Por qué necesitamos ciudades feministas

Zaida Muxí Martínez

Para definir ciudades feministas tengo que comenzar con el concepto de feminismo, y para ello tomo prestada una definición básica que escribió Marie Shear en 1986, tan evidente que nos ayudará a reflexionar: “Feminismo es la idea radical que las mujeres somos personas”, es decir es una ideal de igualdad sin distinciones. Esta igualdad se extiende al planeta vivo, siguiendo la posición de las activistas y pensadoras ecofeministas quienes comprenden que hay una equivalencia entre la opresión de las mujeres y la explotación de la naturaleza.

Una ciudad feminista implica un cambio profundo en la manera de pensar el espacio, se trata de poner las vidas en el centro, de incorporar en igualdad de condiciones las necesidades de las diferentes esferas de la vida, basada en ideales y acciones de cooperación y colaboración. Para ello, las tareas derivadas de los cuidados han de estar en el centro de las políticas y proyectos urbanos. Los cuidados entendidos de manera multiescalar que van de lo comunitario a lo personal.

La ciudad feminista es igualitaria porque pone en primer plano las necesidades reales de las personas; valora el tiempo y para ello la proximidad es esencial; los barrios mixtos de servicios, trabajos, personas, espacios públicos de calidad que priorizan los andares más lentos y que incorpora la naturaleza.

Para aplicar los ideales de ciudad feminista, tenemos que aplicar la perspectiva de género, que nos permite observar y cuantificar qué diferencias hay en el día a día de mujeres y hombres en la ciudad. Una metodología interseccional, es decir, que tenga en cuenta los vectores múltiples de las desigualdades. Observar participadamente, es decir, estar presentes, con una presencia física que nos permita atender a la diversidad de usos y necesidades que se dan en los espacios urbanos. Se trata de observar el quién, el cómo, el porqué, el dónde y el cuándo de la danza urbana de la que nos hablaba Jane Jacobs en su libro de 1961, Muerte y vida de las grandes ciudades. Y evidentemente son imprescindibles las estadísticas segregadas por sexo y que respondan a preguntas necesarias para entender la vida y sus características, alejándonos de la falsa neutralidad de la experiencia media.

Una ciudad feminista implica un cambio profundo en la manera de pensar el espacio, se trata de poner las vidas en el centro, de incorporar en igualdad de condiciones las necesidades de las diferentes esferas de la vida

El tiempo presente de crisis climática hace imprescindible e ineludible que nuestras acciones urbanas sean cada vez más conscientes de sus impactos y, por ello, encontramos una creciente aparición de leyes, normas, ordenanzas, prescripciones y planes que nos conducen a soluciones que se alinean con el urbanismo feminista. No son propuestas nuevas, sino que desde los movimientos feministas se viene trabajando en ello, desde el margen y desde hace tiempo. Se trata de propuestas metodológicas y proyectuales que se basan tanto en experiencias encarnadas como en profundas revisiones teóricas, filosóficas y científicas. Anna Bofill, Pascuala Campos de Michelena, Inés Sánchez de Madariaga, Gea21, Hiria Kolektiboa, Col·lectiu punt 6 son algunas de las urbanistas y colectivos feministas que han precedido la creación de un cuerpo de norma que abre las puertas a la ampliación y consolidación de la práctica del urbanismo feminista.

Diferentes gobiernos municipales transformadores, emergidos especialmente desde 2015, han apostado por políticas transversales feministas. Y es en donde la sociedad civil ha estado más activa e involucrada históricamente donde encontramos la creación de cuerpos normativos de diferentes escalas de gobierno que apuestan por la transversalidad de políticas feministas. Lo que incluye evidentemente a las políticas urbanas.

Barcelona es un buen ejemplo de esta agenda de cambio en el urbanismo. Las transformaciones que se están produciendo en la ciudad de Barcelona para la pacificación, la renaturalización y la mejora del espacio público tienen su base en los objetivos del ecofeminismo. Son transformaciones a diferentes escalas y niveles que han tenido procesos del mientras tanto, es decir actuaciones provisionales que permiten un cambio de usos significativos, con menor inversión, menor tiempo y con una capacidad de mayor implantación territorial. El paso del tiempo permite su transformación en proyectos consolidados y de una escala mayor. Ejemplo de ello sería la superilla (supermanzana) de Poblenou, en la que se comenzó con actuaciones de urbanismo táctico para ser testeadas y que se fueran  consolidando en función de las observaciones de los usos de las personas; de la pintura inicial a la puesta definitiva de elementos. Parte de los objetivos de esta actuación, como la pacificación del tránsito, la creación de nuevas zonas de estancia y juego o la renaturalización del espacio público han sido el banco de pruebas para pasar a una escala de ciudad: el modelo de transformación urbana superilla. Este modelo se puede explicar en dos escalas principales, por un lado, la prosecución de proyectos de superilles en diferentes barrios de la ciudad y, por otro, entender el gran centro urbano moderno, el distrito del ensanche proyectado por Ildefons Cerdà en 1859, como una gran superilla, con calles y plazas renaturalizadas y de prioridad peatonal.

En 2017 la medida de gobierno “Urbanismo con perspectiva de género. El urbanismo de la vida cotidiana” del Ayuntamiento de Barcelona sentó las bases para el urbanismo feminista institucional en la capital catalana. Como nos ha enseñado la ciudad de Viena, precursora de la incorporación del género al urbanismo desde principios de los años 90, es sumamente importante dotar de una base común de conocimiento para las nuevas prácticas urbanísticas. Por ello las normas innovadoras han de estar acompañadas de divulgación y pedagogía dirigida al personal de los servicios técnicos. Es con esta voluntad que se han editado tres manuales de aplicación de la perspectiva de género al urbanismo, en febrero de 2019 el “Manual de urbanismo para la vida cotidiana, Urbanismo con perspectiva de género” y el número 1 de los “Cuadernos metodológicos feministas #1. Urbanismo y género: marchas exploratorias de vida cotidiana” y en este 2022 “Cuadernos metodológicos feministas #5. Guía para la incorporación de la perspectiva de género en planes y programas”.

Entre la ordenanza y los 3 manuales se conforma una base sólida, argumentada, metodológica y práctica que permitirá expandir estos conocimientos para compartir la acción propositiva para una ciudad feminista.

Los instrumentos normativos, divulgativos y formativos consolidan los avances que para la ciudad significan las propuestas de urbanismo feminista más allá de los cambios de gobierno, permiten expandir y replicar las enseñanzas en otras ciudades y son un hito en lo que debe entenderse como necesario para el futuro de las ciudades.

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Zaida Muxí Martínez es arquitecta y profesora ETSAB-UPC

Para definir ciudades feministas tengo que comenzar con el concepto de feminismo, y para ello tomo prestada una definición básica que escribió Marie Shear en 1986, tan evidente que nos ayudará a reflexionar: “Feminismo es la idea radical que las mujeres somos personas”, es decir es una ideal de igualdad sin distinciones. Esta igualdad se extiende al planeta vivo, siguiendo la posición de las activistas y pensadoras ecofeministas quienes comprenden que hay una equivalencia entre la opresión de las mujeres y la explotación de la naturaleza.

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