¿Existen primarias en los partidos políticos?
A lo largo de la historia de la humanidad, los cambios sociales han venido acompañados previamente por un contexto de crisis social, económica y sistémica.
En España parecía, después del periodo de la transición, que nuestra democracia parlamentaria de representación proporcional y administración territorial descentralizada sufriría una crisis de identidad durante el final de la X Legislatura (2014).
Este periodo histórico se podría denominar como "La Revolución de los Emergentes". El sistema de representación parlamentaria pasaba de un bipartidismo imperfecto a un multipartidismo de bloques ideológicos.
La política tradicional entraba en crisis debido a la masiva desconfianza de la ciudadanía hacia la política institucional y hacia sus representantes elegidos democráticamente. La política y los partidos no representaban la solución más confiable a los problemas de desigualdad social y/o económica. Un ambiente cargado de desesperación individual y colectiva que estaba enfrentando la mayoría de españoles a raíz de la crisis financiera internacional causada por Lehman Brothers y la ruptura de la llamada burbuja inmobiliaria en España.
Aparecieron fuerzas políticas como Podemos y Ciudadanos, años después Sumar y Vox, que abanderaban la llamada regeneración política a través de partidos políticos que se construían (teóricamente) a través de instrumentos de participación democrática más horizontal denominados primarias.
Las primarias son una oportunidad de debate interno, de cercanía de los líderes hacia sus afiliados y especialmente de regeneración cíclica de los liderazgos que impongan límites a la autoconservación y endogamia interna dentro de los partidos
Eso sí, desde dos perspectivas diferentes respecto a las prácticas tradicionales y verticales de la denominada "casta" o "vieja política":
1. Consultas participativas utilizando herramientas digitales donde cualquier ciudadano podría participar si estaba inscrito gratuitamente en la organización y/o participaba en el sistema de debate interno a través de los círculos territoriales.
Su aspecto negativo era que los liderazgos eran cuasi absolutos y la elección de los equipos y las listas electorales venían encadenadas intrínsecamente (a través de la opción de las listas cerradas y bloqueadas) a su imagen pública como hiperliderazgos mediáticos.
2. Primarias entre afiliados que representaban un partido que apostaba por la democracia elitista de "los mejores" y "más preparados". Sin embargo, la estructura interna de participación y afiliación era mínima y por ello no habría posibilidades de una regeneración a medio y largo plazo en el caso de pérdida de confianza de los nuevos líderes. Una visión demasiado empresarial, liberal y corporativa de la participación política activa.
En consecuencia, los partidos llamados tradicionales, como el PSOE y el PP, apostaron por adaptar el sistema de elección de liderazgos internos. Se apostaba más por la participación de sus bases en la construcción no solo de la imagen interna sino de la regeneración de sus liderazgos. Sin embargo, estos modelos diferenciados de democracia interna tenían sus más y sus menos:
1. En primer lugar tenemos el Partido Popular manteniendo un sistema de elección totalmente vertical aunque se podría abrir un proceso participativo interno que finalizaba con una votación tradicional de delegados en un Congreso.
Sí es verdad que se permite el voto directo de una parte de sus afiliados en una especie de primarias con segunda vuelta, solo que en el caso de que la hubiera, la elección sería realizada por delegados. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones se intenta imponer una candidatura única para que no cree conflicto y así se imponga la unidad y paz interna.
2. El partido socialista elige en teoría a sus líderes en un proceso triple: (1) Un periodo de precandidaturas donde se necesita recoger un número mínimo de avales entre su militancia para convertir una candidatura en oficial, (2) una segunda campaña donde los militantes votan de forma directa a las candidaturas que hayan pasado a esta segunda vuelta (normalmente a quien se elije es al líder/esa orgánico (la Secretaría General) y (3) un tercer escalón de elección donde delegados de agrupaciones territoriales eligen a los equipos (normalmente consumados entre los líderes territoriales) que acompañan a quien haya ganado anteriormente las primarias. La parte negativa de este proceso es la imposición de avales que destapa la desigualdad aparente durante el proceso entre los miembros del aparato y quien no pertenezca a él para llegar a un mayor número de militantes en todo el territorio asignado, y el segundo aspecto negativo es que no suelen integrarse equipos más allá de conceptos parciales y subjetivos de lealtad orgánica y personal, y por último, los liderazgos se basan en conceptos de experiencia, mérito y capacidad que apuestan por nombres que giran alrededor de determinados hiperliderazgos y redes de influencia interna relacionados con el llamado aparato histórico.
Así pues, la potencialización de estos procesos de "supuesta" democratización interna de los diferentes partidos políticos en España no llega a instalarse en el inconsciente orgánico, ya sea porque falta cultura política que no genere división, odio ideológico y tensión innecesaria entre los "partidarios" que se posicionan alrededor de una candidatura frente a otra; o porque determinada prensa "populista" enciende el circo mediático y el prejuicio en contra de la política, avivando conflictos artificiales entre supuestos díscolos o barones críticos que alarguen los enfrentamientos internos.
Las primarias son una oportunidad de debate interno, de cercanía de los líderes hacia sus afiliados y especialmente de regeneración cíclica de los liderazgos que impongan límites a la autoconservación y endogamia interna dentro de los partidos. Sin embargo, una de las características que engloban todas las organizaciones es que las variables que se analizan a la hora de elegir los presentes y futuros líderes siguen pecando de matices que imponen muros a la participación política en libertad e igualdad. No todo el mundo puede (o debe) participar en y de la democracia.
La obsesión por el control y la percepción patrimonialista (a veces demasiado paternalista) del poder público, de algunos liderazgos dañó gravemente estos procesos de democratización de los partidos. Desde las disidencias de los Círculos de Vista Alegre en Podemos, la llegada al poder de Pablo Casado en 2018 frente a Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal (donde consiguió llegar a ser Presidente gracias a los delegados de la ex ministra de Defensa), o al desgaste interno que causaron las primarias federales y autonómicas en el PSOE de Andalucía durante los años 2017 y 2021.
Se instauró el concepto de bandos, de estás conmigo o contra mí. No se integraron equipos, y esta visión particular de la democracia representativa tuvo consecuencias claras que dañaron la estabilidad interna de los partidos: el liderazgo de Pablo Casado duró solo cuatro años, Podemos casi desapareció debido a la quema masiva de liderazgos y el PSOE andaluz estuvo a la deriva política al no terminar de hacer autocrítica de la sucesiva pérdida de poder en la región causando un preocupante estancamiento electoral.
Por eso, hay que seguir estudiando la apertura de estos procesos. Más democracia significará más libertad e igualdad. Con independencia de lo que busquen algunos gurús amantes del monopolio de los poderes públicos y privados.
Sin embargo, debemos aprender que la democracia no puede ser la simplicidad del debate entre los que (para algunos) deberían ser líderes (si tenemos en cuenta su visión elitista de la democracia) y la oportunidad para que cualquier ciudadana o ciudadano, como dicta nuestra carta magna, pueda participar libremente de la política y la democracia.
Abrir estos procesos para que participe más gente en política dará una visión más transparente y cercana del mundo de la política electoral e institucional que frenará ese frenesí que dicta que "todos los políticos son iguales o los mismos".
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David Acosta Arrés es politólogo.