En defensa de lo público: sobre el 'zarandeo' de la escuela en los medios

Albano de Alonso Paz

En los últimos tiempos se ha expandido en muchas conversaciones un discurso reivindicativo, de tinte a veces alarmista, y con dosis en ocasiones de corporativismo, que quiere destapar determinadas grietas en la educación pública actual, en un vaivén que se asemeja a un zarandeo permanente. Quien más y quien menos, hemos participado de ese mensaje en redes sociales, medios de comunicación o encuentros con amigos y familiares: al fin y al cabo se pretende, de forma a priori bienintencionada, concienciar a los que nos rodean, a la población en general y a las autoridades públicas de las deficiencias de nuestro sistema educativo, con la loable intención, reitero, de querer mejorarlo. Sin embargo, creo que es el momento de que nos paremos a reflexionar sobre qué connotaciones encierra esta misiva, qué es lo que puede haber detrás de su impacto mediático y cuáles son las posibles repercusiones en la opinión pública y sus destinatarios.

Lo primero que debemos hacer, antes de empezar este repaso de la presencia de la educación pública en los discursos sociales y mediáticos, es reconocer la enorme diversidad del panorama del sistema educativo en función de la región en que nos encontremos. La transferencia de competencias y la autogestión del erario público provoca grandes desigualdades entre la situación de la escuela pública de las distintas comunidades autónomas, e incluso dentro de una misma región; un caso claro es, por ejemplo, cuando nos referimos a colegios de educación primaria, en donde es clave la implicación de las corporaciones locales en cuanto a mejora y mantenimiento de instalaciones.

En todo caso, la situación más sangrante, grosso modo, es la de Madrid que, junto a País Vasco o Navarra, es la que mayor cantidad de transferencias económicas recibe en favor de la concertada. Si nos fijamos, además, en la actual política educativa del gobierno de Díaz Ayuso, centrada, en una de sus estrategias, en conceder cesiones gratuitas de parcelas para construir colegios privados concertados (arguye para ello la falaz idea de libertad de elección de las familias), concluimos que es precipitado generalizar la idea de deterioro de la gestión de la educación pública sin hacer distinción de las distintas políticas que se están ejecutando según donde nos encontremos.

Por ello, cuando lanzamos mensajes catastrofistas sobre una escuela pública casi en ruinas, debemos ser conscientes de las consecuencias de estos mensajes, y cuáles son sus beneficiarios reales dentro de este mercado en el que se ha convertido la educación en sus diferentes formas de gestión. Uno de los riesgos de esos mensajes sociales difundidos por empresas informativas e incluso por los docentes más reaccionarios en redes es que estos se conviertan en mecanismos de publicidad encubiertos al servicio de los productos que exige ese mercado: una escuela alternativa como solución, nutrida del mérito, la excelencia o una idea de calidad basada en la selección, en la que, supuestamente, ante el resquebrajamiento de la pública, la privatización y los conciertos educativos ofrecerán salida a los males endémicos que nos aquejan, discurso que viene como anillo al dedo para las clases adineradas.

El continuo ‘zarandeo’ de la escuela pública debe dar paso a una plena conciencia social de cuál es la misión de los poderes del Estado

Ante este panorama, quedan en la sombra muchas veces los principios y valores que encierra la educación pública como pilar del desarrollo, y que deben hacernos sentir orgullosos por la importancia que tienen para garantizar nuestros derechos básicos. Así, la diversidad en cuanto a los perfiles humanos que conviven diariamente en un centro escolar de estas características enriquece el periplo de alumnado y profesorado en las distintas etapas, no solo en su desarrollo académico, sino también humano —un reflejo, en definitiva, de lo que es la vida—. En el caso concreto de los profesionales que trabajan para nuestra escuela, la enorme variedad de perfiles metodológicos que pueblan los centros de titularidad pública da una pista de la riqueza a la que los estudiantes están expuestos, como representación de uno de los principios vitales dentro de una idea de Estado como valedor de la construcción comunitaria de la sociedad, además de combatir la perpetuación de privilegios.

