¿Sirve de algo desmentir con datos?

En estos tiempos en los que las mentiras corren más que la verdad, las suposiciones más que los hechos, y las patrañas más que los datos reales, se ha extendido la duda de la conveniencia o no de contradecir a los mentirosos. ¿Sirve de algo mostrar datos contundentes a quienes creen, por ejemplo, que el cambio climático es un invento de “la dictadura progre”? ¿Sirve de algo la mejor constatación científica de que no hay vínculo entre las vacunas infantiles y el autismo, para que quienes son contrarios a las vacunas dejen de poner en riesgo la salud de sus hijos?  Demasiado a menudo se nos dice que no. Que desacreditar con datos una opinión puede producir un efecto bumerán, que tan solo producirá un refuerzo en las opiniones de los creyentes. De hecho, hay un par de estudios académicos que demostraron que ese efecto (backfire effect en inglés), se producía en ciertas circunstancias. En el artículo When corrections fail (Cuando las correcciones fracasan), de 2010, se resumen dos de esos estudios. 

Efectivamente, cuando se desacreditaban las palabras de George Bush sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, los creyentes no aceptaban los hechos en contrario y seguían creyendo que las armas existían. Y cuando se corregía a los creyentes a propósito de la suposición de que reducir impuestos incrementa los ingresos del Estado, esos mismos ciudadanos tendían a reforzar sus opiniones. Pero se trataba de asuntos muy controvertidos, en los que las predisposiciones ideológicas son muy fuertes y estables

Esos mismos investigadores y otros después han negado con diversos experimentos la realidad de ese “efecto bumerán”. Una buena cuenta del estado de la cuestión puede encontrarse en el reciente artículo The backfire effect, de la investigadora británica Amy Sippitt. La gente aprende cuando se le dan datos, y alinea sus opiniones con el nuevo conocimiento de los hechos. Puede resistirse en asuntos especialmente espinosos o ideológicos, pero lo cierto es que en la formación de la opinión pública, al final, los hechos importan

El problema puede ser quedarse sólo con los hechos y usarlos para desmentir narrativas, sin ofrecer un relato alternativo. Por ejemplo, es fácil demostrar con datos que la inmigración es buena para España: aporta más ingresos que gastos a las arcas públicas, mejora nuestra demografía, genera diversidad y riqueza cultural... Pero si no somos capaces de generar una narrativa de orden en la regulación de las entradas de migrantes, entonces la ultraderecha desmonta en un segundo cualquier dato o hecho, con narrativas tan sencillas como que “una madre cuida primero a su hijo, y luego al del vecino”. 

Los trabajadores migrantes aportan el 10% de los ingresos a la Seguridad Social y reciben menos del 1% de las pensiones

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La izquierda ha fomentado tradicionalmente –en buena parte por eso es izquierda– el conocimiento científico y el racionalismo. Ha luchado contra los mitos y los cuentos, contra las creencias infundadas y la superchería. Y ha creído por eso que los hechos son hechos y que se imponen solos

Pero tiene sólo parcialmente razón. Una lucha permanente por la verdad científica, un énfasis sin descanso en la investigación, una defensa a ultranza de la razón, no valen por sí solos. Quedarán incompletos si no son engarzados por una narrativa poderosa y persuasiva. 

Los científicos demuestran con fríos números que nuestro planeta está en peligro, pero la historia tiene que venir a contarla, además, Greta Thunberg o la osa blanca errante de Al Gore. Los demógrafos y los sociólogos cuentan científicamente los beneficios de la inmigración, pero el relato persuasivo sobre el mestizaje y la solidaridad nos lo contaron más bien García Márquez, Vargas Llosa o Shakira. Los hechos, los números, los datos, son imprescindibles. Y debemos cuidarlos frente a las simplificaciones y el alarmismo de los populistas. Pero desde la izquierda fracasaremos si no somos capaces de engarzarlos en nuestro relato clásico: la lucha de los muchos frente a la avaricia de los pocos. La defensa de la libertad frente a las imposiciones religiosas. La solidaridad y la protección y la acción común frente al individualismo egoísta. 

En estos tiempos en los que las mentiras corren más que la verdad, las suposiciones más que los hechos, y las patrañas más que los datos reales, se ha extendido la duda de la conveniencia o no de contradecir a los mentirosos. ¿Sirve de algo mostrar datos contundentes a quienes creen, por ejemplo, que el cambio climático es un invento de “la dictadura progre”? ¿Sirve de algo la mejor constatación científica de que no hay vínculo entre las vacunas infantiles y el autismo, para que quienes son contrarios a las vacunas dejen de poner en riesgo la salud de sus hijos?  Demasiado a menudo se nos dice que no. Que desacreditar con datos una opinión puede producir un efecto bumerán, que tan solo producirá un refuerzo en las opiniones de los creyentes. De hecho, hay un par de estudios académicos que demostraron que ese efecto (backfire effect en inglés), se producía en ciertas circunstancias. En el artículo When corrections fail (Cuando las correcciones fracasan), de 2010, se resumen dos de esos estudios. 

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