La portada de mañana
Ver
Nadie quiere parar a Netanyahu: Israel, cada vez más fuerte e impune tras 40.000 muertos en Gaza

Polariza que algo queda: Donald Trump es víctima del clima de odio que él mismo ha alimentado

Donald Trump en un mitín en Nevada.

François Bougon (Mediapart)

Desde la retirada del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su sustitución por su vicepresidenta, Kamala Harris, los partidarios de Donald Trump no han dejado de denunciar el silencio de los medios de comunicación sobre el intento de asesinato que sufrió el 13 de julio en Pensilvania en pleno mitin, en el que murió el autor, un joven de 20 años.

Es cierto que el candidato republicano a la presidencia disfrutó entonces de un auge de popularidad debido a su condición de víctima, y su condición de héroe invencible aumentó su aura entre sus seguidores.

Unas horas después, Trump habló por teléfono con Robert F. Kennedy Jr, el hombre que había decidido retirarse de la carrera presidencial para apoyarle, sobrino del último presidente asesinado, John Fitzgerald Kennedy, en 1963, e hijo del senador Bob Kennedy, asesinado a su vez en 1968 cuando acababa de ganar las primarias demócratas en California. Según dice el descendiente de la familia Kennedy, Trump le preguntó: “¿Crees en Dios?” “Le dije ‘sí’. Y él dijo: ‘Creo que ahora yo también’”.

Poco antes del primer debate del martes entre Donald Trump y Kamala Harris, la esposa del primero, Melania Trump, publicó un brevísimo y extraño vídeo en el que, en modo conspiranoico, denunciaba el silencio de los medios sobre el intento de asesinato preguntándose por qué ninguno de los agentes de seguridad había detenido al pistolero antes del mitin. “Sin duda, aún queda mucho por decir y hay que llegar al fondo del asunto”, concluyó.

Estos ataques al supuesto silencio de los medios proliferaron tras el debate televisado entre Donald Trump y Kamala Harris, en el que el primero apenas brilló. “Mientras el pueblo estadounidense recuerda aquel fatídico día, los medios de extrema izquierda están decididos a borrarlo de la historia, como demostró la ABC durante el debate presidencial al no hacer ni una sola pregunta sobre el intento de asesinato”, declaró Halee Dobbins, directora de comunicación del Comité Nacional Republicano para Arizona y Nevada, al Deseret News justo después del duelo.

Durante su enfrentamiento, Donald Trump culpó a los partidarios de Kamala Harris del ataque: “Probablemente me dispararon en la cabeza por lo que dicen de mí”, dijo, haciendo un gesto en dirección a Kamala Harris. “Hablan de democracia, [dicen que] soy una amenaza para la democracia”.

No cabe duda de que el intento de asesinato frustrado el domingo por el Servicio Secreto reavivará la vorágine política y mediática.

La violencia política, una larga historia

El FBI anunció que estaba “investigando” el incidente, en el que se detuvo a un sospechoso pero nadie resultó herido. Según los medios americanos, el sospechoso es Ryan Wesley Routh, a quien la Agencia France Press entrevistó en 2022 en Kiev (Ucrania), adonde había viajado en apoyo del pueblo ucraniano. Este hombre de 58 años fue detenido después de que agentes de los servicios secretos amricanos “abrieran fuego contra un hombre armado” que portaba un fusil AK-47 cerca del campo de golf de Donald Trump en Florida, donde jugaba el expresidente, el domingo 15 de septiembre.

Su rival demócrata Kamala Harris se declaró “profundamente perturbada por el posible intento de asesinato del expresidente Trump” y abogó por que “este incidente no conduzca a más violencia”.

La violencia política en Estados Unidos tiene una larga historia. Han sido asesinados cuatro presidentes: Abraham Lincoln en 1865, cuando acababa de terminar la Guerra Civil, James Abram Garfield en 1881, William McKinley en 1901 y John F. Kennedy en 1963.

Como señalaba hace unos días Rachel Kleinfeld, investigadora de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, Estados Unidos tiene una “larga historia de violencia política, con sus altibajos”. En Le Monde, justo después del primer atentado contra Trump, la directora editorial de la revista Esprit, Anne-Lorraine Bujon, señalaba que “la violencia política en Estados Unidos está [...] en parte ligada a una historia de conquista y depredación, así como al legado de la esclavitud y al siglo de segregación que le siguió”.

Desde 2020, no cabe duda de que el país ha vuelto a vivir un momento álgido, y uno de los principales responsables es Donald Trump. Al negarse a reconocer el resultado de las elecciones –en agosto de 2023 fue procesado por intentar anular el resultado de las elecciones de 2020 en Georgia, un estado clave– y afirmar que habían sido robadas, el expresidente socavó la confianza en el Estado federal, ya muy deteriorada por las decisiones tomadas durante la pandemia del Covid-19. Por primera vez en la historia del país, fueron amenazados e incluso atacados funcionarios de la administración electoral.

