VIOLENCIA SEXUAL

El #MeToo de las periodistas catalanas y la violencia en los medios: "Estamos agitando los cimientos del poder"

Manifestación del 8M en Girona.

Año 2014. Ana Polo tiene 24 años y acaba de empezar sus prácticas en los estudios de RAC1. Su superior, Quim Morales, casi le dobla la edad. En un momento dado, se abalanza sobre ella para intentar besarla. A partir de aquel momento, ella entierra sus vivencias en el silencio de lo privado y él se pasea con la impunidad propia de los poderosos. Año 2024. Mar Bermúdez está apunto de cumplir 26 y acaba de conseguir una sentencia que sin saberlo marcará un antes y un después: su agresor, el periodista Saül Gordillo, es condenado como autor de un delito de agresión sexual, por tocamientos a la joven sin su consentimiento. A ambas vivencias las separan diez largos años de distancia, una década marcada por un cambio de paradigma fundamental para las mujeres: la ruptura del silencio

Una fractura que ha comenzado a sacudir las redacciones catalanas. Ana Polo aprendió a convivir con aquel episodio de violencia al que siguieron tres meses de relación abusiva, pero ahora ha decidido hablar. Lo hizo la semana pasada, en el podcast de Crític. Y lo hizo con la mirada puesta en el reflejo que le devolvía Mar Bermúdez. "A raíz del caso, me siento muy identificada y pienso que igual es buen momento para contar lo mío", asiente la periodista catalana en conversación con infoLibre. Polo pone el foco en los avances, el camino recorrido entre el abuso que ejerció sobre ella su superior y la sentencia condenatoria dictada contra Saül Gordillo. "Hemos avanzado. Yo en ese momento no tenía las herramientas para identificar la violencia, ahora sí las tenemos", así que su voluntad inicial pasa por "comparar las dos experiencias" y tratar de abrir camino.

Polo habló ante los micrófonos, pero otras muchas han recogido el testigo. "Si escribo este artículo, es porque creo que todavía hay personas que no han entendido que, hace diez años, si te quejabas y decías que el presentador del programa donde trabajabas era un baboso, era a ti a quien echaban. Y lo digo por experiencia". Las palabras pertenecen a Alba Carreres, quien hace una semana se sentó frente al ordenador para tomar la mano de sus compañeras y clamar contra las violencias machistas en el seno de los medios de comunicación.

Llucia Ramis señaló en redes sociales los abusos de poder y la violencia sexual que se vio obligada a sortear desde su entrada en los medios de comunicación, y Gina Tost verbalizó el acoso por parte de un superior cuando ella tenía 25 años, esta vez con sentencia condenatoria contra él, quien en cualquier caso "sigue trabajando en sitios importantes".

Fue en 2018 cuando Elena Parreño expresó en un artículo la violencia experimentada durante sus primeros años en las entrañas de distintos medios. Una columna que vuelve a primera línea y que ha pasado a engrosar esta suerte de #MeToo en el sector.

Un cambio en la mirada

Crític, el medio con el que colabora Parreño, le pidió republicar su texto. "Y les dije que adelante, sin pensar en el impacto", comparte al otro lado del teléfono. El resultado fue sustancialmente distinto al que tuvo hace ahora siete años. "Ha cambiado la mirada de la gente", cavila la periodista, quien apoya sus conclusiones en un movimiento clave: esta vez sí recibió "mensajes de compañeras que ya conocían el artículo y que sólo esta vez me pidieron perdón por haber presenciado cosas a las que no dieron importancia, perdón por no haberlo sabido leer".

El mismo cambio de mirada, el salto evidente en lo que respecta al reproche social, también lo percibe Gina Tost. Ella sí judicializó el acoso que sufrió, pero lo hizo sólo una vez la situación se tornó insostenible. "Denunciar es muy caro, no sólo a nivel económico, sino todo lo que implica, es un infierno", reconoce hoy. En aquel momento, el contexto jurídico "era completamente distinto", pero también "se veía de manera diferente a nivel social". Cuando Tost dirigió la mira a sus compañeros, nadie respondió. "Pedí testimonios de gente que sabía cosas y se negaron. No los culpo, porque asumían posibles represalias", se apresura. 

Las huellas

Precisamente fue el miedo a las consecuencias lo que inmovilizó a Ana Polo. "Nadie tendría que asumir que o pasas por el aro, o habrá consecuencias. Y las consecuencias son que te aparten, te veten, te echen y te impidan tener una trayectoria profesional. Eso era lo que a mí me daba miedo". Pero el silencio no es un bálsamo, al contrario: después de aquel episodio de violencia vino la culpa y la pérdida de autoestima. "Lo que marca el abuso no es tanto el hecho en sí, sino las huellas", reflexiona hoy. Las secuelas no son pocas: "Mi autoestima laboral no existe, siempre está en duda, me preguntaba si me habían dado el trabajo porque soy válida o porque le parecía mona a mi jefe, me hace dudar mucho de mí y hace que esté enganchada a mi trabajo y a mi agresor. Cambio mi forma de vestir, porque no quiero comentarios sobre mi aspecto físico. Me quedo traumatizada y ante todas las ofertas laborales que me van llegando, me pregunto si me va a volver a pasar".

