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Los niños y los nazis

Los niños son sagrados. Un comité de forofos del nacionalsocialismo se ha reunido en concilio y ha llegado a tamaña conclusión. ¡Sagrados todos! Menos los menas, los que trabajan para Hamás, los de Pablo Iglesias e Irene Montero, los que pertenecen al emperador y los que de lejos parecen moscas.

Un nazi (lo dice él, conste) entra en un teatro y le cruza la cara a un cómico: tenemos debate bizantino. Por lo visto, hay situaciones en las que una agresión coordinada y publicitada protagonizada por fans de Hitler está justificada. «Soy un padre», salvoconducto universal; excepto si se ha llegado en patera o se es pobre, rojo, refugiado o del pantone inadecuado. Nuestros exégetas más sagaces se han esmerado en el comentario de texto. Que si el abofeteado invocó a los pederastas (que no), que si el comentario estaba fuera de lugar (que lo estaba) o que si al tal Caravaca se le transparentaba el racismo y la homofobia (que lo hacía). ¿Oyen ese gorgoteo? ¡Un millar de meninges se estrujan para dictaminar cuándo es razonable aplaudir a los nazis que se toman la justicia por su mano!

Algo tienen las esvásticas y la violencia que encandilan al más pintado. Leí al querido Juan Soto Ivars, esmerado vengador de las afrentas más livianas a la libertad de expresión, elogiar la pulcritud con la que se había resuelto el asunto. A hostias, concretamente. Amedrentar es de caballeros, parece: la cosa más civilizada del mundo. Me extraña la gallardía de alguien que se hizo cruces cuando unos canadienses cualquiera dijeron que, quizás, Tintín en el Congo no es la lectura más edificante del mundo. ¡A las armas! ¡El canon de la literatura universal corre un peligro de muerte! No os preocupéis, gentes prudentes y sencillas: las aguerridas tropas de la trinchera cultural lanzarán desde sus avionetas los inencontrables tebeos de Hergé.

El honor es la sustancia más frágil de la Creación y puede ofenderse con una mirada mal tirada. En cuanto pasen las calores, pienso recapitular todas las veces que egregios columnistas de cocorota despejada y cortinilla sandunguera me han llamado gordo en redes

Parece que, de tanto en tanto, un grupito de lumbreras descubre la eficiencia del pistolerismo y la autogestión de las afrentas. Esto ha dado buenísimos resultados a lo largo de la historia. Los americanos lo aprenden desde chiquititos. Sí, montando el equipito de baloncesto, te escogen el último, recuerda: en Walmart siempre hay ofertas en la sección de fusiles. Espero que no lleguemos a tanto, seguro que un venerable claustro de cabezas rapadas puede redactar un código de Hammurabi para el siglo XXI. Todo sea por agilizar la administración de Justicia: hay que enviarle el memorándum al ministro del ramo. 

Los periódicos del XIX tenían en nómina a un duelista que se encargaba de mantener intacta a la sección de opinión. El honor es la sustancia más frágil de la Creación y puede ofenderse con una mirada mal tirada. En cuanto pasen las calores, pienso recapitular todas las veces que egregios columnistas de cocorota despejada y cortinilla sandunguera me han llamado gordo en redes (algo tiene la alopecia contra el sebo, tengo que escribirme un paper). Malo será que no encuentre motivos para sacar la mano a pasear. Como souvenir les entregaré, plastificado, su lustroso comentario a estos últimos acontecimientos: «Bien está lo que bien acaba».

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