Cuba y las ocasiones perdidas, ahora que vuelve Trump
Parece mentira, pero cada año que pasa es más difícil entender qué pretende la dirigencia cubana, qué esperan que ocurra en el mundo a su favor, a qué aspiran, qué hacen además de mantener el timón del país bloqueado con rumbo a ninguna parte.
El próximo 20 de enero, Donald Trump llegará por segunda vez al Despacho Oval, y hay consenso entre los analistas: con este hombre y con el equipo que le acompaña, puede pasar cualquier cosa en cualquier escenario. Ha amenazado a México, a Panamá y hasta Dinamarca se siente atacada por la OPA hostil sobre Groenlandia. Quiere desregularizarlo todo, que el Estado sea mínimo y el mercado máximo, y empatiza con las extremas derechas del orbe, da su apoyo explícito a los personajes más siniestros, desde Oriente Medio al Extremo Oriente, y simpatiza con mandatarios autoritarios como el ruso Vladimir Putin, el húngaro Viktor Orban o la italiana Giorgia Meloni.
Mientras esto ocurre, apenas se habla de Cuba, de las repercusiones que puede tener sobre la isla caribeña está segunda etapa del imprevisible y peligroso magnate. En su gobierno anterior ya mostró su obsesión en revocar lo avanzado con la Administración Obama, así que cerró parcialmente la embajada en La Habana, prohibió vuelos y viajes excepto de carácter familiar, reforzó las sanciones a bancos internacionales que hacen negocios con La Habana, autorizó la demanda de ciudadanos estadounidenses a empresas extranjeras que se beneficien de propiedades confiscadas por el gobierno cubano, limitó el monto de las remesas familiares a la isla y reinstaló a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo. La mayoría de estas medidas, fueron derogadas o rebajadas posteriormente por su sucesor el presidente demócrata Joe Biden.
Ahora vuelve Trump con Marco Rubio como secretario de Estado. El senador republicano por el Estado de la Florida, hijo de emigrantes cubanos anteriores al resultado revolucionario de 1959, ha destacado por el radicalismo de su beligerancia contra el sistema político del país de sus antepasados.
Cuál va a ser la política de Washington hacia el régimen de La Habana está por conocerse, pero no tenemos ni un gramo de optimismo respecto a su concreción. De lo que no hay duda, no obstante, es de quiénes serán los paganos del recrudecimiento de la hostilidad de Donald Trump y Marco Rubio hacia el gobierno que preside Miguel Díaz-Canel: una vez más serán los cubanos de a pie que son los rehenes de un sistema político fracasado que se niega a rectificar ni una coma de su delirio. Una obcecación que está provocando desde hace más de tres décadas el hundimiento a cámara lenta de la otrora conocida como Perla de las Antillas.
En un reportaje muy reciente del New York Times se citaba a un funcionario norteamericano no identificado que verbalizaba una idea central de lo que han sido las traumáticas relaciones entre Cuba y Estados Unidos desde la victoria de Fidel Castro en 1959: “Cuba nunca desaprovecha una oportunidad para desaprovechar una oportunidad”.
Efectivamente, la obsesión del núcleo duro del castrismo por mantener la hegemonía política les ha llevado a rechazar una y otra vez cualquier posibilidad de negociar, de transar, de trabajar por la convivencia con “el gigante de siete leguas” como se refería José Martí a los Estados Unidos. Ahora, cuando Donald Trump vuelve al puente de mando, quizá será, otra vez, el momento de lamentar las ocasiones perdidas.
El 4 de abril de 2010, Hillary Clinton afirmaba con rotundidad que los hermanos Fidel y Raúl Castro no deseaban el fin del embargo a Cuba, porque a partir de entonces perderían todas sus excusas para permanecer en el poder. Quien fungía en aquella fecha como secretaria de Estado de la administración demócrata del presidente Barack Obama, seguramente, se refería no solo a las circunstancias que rodeaban aquel momento histórico, sino al intento de normalización de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Cuba y de los Estados Unidos que intentó antes la Administración encabezada por su marido, Bill Clinton, en el año 1995. Normalización que concluyó cuando el gobierno cubano se negó a dialogar sobre temas como democracia y derechos humanos, apostando por la ruptura mediante el derribo por parte de las fuerzas aéreas revolucionarias de las avionetas de los exiliados de “Hermanos al Rescate” el 24 de febrero de 1996. Una acción que conllevó al consiguiente endurecimiento de las sanciones económicas al pequeño país caribeño agravando el articulado de la llamada Ley Helms Burton.
Donald Trump volverá a la Casa Blanca el próximo día 20. ¿Retomará su agresiva política hacia Cuba? ¿Qué opciones tendrá el régimen cubano, más allá de la retórica exculpatoria de siempre?
