Mirarse en la escalera Luis García Montero

La megafonía de las estaciones anunciando el fin de las ayudas estatales al transporte público. Postcard from Spain, enésima semana de enero de 2025. Estos días todo el mundo sabe lo que ha pasado en el Congreso. La política, de repente para muchas personas, ya no es algo teatral, tragicómico, ajeno, tedioso, ininteligible. La política es, por ejemplo, que de un día para el siguiente no puedas pagar el medio que te lleva a trabajar o a estudiar, o que para hacerlo tengas que reorganizar una economía doméstica ya muy apretada. La política siempre es así de decisiva, pero pocas veces puede verse tan claro, tan inmediato, como en esta ocasión.
Sería bueno aprovechar esta oportunidad pedagógica. Una megafonía en las salas de los centros de salud que explique por qué vas a estar dos horas esperando para una consulta que pediste hace días y te van a atender pocos minutos: Buenos días, aquí faltan otros tres médicos de cabecera para poder cubrir el servicio de forma adecuada. Buenos días, no hay especialista porque las condiciones de esta comunidad autónoma son pésimas. Buenos días, trate mejor a esa enfermera porque está a otras dos mañanas malas de mudarse a Noruega.
Otra postal: la cara de satisfacción de Míriam Nogueras, la portavoz de Junts en el Congreso, como si hubieran ejecutado una hazaña. Oh, qué audaces, hacerle una jugarreta a un Gobierno al que marean y exprimen continuamente con un material tan real como la vida cotidiana de millones de españoles. Esperar algo diferente de Junts es temerario, también es cierto. Lo realmente impresionante es la cantidad de gente que ha salido a la calle estos días y se ha manifestado por las redes con la misma expresión de Nogueras: como si ganaran algo porque pierda el Gobierno. Dispuestos a quedarse tuertos para que otros no vean.
Hay personas hablando de “paguitas” y de “mantenidos” que están a una mala racha, a un despido, de necesitar su propio rescate del Estado
Ese rasgo no es lo mejor que tenemos en este país. Hay personas hablando de “paguitas” y de “mantenidos” que están a una mala racha, a un despido, de necesitar su propio rescate del Estado. Es urgente mucha megafonía: Buenas noches, gracias a las protecciones sociales puede pasear esta fresca madrugada sin la seguridad de que le vayan a asaltar. Yo me resignaría a apelar al egoísmo. El Estado del bienestar es lo mejor que le puede pasar incluso si cree que no lo necesita.
En el trayecto bonificado de autobús entre Zamora y Salamanca he conocido en estos años a gente que ha descubierto en la mitad de su vida lo mucho más conveniente que es el transporte público: pueden descansar o aprovechar para hacer alguna tarea, conduce un profesional, desaparece la preocupación de aparcar y hasta se presenta la oportunidad de dar después esos pasos necesarios para mantenerse saludable. Estoy convencida de que unas ayudas al transporte todavía mucho más ambiciosas que las que han decaído cambiarían este país de una forma revolucionaria. Lo habían empezado a hacer: gente de la que sacaba el coche para todo que ha visto que hay otra vida, gente que ha podido salir de las capitales masificadas aunque sea para dormir en un sitio más barato y tranquilo, gente pudiendo elegir. Pero cómo convencer a quienes han encontrado en la individualidad del coche particular una ilusión de poder, de estatus. Esa energía que transmiten cada vez que no esperan en un paso de cebra, esa energía que es exactamente eso: arriesgarse a quedarse tuertos para que no olvides que pueden dejarte sin ver.
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