de casa". Después de dos abortos espontáneos, llegará su hijo, Rhett. Renacerá la depresión postparto. "Renuncié a ingresos y a oportunidades profesionales, pero esos sacrificios no salvaron mi matrimonio". La permanencia apolillada.
"Sabíamos que con el tiempo querríamos cosas distintas. Y luego empezamos a desearlas". El umbral del desgaje de una relación de diecinueve años. En 2018, el matrimonio se "prolongó" en divorcio. Los jueces sentenciaron la separación después de una lucha extenuante. "Los dos nos quedamos con todo y con nada en absoluto, y eso es lo más rematadamente triste". Maggie rememora "su conversación más difícil", cuando revelaron el descasamiento a sus hijos. Un instante estelar de estas memorias de una ruptura es cuando el pequeño Rhett, a sus seis años, resume cuatro vidas: "tengo una mamá que me quiere y tengo un papá que me quiere. Pero no tengo una familia". Zanjada la unión de sus padres, para los dos niños se abrió una zanja de cientos de millas entre dos ciudades. Desamor que desarropa.
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"Esta no es la historia de una buena esposa y un mal marido… Es la historia de una mujer que vuelve a ser ella misma". Maggie Smith no ha cejado en su búsqueda de los motivos que resquebrajaron un vínculo. Ha descrito su comezón y su afán por emerger de los añicos ocasionados por la quiebra en No pares: notas sobre la pérdida, la creatividad y el cambio y No pares: el diario. Un recurso frecuentado en los últimos años por escritoras -más que escritores-, que han acusado el impacto de la fractura. Con diferentes tonos. Desde la mordacidad de Nora Ephron en Heartburn, al dolor más enconado de los Despojos, de Rachel Cusk, y El coste de vivir, de Deborah Levy. La perspectiva de la mujer que ventila su yo tras desprenderse del nosotros fragmentado. Sin fragilidad. Candil con el pábilo encendido para rastrear por sus arterias cuando la pareja mengua y se apaga.
"No soy la mitad de nada. Lo que soy es singular. Un todo". Maggie Smith mantiene sus dudas y, a la vez, averigua una incógnita. Podrías hacer de esto algo bonito no refleja un absoluto. Sí un hemisferio, el de ella. Ausente la perspectiva de él. La llama no ha alumbrado todos los puntos suspensivos. Titila al doblar la esquina de la indulgencia: "ojalá me encuentre yo en un lugar de perdón". Tiembla cuando presiente el escondite del sosiego. "Esa es mi labor: buscar la paz, aun sabiendo que quizá la herida nunca se cierre del todo". La cicatriz de la libertad…
* Prudencio Medel es periodista.