Muchos padres e hijos de la educación pública sentimos preocupación cuando leemos mensajes que encierran una idea de escuela que no se asemeja a lo que en realidad viven nuestros allegados, el alumnado de este sistema. A pesar de reconocer que lo ideal es que las ratios fuesen más reducidas (han ido descendiendo con el paso de los años, sobre todo tras la pandemia) y que existan instalaciones mejor acondicionadas en determinados contextos, la riqueza pedagógica, multicultural o social que encierra la convivencia en un centro escolar de esta titularidad es inigualable.

La apuesta por la digitalización y por el rescate de alumnado vulnerable a través de programas financiados por fondos de la Unión Europea, un sistema de selección docente —aunque mejorable— ajustado a norma y equilibrado, la enorme variedad de programas y proyectos transversales sobre competencias y saberes básicos para el bienestar, y los buenos resultados que arroja anualmente su alumnado en las pruebas de acceso a la universidad (en Canarias, por ejemplo, diez de los doce estudiantes con mejores notas en la Ebau del curso pasado provenían de este modelo), convierte a los centros públicos en estandartes del desarrollo, calidad y modernidad, además del mayor baluarte académico de los aprendizajes necesarios para la vida.

La viralización de mensajes negativos sobre los servicios públicos en general van más allá de la canalización de legítimas reivindicaciones que tienen que seguirse defendiendo a través de la colectivización profesional, la presión a la administración por parte de equipos directivos y el movimiento sindical. Sin embargo, la responsabilidad social de los medios de comunicación y sus potenciales suministradores de información tiene que alejarnos de visiones manidas y estereotipos trillados que crispan el ambiente con facilidad, como “una forma muy fácil de ponerse de acuerdo con la audiencia y captar su atención porque, en la mayoría de los casos, los estereotipos son percepciones en gran parte compartidas”, tal y como defiende Rodrigo Alsina en su texto “Confianza en la información mediática”, publicado en la Revista CIDOB d’Afers Internacionals en 2003.

Por lo tanto, el continuo ‘zarandeo’ de la escuela pública debe dar paso a una plena conciencia social de cuál es la misión de los poderes del Estado, los medios de masas y la nuestra como sociedad civil o trabajadores a la hora de construir una sociedad más justa y equilibrada a través de la escuela pública. Ello sin olvidar que las empresas informativas tienen, también cuando hablan de educación, que conservar su necesario papel de vigilancia de los organismos, no lo voy a negar, pero siempre con la responsabilidad que conduce a aquello que ya decía Iñaki Gabilondo en El fin de una época (Barril & Barral, 2011): “el periodismo nunca podrá aportar más que una parte de la dosis necesaria para entender el mundo, y al ser solo una parte, conlleva el riesgo de ser la parte equivocada”.

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Albano de Alonso Paz es profesor de Lengua Castellana y Literatura y director del IES San Benito (Tenerife).

En los últimos tiempos se ha expandido en muchas conversaciones un discurso reivindicativo, de tinte a veces alarmista, y con dosis en ocasiones de corporativismo, que quiere destapar determinadas grietas en la educación pública actual, en un vaivén que se asemeja a un zarandeo permanente. Quien más y quien menos, hemos participado de ese mensaje en redes sociales, medios de comunicación o encuentros con amigos y familiares: al fin y al cabo se pretende, de forma a priori bienintencionada, concienciar a los que nos rodean, a la población en general y a las autoridades públicas de las deficiencias de nuestro sistema educativo, con la loable intención, reitero, de querer mejorarlo. Sin embargo, creo que es el momento de que nos paremos a reflexionar sobre qué connotaciones encierra esta misiva, qué es lo que puede haber detrás de su impacto mediático y cuáles son las posibles repercusiones en la opinión pública y sus destinatarios.

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