Prudencia democrática Luis García Montero
Trump vuelve en un mundo que se parece más a él
“En 2020 no vi ningún cartel de Trump en mi barrio. Ahora veo unos 10. No es mucho, pero creo que su apoyo general está creciendo. De todas maneras, ya no cubro política, así que estoy desconectada. Y es un alivio, honestamente”. Me lo envió este fin de semana una amiga periodista de California. Me sorprendió esa fotografía porque en mi X (no son redes sociales, son redes burbuja) discurría el triunfalismo alrededor de una victoria de Kamala Harris aupada por el pavor de mujeres de todas las generaciones (y quienes las quieren bien) a seguir perdiendo derechos, como el derecho al aborto que desprotegió en 2022 un Tribunal Supremo escorado a la derecha por los jueces que nombró Trump en su primer mandato.
Estados Unidos ha elegido en cambio no sólo a Trump, sino a Trump por segunda vez. Dos veces a Trump antes que a una mujer. A Trump después de Trump. A Trump después de una Presidencia, un asalto al Capitolio y cuatro años engrosando un historial judicial y de toda índole que sería la sepultura de cualquier figura pública. Que lo habría sido en ese mundo que está desapareciendo. Trump vuelve a la Presidencia en un mundo que se parece más a él: uno donde exhibir la crueldad no penaliza sino premia, uno donde los hechos son opcionales, uno donde ya es costumbre que ganen los malos que presumen de serlo.
Trump y sus discípulos internacionales, en un eco grotesco que ni disimula la copia, han empujado tanto los límites de lo aceptable que ya nada sorprende realmente, ni siquiera esta abrumadora victoria que lo entroniza: su movimiento MAGA (que engulló al Grand Old Party republicano) controlará los tres poderes del Estado, desaparecen los contrapesos que pudieron contenerle parcialmente en su primer mandato. En estos años se ha ido profundizando el quiebre de otro: los medios profesionales, allí y en todas partes, quedan relegados por un público que prefiere algo más emocionante que la honestidad. Las noticias falsas ya no son algo a extraer con cirugía, son los ladrillos de una realidad paralela en la que hay mucha gente viviendo cómodamente.
Estados Unidos ha elegido no sólo a Trump, sino a Trump por segunda vez. Dos veces a Trump antes que a una mujer. A Trump después de Trump. A Trump después de una Presidencia, un asalto al Capitolio y cuatro años engrosando historial judicial
También ceden los propios medios: el periódico que, en el segundo año de Presidencia Trump, adoptó para su portada el lema Democracia Dies in Darkness (La democracia muere en la oscuridad) rompió en estas elecciones una tradición de casi cuatro décadas al no respaldar a ningún candidato. Su actual dueño, Jeff Bezos, no quiso arriesgar. De magnate a magnate. En la noche electoral de Trump estuvo otro rico del mundo, Elon Musk, que ha convertido Twitter en el caótico X, un espacio donde necesitamos seguir estando pero cada día se siente más sucio estar.
El Trump de 2016 era noticia todo el tiempo, tuiteaba a última hora de la noche y a primera de la mañana, un presidente de Estados Unidos (o cualquier presidente) diciendo esas cosas y diciéndolas de esa manera era algo insólito. En este nuevo mandato la peor noticia es que ya no lo es. A Trump no le queda ninguna barrera dialéctica que traspasar. Lo aterrador para estos próximos cuatro años será cuáles pueden ser sus hechos, con todo el poder de Washington, la alianza de quienes manejan los canales por donde la desinformación lo va pudriendo todo y un séquito de réplicas internacionales dispuestas a enterrar lo que queda de aquel mundo en el que Estados Unidos se presentaba como referencia democrática: el derecho internacional, los derechos humanos, el orden internacional basado en reglas.
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