Resulta difícil creer que Hillary Clinton no pensara también en el intento frustrado del gobierno republicano de Gerald R. Ford en 1975. Consciente de la evidente consolidación del poder revolucionario a esas alturas, el secretario de Estado Henry Kissinger trató de relajar el conflicto bilateral mediante una negociación sin precedentes, que no llegó a buen puerto tras enviar Fidel Castro tropas a Angola, en colaboración con el bloque soviético en el mundo bipolar de la Guerra Fría.
Unido a todo lo anterior, no se debe olvidar que el llamado “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” que desarrolló el castrismo en la segunda mitad de los años ochenta, constituyó el rechazo tajante a la desescalada que, mediante la “glasnost” y la “perestroika”, promocionaba el reformista líder soviético Mijaíl Gorbachov.
Lo ocurrido en los años setenta, los ochenta y los noventa del siglo anterior, demuestra que, en paralelo a las acciones broncas de diferentes Administraciones estadounidenses, existe una historia prolongada de conversaciones diplomáticas secretas que parecían iniciar el buen camino con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos el 20 de julio de 2015. A pesar de las dudas de Hillary Clinton, el presidente Barack Obama invirtió su capital político en descongelar las relaciones bilaterales. En su mandato presidencial se estrecharon los lazos del intercambio cultural y científico, se permitió mayor afluencia de turistas estadounidenses y se eliminaron trabas al envío de remesas de cubanos en el exterior. Una mejora en las condiciones de vida en la isla que se frustró con la llegada al poder del republicano Donald Trump, y las pocas posibilidades de maniobra de su sucesor, el demócrata Joe Biden, ante el inmovilismo del régimen castrista en materias de democracia, derechos humanos e iniciativa privada.
Más recientemente, en mayo de 2024, Joe Biden propuso a La Habana algunas medidas para favorecer al sector privado en Cuba y facilitar transacciones bancarias desde Estados Unidos, además de negociar cuestiones migratorias entre ambos países. El Departamento de Estado, paralelamente, reconoció que Cuba estaba colaborando con Washington en su combate al terrorismo. A esos gestos de distensión, la cancillería cubana respondió con una mezcla de desdén y hostilidad.
Actualmente, en las vísperas del retorno de Trump, el gobierno cubano hace lo de siempre: negar la realidad, desmentir las evidencias de su desastrosa gestión y acusar a Estados Unidos de causar todo lo terrible que están soportando los cubanos.
El diario oficial Granma titulaba el pasado 29 de diciembre: “La gestión de gobierno persevera en su objetivo: guiar a Cuba hacia un futuro próspero y sostenible”. Además, el órgano del Partido Comunista de Cuba afirmaba que “Desde la Presidencia y el Gobierno se han impulsado cambios necesarios para revitalizar la economía cubana y, con ellos, todos los sectores del país, de modo que mejore la calidad de vida del pueblo”. La retórica vacía habitual. Ni una medida, ni un cambio, no obstante, aparecía citado en la pieza.
Lo cierto es que en julio de 2024 el gobierno cubano declaró que el país estaba en “una economía de guerra”, una situación, aclaraba, peor que la del llamado Período Especial de los noventa. Se pretendía combinar dos ideas, que la situación es grave, pero las causas son exógenas, hay que buscarlas fuera de Cuba: en el escenario internacional y en el acoso del enemigo de siempre, los Estados Unidos.
Según el historiador cubano Rafael Rojas, “la economía de guerra es, en realidad, una guerra a la economía en Cuba, al despegue del sector no estatal y a la vertebración de una sociedad civil autónoma”. Rojas sostiene que todo lo que aconseja una elemental racionalidad económica es descartado por el grupo gobernante en Cuba.
A la insoportable carencia de alimentos de todo tipo, medicamentos y bienes básicos, se sumó desde la pandemia de 2020 el desplome del turismo y una inflación sin precedentes. Huir del país es la única alternativa plausible para buena parte de los cubanos, especialmente para la juventud, tanto más cuanto las protestas de 2021 no hicieron sino acentuar la dureza en la represión por parte del gobierno de Díaz-Canel. En los dos últimos años, más de 850.000 personas, aproximadamente un 8% de la población, han abandonado Cuba, medio millón de ellos con destino a los Estados Unidos.
Donald Trump volverá a la Casa Blanca el próximo día 20. ¿Qué pasará con esos migrantes recientes? ¿Retomará su agresiva política hacia Cuba? ¿Qué opciones tendrá el régimen cubano, más allá de la retórica exculpatoria de siempre? ¿Se producirán respuestas populares desde la desesperación y se desatará una mayor crueldad en la represión? ¿Algún actor internacional podrá mediar en la búsqueda de una nueva oportunidad para Cuba?
Los antecedentes que conocemos no invitan precisamente al optimismo, y el regreso de Trump no hace sino oscurecer el horizonte. Cuba nunca perdió la oportunidad de perder una oportunidad, pero ahora no se espera ninguna otra.
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Joan del Alcàzar es catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de València.
Sergio López Rivero es exprofesor del Departamento de Historia de Cuba de la Universidad de La Habana.