Se trata de un terreno fértil, con una marcada polarización entre dos bandos, la propagación del discurso del odio y la desinformación, la falta de confianza en las instituciones, el dominio del dinero en el proceso electoral y una nación demasiado armada: hay más armas en manos privadas en Estados Unidos que en todos los ejércitos del mundo.

Así que no es de extrañar que el tema de la guerra civil, que ha rondado la memoria de la gente desde el sangriento conflicto entre el norte y el sur entre 1861 y 1865, vuelva a aparecer en los comentarios de especialistas y activistas políticos. Tom Klingenstein, presidente del Instituto Claremont, un think tank trumpista, sostiene que el país se enfrenta a un nuevo totalitarismo, el “régimen woke”, y que para combatirlo “primero debemos entender que estamos en guerra”.

Esas ideas también pueden encontrarse en varias publicaciones. En 2022 se publicó How Civil Wars Start : And How to Stop Them (Cómo empiezan las guerras civiles: Y cómo pararlas), de Barbara F. Walter. El cine –Civil War, de Alex Garland, estrenada este año, muestra a Estados Unidos en guerra consigo mismo– y la literatura no se quedan atrás.

En 2023, Douglas Kennedy publicó una distopía ambientada en 2045, en la que imagina una nueva guerra de secesión. “Somos dos países y nos odiamos”, explicó en la televisión francesa, afirmando que el fanatismo estaba en el alma estadounidense. Los pioneros de la colonización británica, los pasajeros del Mayflower, eran “los talibanes del siglo XVII”, dijo.

Elecciones, tiempo de tensión

Con ese telón de fondo, el periodo electoral es un momento particular en el que se lanzan los que piensan –casi siempre hombres– que apretar el gatillo de un arma resolverá todos los problemas. Pero para llegar a la violencia, un eslabón necesario son los propagadores de odio, ya sean operadores mediáticos o políticos. Y ahí es donde Trump ha desempeñado un papel esencial, aunque ahora sea él el objetivo.

“La polarización no hace violenta a la gente, pero puede agitar a las personas que están al límite, convirtiéndolas en objetivos”, dice Rachel Kleinfeld, señalando que los autores de actos violentos a menudo sufren trastornos mentales. Ese parece ser el caso del sospechoso del domingo. Según Le Monde, “si nos atenemos a lo que ha escrito, Ryan Routh parece tener sobre todo las características de un mitómano, un megalómano y un veleidoso”.

Un periodista del New York Times cuenta que le entrevistó por teléfono tras enterarse de que intentaba reclutar a afganos para luchar en Ucrania. “Habló de comprar a funcionarios corruptos, falsificar pasaportes y hacer lo que hiciera falta para llevar a sus cuadros afganos a Ucrania, pero no tenía ninguna forma concreta de lograr sus objetivos”, escribió el periodista. “Yo negaba con la cabeza. Sonaba ridículo, pero el tono de voz del Sr. Routh decía lo contrario. Iba a apoyar a Ucrania en la guerra, pasara lo que pasara. Como muchos de los voluntarios a los que entrevisté, volvió a desaparecer del mapa. Hasta este domingo.”

Cerca ya de las elecciones del 5 de noviembre, hay mucho miedo en el país. ¿Qué ocurrirá en este clima explosivo? Una victoria de Trump desencadenará una oleada de protestas de la izquierda demócrata. Si Kamala Harris se convierte en la primera presidenta negra del país, ¿veremos nuevos ataques al Capitolio, como en enero de 2021?

En 2020, tras las disputas electorales en Georgia, el Centro Carter, acostumbrado a supervisar elecciones en el extranjero, ha iniciado ya sus actividades en Estados Unidos en seis estados: Arizona, Florida, Georgia, Michigan, Carolina del Norte y Wisconsin. Se trata de una primicia desde su fundación en 1982. Y una ilustración del empeoramiento del clima.

Han surgido iniciativas para intentar combatir este preocupante fenómeno. En agosto, la ABA (American Bar Association), principal órgano de representación de los profesionales del Derecho en Estados Unidos, lanzó un “grupo de trabajo” para la democracia estadounidense.

Trump culpa a la "retórica" de Biden y Harris de su nuevo intento de asesinato

Trump culpa a la "retórica" de Biden y Harris de su nuevo intento de asesinato

“Al igual que los médicos estuvieron en primera línea de la respuesta a la pandemia del Covid-19, los abogados deben responder ahora al llamamiento para defender la democracia constitucional americana y el Estado de Derecho”, explicó la asociación. Se han puesto en marcha una serie de iniciativas para que los abogados puedan garantizar que las elecciones se desarrollen sin problemas y asegurar su integridad. Lo peor no es inevitable.

 

Traducción de Miguel López

Más sobre este tema
stats