No es lo mismo ser viejo político que político viejo

Nativel Preciado

Recuperar la memoria democrática consiste, sin duda, en desagraviar, en lo posible, a las víctimas de la dictadura franquista, reconocer la violencia y persecución que padecieron y condenar las prolongadas tropelías que cometieron los golpistas desde julio de 1936. Pero la Ley también incluye la defensa de los valores democráticos. Para afianzarlos hay que relatar los hechos históricos tal como fueron y no permitir que se manipulen con el fin de construir un relato falsario y tramposo. A los que fuimos testigos de aquellos años nos duele conocer las profundas carencias históricas que tienen los jóvenes, como se desprende del reciente informe elaborado por CIMOP, un instituto de Investigación de mercados y opinión pública. 

Resulta aún más hiriente la versión despectiva que se ofrece de algunos acontecimientos y de ciertos personajes. En ese sentido, sería oportuno desmantelar los prejuicios ideológicos con los que se juzga la etapa política de Felipe González, muy presente en estos días de conmemoración del cuarenta aniversario de la victoria socialista de 1982. Siempre encontraremos versiones contradictorias y extremas sobre su personalidad. Los más entusiastas destacan su instinto político, su sentido de la oportunidad, sus dotes de mando y le definen como el único estadista carismático que ha dado la democracia restaurada. Otros, frente a sus evidentes aciertos, señalan su larga serie de errores como para considerarle, como poco, un traidor a la izquierda. Desde luego, en sus inicios, era más radical y heterodoxo que cualquiera de los dirigentes políticos de la izquierda actual. Y no solo porque saludase puño en alto, fuera descorbatado, llevase el pelo largo, camisa de leñador y traje de pana, sino porque logró aplacar a los militares, cortó de raíz sus intentonas golpistas, modernizó el país en todos los ámbitos, lo integró en la Comunidad Económica Europea, inició el Estado de Bienestar, hizo posible el acceso de todos los ciudadanos a la sanidad y a la educación pública y, además, resucitó un PSOE que languidecía tras 40 años de exilio, un partido que ganó cuatro elecciones consecutivas, las tres primeras por mayoría absoluta. Pues bien, a González se le pueden plantear todo tipo de cuestiones sobre su trayectoria política, sobre lo divino y lo humano, pero cuando salen a relucir la corrupción o los GAL queda descalificado todo mérito. No se aceptan ni matices ni posturas disidentes. Vivimos en una perturbación democrática que consiste en torpedear sistemáticamente todo lo que hace el adversario político. Al enemigo ni agua.

Hay que relatar los hechos históricos tal como fueron y no permitir que se manipulen con el fin de construir un relato falsario y tramposo

Conviene consultar la hemeroteca, el mejor antídoto contra la mentira y la desmemoria, para recordar que el partido de Felipe González, durante la ultima etapa de la dictadura franquista, era marxista, republicano, autogestionario, defendía el derecho a la libre autodeterminación de las nacionalidades y regiones del Estado español y planteaba la ruptura democrática. Me dirán que no queda ni sombra de lo que fue y es cierto, pero como bien dijo Carmen Romero recientemente en televisión, nada permanece tal y como comenzó; tanto los partidos como las personas evolucionan, de un modo inevitable, en función del tiempo que les toca vivir. A pocos políticos, por cierto, he visto ejercitar la memoria histórica de un modo más prudente, tranquilo y ecuánime que a Carmen Romero, la mujer que durante catorce años vivió junto a González en el Palacio de la Moncloa. Qué gusto da entrevistar a personas que saben ocupar el lugar que les corresponde en la sociedad, que ejercen la empatía, la compasión y valoran la acción colectiva muy por encima de su propia individualidad. Más allá de su carácter sosegado, es probable que en su criterio haya influido de algún modo la estrecha relación que mantiene con su hija, María, creadora de la Fundación Felipe González, que se ha dedicado a trabajar con su padre, para ordenar la copiosa documentación generada durante la actividad pública y así contribuir al mejor entendimiento de nuestra historia colectiva y al conocimiento de una figura política decisiva en la segunda mitad del siglo XX. Los archivos son públicos y están a disposición de todos los ciudadanos. Felipe González tuvo una visión profética al calificarse a sí mismo de jarrón chino. Se le supone un gran valor y, naturalmente, nadie se atreve a tirarlo a la basura, pero, en realidad, no se sabe qué hacer con él. Más aún desde que, alejado del poder político, dedica su vida a pensar libérrimamente, a expresar sus convicciones aunque se estampen contra los muros de la incomprensión y a luchar contra los numerosos prejuicios ideológicos que siguen vigentes. Guste o no guste a sus pertinaces adversarios, el criterio de Felipe González es determinante en los foros internacionales.

A los analistas más veteranos nos hacen siempre una pregunta recurrente: ¿por qué en la actualidad no hay líderes políticos tan carismáticos como los de entonces? Suelo responder con el ejemplo de Felipe González, un sencillo abogado laboralista que aprendió peleando en la clandestinidad, lidiando con su partido y superando una transición repleta de dificultades. Cuando fue elegido secretario general del PSOE tenía 33 años y cuarenta cuando llegó a la Presidencia del Gobierno. El jarrón chino más emblemático de nuestra democracia, a pesar de que le están zarandeando unos y otros, tiene la resiliencia de los árboles más recios del bosque. Es ya octogenario, pero, como él mismo me ha recordado tantas veces, no es lo mismo ser un político viejo que un viejo político.

Los políticos de entonces aprendieron a ser lideres con un método mas rápido y eficaz del que enseñan ahora en los masters sobre liderazgo de las mejores universidades del mundo. Quizá el carisma se adquiere a fuerza de ponerse a la altura de las circunstancias históricas que a cada uno le haya tocado en suerte.

 

Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios.

Recuperar la memoria democrática consiste, sin duda, en desagraviar, en lo posible, a las víctimas de la dictadura franquista, reconocer la violencia y persecución que padecieron y condenar las prolongadas tropelías que cometieron los golpistas desde julio de 1936. Pero la Ley también incluye la defensa de los valores democráticos. Para afianzarlos hay que relatar los hechos históricos tal como fueron y no permitir que se manipulen con el fin de construir un relato falsario y tramposo. A los que fuimos testigos de aquellos años nos duele conocer las profundas carencias históricas que tienen los jóvenes, como se desprende del reciente informe elaborado por CIMOP, un instituto de Investigación de mercados y opinión pública. 

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