Optimates y plutócratas en el Siglo XXI
La república romana organizó siempre su fuerza militar en torno al “dilectus” anual en el que los ciudadanos romanos se alistaban en legiones que, una vez elegidos los magistrados, quedaban bajo mando consular para emprender las campañas militares oportunas. Estas legiones, compuestas de ciudadanos propietarios, eran leales a la república en su conjunto. Sin embargo, con la concentración de riqueza del período tardorrepublicano, y como respuesta a las invasiones de cimbrios y teutones, las legiones empezaron a ser reclutadas a título particular, a partir de las conocidas reformas de Mario, con lo que ciertos plutócratas empezaron a asegurarse la supremacía de su interés privado sobre cualquier interés público.
Todo esto suena a cuentos del pasado, pero, en realidad, se parecen mucho a realidades del presente: sustituyamos a los plutócratas y sus legiones armadas que depusieron al Senado por tecno-oligarcas apoyados en escuadras de influencers dirigidos por redes sociales como X, Facebook o Tik Tok, con reglas impuestas por unos dueños cuyo objetivo declarado es subvertir el orden democrático en Europa y concentrar mayor poder para beneficio de sus propios intereses y veremos con claridad la amenaza que enfrentamos.
De los cuentos romanos aprendimos con Maquiavelo, y más tarde con Max Weber, que un Estado ordenado no sobrevive sin un monopolio público de la fuerza. China, que exporta injerencia vía Tik Tok al resto del mundo, así lo entiende: cuando un aspirante a tecno-oligarca adquiere relevancia, sus autoridades lo “reeducan” por el bien común del Partido Comunista y, por tanto, del Estado.
Como democracias liberales, no podemos permitirnos llegar hasta ese extremo, pero lo que vivimos hoy en día debería servir para aprender que una sociedad democrática no puede dejar que los espacios públicos de debate e intercambio sean tomados, sometidos y dirigidos “manu militari” por tecno-oligarcas. Personajes que no solo representan intereses privados sino, para más inri, intereses extranjeros que consideran que pueden sacar provecho de inducir el colapso de las democracias europeas o de la promoción de gobiernos euroscépticos, cuando no hostiles al proyecto europeo, que les hagan más fácil el negocio en uno de los mercados más atractivos del mundo.
Estos tecno-oligarcas son conscientes de su poder y no han tenido reparo en usarlo profusamente para asegurar su dominio en sus propios países: sirva de ejemplo que Elon Musk va a formar parte de la administración estadounidense. También son conocedores de lo que puede implicar perder esa capacidad de dictar lo que las redes sociales inoculan diariamente a base de propaganda y manipulación del debate público en las sociedades democráticas. No es otra la razón de EE.UU. cuando sopesa la prohibición de Tik Tok si no se somete a control de un propietario americano.
Estos tecno-oligarcas son conscientes de su poder y no han tenido reparo en usarlo profusamente para asegurar su dominio en sus propios países: sirva de ejemplo que Elon Musk va a formar parte de la administración estadounidense
Europa ya venía sufriendo una propaganda desatada en redes sociales, lo hemos visto en Rumanía con Tik Tok. Ahora, también sentimos con inusitada virulencia la acción de tecno-oligarcas operando desde nuestros supuestos aliados tradicionales. Actualmente desde EE.UU. nos llegan ecos de invasiones y declaraciones que constituyen injerencias directas en nuestros procesos democráticos. Los países europeos tienen el deber no solo de mantenerse fuertes para ser independientes y que sus democracias sean efectivas, sino también de defender con igual firmeza la independencia y calidad de sus espacios públicos de debate.
Desde la caída del muro de Berlín, los europeos hemos alimentado la ilusión de construir el modelo democrático a exportar para el resto del mundo. De hecho, son muchos los Estados y decenas de millones los ciudadanos y ciudadanas que aspiran a unirse al proyecto europeo. Sin embargo, la expansión de ese modelo parece ahora más que nunca un sueño amenazado desde múltiples flancos. Todos los que deseen mantenerlo deben ser conscientes de que el primer deber que tiene la UE es defender su democracia. Ello implica que, al igual que EE.UU. pondera prohibir TikTok si esta red no opera bajo sus reglas, los europeos también debemos sopesar la prohibición de redes como X si sus dueños no quieren aceptar que en Europa tenemos las nuestras y sabemos defenderlas.
Josep Borrell, al que intuyo que añoraremos muchísimo como Alto Representante, no era romano, pero sí conocedor de la historia y de los desafíos que enfrentaba el proyecto europeo; nunca se ha cansado de repetir que “Europa debe hablar con el lenguaje del poder”. Va llegando la hora de cumplirlo.
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Nicolás González Casares es eurodiputado del PSOE.