Clima emocional de odio sintético

Ignacio Paredero

Es uno de esos conceptos a caballo entre la Ciencia Política y la praxis política, defendido por politólogos y estadistas: el “estado de ánimo”, o el “clima emocional” de la ciudadanía. Lo apuntaba Ignacio Sanchez-Cuenca cuando decía que Trump tiene olfato y ha sabido capitalizar el malestar social. Son las emociones predominantes en el debate publico, en vida pública, y los temas que las encarnan. Ese zeitgeist, ese aroma tan difícil de detectar, pero que da el poder a quien lo sabe leer. 

Pues bien. ¿Y si no estamos ante políticos que sepan leer el clima emocional natural de la ciudadania, sino ante herramientas tecnológicas que generan un clima emocional de odio sintético?

El pasado 21 de enero tuvo lugar un debate en el Circulo de Bellas artes titulado Democracia, Redes y Tecnofascismo. El debate fue muy interesante pero había dos elementos que nadie puso encima de la mesa y que son imprescindibles para entender lo que está pasando. 

En primer lugar, hay un giro muy fuerte a la derecha en todas las democracias mundiales. En todas. En America Latina, en Europa, en EEUU por supuesto. Cuando algo así sucede, tiene que haber un factor común a todas las democracias, que tenga suficiente capacidad de influir en la opinión pública de todas ellas y que sea determinante en el devenir politico. Puede ser una enorme crisis económica, puede ser los efectos de las reparaciones de una guerra mundial, puede ser la aparición de una nueva tecnología que se generaliza en su uso, o una nueva ideología, o una mezcla de varios factores, pero esos factores deben ser comunes a todos los países. Y como ya apunté en un anterior artículo, ese factor no es la economía. El factor que explica el giro a la derecha a nivel internacional son las redes sociales. 

Pero ¿cómo logran las redes sociales impulsar ese giro a la derecha?

Una posibilidad es pensar que las redes sociales, deliberadamente, promueven los contenidos de determinados partidos políticos, los partidos de ultraderecha. Sin duda, ese es un factor, sobre todo cuando hay una voluntad explicita del dueño de una red social, caso de Elon Musk y Twitter en las ultimas elecciones o en las próximas elecciones alemanas. Llamémoslo efecto “propaganda” o de “aumento del canal”. 

Si tienes medios de comunicación afines que te saquen mas, tus mensajes llegan mas, estableces el marco del debate, protagonizas mas el debate público y, al final, te votan mas y ganas elecciones

La propaganda es algo muy conocido en la praxis política. Si tienes medios de comunicación afines que te saquen más, tus mensajes llegan más, estableces el marco del debate, protagonizas más el debate público y, al final, te votan más y ganas elecciones. Es por eso que Isabel Díaz Ayuso riega con publicidad institucional a muchos medios que construyen como normal que una presidenta insulte sistemáticamente a todo el mundo, viva en un ático pagado con dinero defraudado a hacienda o haya dado órdenes de dejar morir a miles de mayores en las residencias, negándoles la asistencia. Lo que en cualquier otro político sería una insoportable falta de decoro, corrupción o incluso gerontocidios, en el suyo es normal. Nada nuevo bajo el sol, pero es como funciona la política. Quien tiene mas “cañones mediáticos”, tiene ventaja. 

Pero hay un problema para que este efecto explique el aumento de la ultraderecha en todo el mundo: Twitter no lleva en manos de Musk mucho tiempo, no todas las redes sociales están en manos de dirigentes de ultraderecha, ni las redes sociales pueden tener en cuenta de forma sectorializada los debates partidistas de cada país del mundo. No es creíble pensar que todas las redes sociales tienen un listado de partidos a los que dar visibilidad y otros a los que no.  

Entonces ¿qué puede estar pasando? Mi hipótesis sobre el mecanismo causal es que las redes sociales y sus algoritmos, que premian el “engagement”, la interacción, el conflicto, los temas que generan frustración y rabia para promover la respuesta irracional, generan como externalidad negativa un clima emocional sintético, artificial, un efecto de clima social de odio sintético, construido a base de promover en el debate público los temas que generan mas interacción rabiosa, mas frustración, mas conflicto, los discursos de odio: antiinmigración, antifeminismo, anti LGTBIQ+.… Y lo hacen en todo el mundo. Y los partidos que son capaces de representar, de atender, de canalizar esa frustración sintética son los de ultraderecha. Es como si las redes sociales, por su funcionamiento, generasen como subproducto un contaminante social del que viven determinadas especies políticas, a su vez, tóxicas. 

De una forma clara, las redes sociales obtienen negocio de la atención humana y, para lograrla, generan un clima de hiperactivación conflictivo y tóxico para mantener enganchados a sus usuarios, clima que al generalizarse socialmente, rentabiliza la ultraderecha por la vía de atender ese sentimiento para llegar al poder. Además, se añade a la poción la desinformación, como elemento disolvente de la verdad y de la confianza en las instituciones, otra externalidad negativa del funcionamiento de las redes sociales y de la necesidad de engagement. 

Si mi hipótesis es correcta, si son las redes sociales las que están generando un clima emocional sintético de rabia y frustración en la ciudadanía, nada de lo que se haga que no pase intervenir y regular las redes sociales servirá para parar este giro hacia el abismo. 

Podremos construir comunidades, salir a la calle, elaborar discursos o hacer las mejores políticas públicas, que si la ciudadanía siente rabia con el sistema, frustración, desconfianza con las instituciones y la verdad no existe, al final, votarán rabia y odio, votarán a quienes representan la frustración, les señalan a que grupos vulnerables odiar, cuestionan las instituciones y desprecian la ciencia y la verdad.  

En resumen, a mi juicio ni Trump ni Milei, ni Abascal, ni Bolsonaro “supieron leer” un clima natural. Aprovecharon un clima sintético que crearon los nuevos medios,  las redes sociales y, en algunos casos, colaboraron a su creación con desinformación, bulos, manipulación de la redes sociales y cuestionamiento de los medios tradicionales. 

Pero ningún país que pretenda ser estable puede depender para la construcción de su debate público y su clima emocional, de empresas extranjeras con intereses explícitos en generar conflicto y desafección social para monetizarlas. Las redes sociales son tóxicas para la estabilidad social y para el debate público. Es hora de entender que, o se corta de raíz esta generación de clima de odio sintético o acabaremos, más pronto que tarde, en sociedades desestructuradas gobernadas por el odio. 

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Ignacio Paredero es sociólogo, politólogo y activista LGTBIQ+. 

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