Vivimos en la mentira Baltasar Garzón
Isabel la Católica y Miguel Hernández
Gran lío conceptual. El ministro Urtasun dijo el otro día que a Miguel Hernández lo habían asesinado y los forenses más reputados de cada casa salieron a enmendarle la plana. «¡Tuberculosis, tuberculosis!», gritan los generales más ilustrados de la trinchera cultural. Hasta Girauta le ha dedicado una cuartilla, con lo que debe costarle juntar un sujeto con un predicado. ¡La cosa es grave!
Según los próceres de la pulcritud histórica, que te encierren en una pocilga y te nieguen los cuidados médicos no tiene por qué privarte de los laureles de la muerte natural. Lo mató Dios, que lo llamó a su presencia. Cuando creíamos que no había cosa más difícil que separar al autor de su obra, fíjate por dónde nos obsequian con una pirueta aún más virtuosa. Me gusta el argumento y lo llevaría más lejos. Stalin no tuvo ninguna culpa de que en el gulag hiciese frío. ¿Paracuellos? Las cuentas, a las balas, ¡Carrillo, inocente! A Anna Frank la mató el tifus, a los cristianos del coliseo les vino mal el hambre de las fieras y Carrero Blanco se enemistó con las reacciones químicas. Pensarán que exagero, pero el argumentito no es nuevo: los malnacidos que arrojaron a Enrique Ruano por una ventana del séptimo piso de la Dirección General de Seguridad declararon que al muchacho lo había liquidado la ley de la gravedad.
No quisiera estar en la cabeza de uno de estos garantes de la precisión tanatológica, que lo mismo te dicen que vivimos en una dictadura woke porque las muchachas no se dejan tocar el culo en los bares que se ponen tiquismiquis sobre cuánta culpa tiene el tirano de su preferencia en las muertes de los reos a su cargo. ¡Maduro, genocida! ¿Franco? Carcelero ejemplar.
Stalin no tuvo ninguna culpa de que en el gulag hiciese frío. ¿Paracuellos? Las cuentas, a las balas, ¡Carrillo, inocente! A Anna Frank la mató el tifus, a los cristianos del coliseo les vino mal el hambre de las fieras y Carrero Blanco se enemistó con las reacciones químicas
La semana nos ha traído otro revival histórico. Aprovechando la visita de Estado de sus majestades, el Gobierno le ha concedido la Orden de Isabel la Católica a Giorgia sí a fronteras seguras no a la inmigración masiva Meloni. El fascismo se cura viajando y repartiendo medallitas en el lugar de destino. Tampoco quisiera sobredimensionar la importancia de estas condecoraciones: hace una temporada, el consejo de ministros más progresista de la historia obsequió a la princesa de Asturias una chapita de Carlos III por el increíble mérito de haber llegado viva a la edad de dieciocho años (¡bravo, alteza!). Comprobando la tenacidad en la defensa de las convicciones democráticas y la lucha numantina que el pe so e y asociados están librando contra el acelerado auge del nacional populismo, no descartemos que pronto nos persuadan de los enormes beneficios geopolíticos que nos traería hacer a Milei maestrante de alguna orden de caballería, con el correspondiente feudillo en Torrevieja.
La política internacional tiene sus complejidades, quién lo duda, pero seguro que hay una opción intermedia entre el cierre de fronteras y ponerse a remedar las sobremesas de Ribbentrop y Mólotov. Qué sabré yo. Pero, ahora que lo pienso… el recorte de las siglas del colectivo LGTBIQ+ ¿habrá sido un guiñito a la fiera dirigente transalpina? Confío en enterarme en la tercera entrega de las memorias del presidente Sánchez. Las espero ansioso, más ahora que puedo encargarle un resumen de tres líneas a ChatGPT.
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