Aquello sólo obtuvo reparación con el tiempo, el acompañamiento terapéutico y el feminismo, un tándem que le ha "ayudado a ver" que no es "la única". "Esto me ha pasado porque soy mujer y porque estaba en un rango inferior a la persona que me estaba agrediendo", dice hoy con firmeza.

Feminismo y terapia. Son los mismos compañeros de viaje a los que se aferró Mar Bermúdez. "Me costó muchísimo tomar la decisión porque el proceso judicial da mucho miedo. Primero tienes que aceptar y encajar lo que ha pasado y después decidir qué hacer con ello", asiente en entrevista con este diario. Esa decisión, insiste en dejar claro, es en realidad la consecuencia lógica de la batalla que otras libraron primero. "Se lo debo a todas las mujeres que al final han luchado antes que yo y que han hecho pedagogía. Cuando me pasó, el concepto de agresión ya no era desconocido".

El silencio de ellos

Si la ruptura del silencio ha supuesto un cambio significativo en la última década, lo cierto es que no todo el mundo parece haber encontrado su encaje. Entre los mensajes que ha recibido Parreño hoy, ninguno proviene del terminal móvil de un hombre. Ninguno de sus compañeros o excompañeros se detuvo un momento a pulsar el botón de enviar. "Todos son de mujeres. Hubiera agradecido el mensaje de algún compañero", lamenta.

Tost se detiene en el mismo punto. "Me gustaría ver a más hombres con el poder de un micrófono y de una columna diciendo que ellos también lo vieron", clama. A su juicio, el silencio que pesa sobre ellos se explica por dos motivos: "Muchos nos quieren dar nuestro espacio y dejarnos hablar a nosotras, pero otros saben que se tienen que revisar ellos mismos".

También así lo defiende Polo, quien lamenta que el acoso, el abuso de poder y la violencia sexual siga agazapada en los centros de trabajo. "Hay mucho cómplice, hay redacciones en las que se avisa: 'Cuidado con este". Pero la advertencia no pasa del susurro. El silencio pesa más si cabe en un mundo profesional "tan pequeño y tan endogámico". Nadie, afirma, "quiere romper esta calma tan incómoda, es más fácil hacer como que no está pasando nada. Pero sí están pasando cosas".

En este punto, Bermúdez detecta un hecho diferencial a la hora de denunciar violencia sexual en el sector: los comentarios negativos, el descrédito hacia la víctima, no se quedan en el ámbito de las conversaciones privadas, sino que ocupan tribunas y permanecen para siempre estampados en las páginas de algunos diarios. "Hubo mucho cuestionamiento, se publicaron columnas de opinión" firmadas por hombres que "por trayectoria profesional tenían mucho poder, desacreditándome o blindando a mi agresor. En aquel momento estaba destrozada, fue un machaque", denuncia.

Remover los cimientos

Frente a los ataques, la joven encontró una red en la que sostenerse, tejida por las manos de otras muchas compañeras. 

"Ha valido la pena porque muchísimas mujeres me han dicho que se han sentido acompañadas, quiero pensar que todo esto pondrá un poco más nerviosos a los perpetradores", conjuga Polo, "es una grieta que sólo puede hacerse más grande, no van a poder cerrarla".

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Tost recoge el potencial de todas esas voces y las encaja como una suerte de motor de cambio: "Estamos agitando los cimientos del poder y consiguiendo que mucha gente revise sus propios comportamientos", clama. "Si conseguimos evitar que pase más veces y que las víctimas lo identifiquen más rápido, habrá merecido la pena", asiente, convencida de que el precedente en las redacciones catalanas tendrá su impacto en las de todo el mapa.

Al mismo punto llega Parreño, quien pone el foco especialmente en las más vulnerables: las estudiantes en prácticas. "El entorno siempre ha mirado hacia otro lado, pero esto por lo que hemos pasado muchas no tiene que seguir pasando. Ahora hay una red detrás".

Mar Bermúdez admite que todavía se le eriza la piel ante la simple insinuación de que el paso dado por ella sentó las bases para la oleada de testimonios que llegaron después. "Hacía tiempo que tenía que pasar, me cuesta mucho procesar que se deba a que yo haya hecho algo", confiesa. La periodista se esfuerza por tirar de genealogía y reconocer el camino que otras se ocuparon de allanar. "Todo lo que ellas pasaron, con todo ese dolor, lo que cambiaron, es lo que ha hecho que yo haya podido hablar", concede.

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