Vivimos en la mentira Baltasar Garzón
¿Tienen todavía algún papel los intelectuales?
Me pregunto constantemente qué papel tienen (tenemos, me perdonarán la arrogancia) los intelectuales en este mundo completamente loco en el que vivimos. Me asaltan las dudas. Por un lado, Sartre decía que no era capaz de concebir a un intelectual que no fuera de izquierdas. Por otro lado, ese paradigma parece que cae a partir de 1989 y se “descubre” todo lo que dio de “no” el régimen soviético, sus atrocidades. Desde entonces a esta parte las cosas han cambiado mucho, el paradigma “intelectual”, sí, intelectual, dominante, ya no es el mismo, y en un mundo liberal, cuando no neoliberal, de nuevo nos asaltan las dudas sobre cuál es nuestro papel. “Ninguno”, dice Max Estrella en Luces de Bohemia. “La inteligencia ha muerto”. Si Sartre levantara la cabeza ahora diría que ya no se puede ser un intelectual si no se es de derechas.
Hay, pues, varias narrativas sobre lo que es un intelectual en el mundo de hoy. No son exactamente iguales, de alguna manera y hasta cierto punto son contradictorias, pero quizá también complementarias. En una primera narrativa, un intelectual es una persona des-ideologizada, neutra políticamente, que lo único que intenta es, a través de las ideas, que la verdad prospere sobre todas las demás cosas. Esta es la narrativa racional del intelectual. Sin embargo, vemos a muchos intelectuales de este tipo que abrazan sin pudor las redes sociales y se dan a la orgía, al festín, de la provocación y del insulto en el que se han convertido las redes, y además con aparente desenfreno. ¿Tienen doble personalidad los intelectuales? Y hasta triple, podríamos decir. Son como en la Double vie de Veronique, una cosa cuando dan clases en las aulas o están sentados ante su escritorio y otra muy diferente cuando bucean en este tanatorio de la razón que son las redes. ¿Cómo es posible tal ambivalencia? Es muy duro ser siempre la misma persona, podría ser la respuesta. Además, las redes nos permiten desencorsetar el pensamiento racional. Uno puede decir lo que le salga de los cojones, o de los ovarios, en las redes, sin más. Las redes no están sometidas a las tonsuras del pensamiento racional. Y además se puede insultar, cosa que en el Cambridge Yeaarbook of European Legal Studies no puedes hacer. No puedes llamar gilipollas a un compañero en la Cambridge. En las redes sociales, sin embargo, no puedes dejar de hacerlo. Además, si lo haces te van a dar más likes, la gente asume que es lo que tienes que hacer, para eso están las redes. Flipo en colores cuando veo a colegas intelectuales (no es mi caso, a mí la gente apenas me da likes) cuando emiten una frase con sujeto verbo y predicado y además reciben miles de likes, en Twitter, actual X. A lo mejor están en la versión prime de esta red social y ello lo explica todo. Pero a lo mejor no. Ello solo hace que mis dudas aumenten sobre cuál es, en realidad, nuestro papel. ¿Introducir un poco de pensamiento racional en un mundo que parece haber perdido el norte? ¿Comprometernos políticamente de nuevo con las únicas ideas que son superiores moralmente, es decir, las de izquierdas, en un mundo en el que ya casi nadie lo es de verdad? El progresista es el clown del siglo XXI. Sus ideas son espectaculares –aunque nadie pretenda ya llevarlas a cabo, no vaya a ser que funcionen–.
Uno puede decir lo que le salga de los cojones, o de los ovarios, en las redes, sin más. Las redes no están sometidas a las tonsuras del pensamiento racional
La segunda narrativa es la del intelectual burocrático. No estoy hablando del intelectual del régimen, del intelectual de pago, del intelectual comprado. Mi cinismo no llega a tanto. Ese ya no es necesario que exista. Estoy hablando del intelectual que se ha convertido en un verdadero experto en rellenar casillas. En el intelectual que ha hecho de su trabajo un ejemplo de perfección técnico burocrática. El intelectual al que, si Weber levantara la cabeza, volvería a morirse al ver parte de su obra, al menos parte, completamente cumplida. Al probo funcionario de las obras de Kafka. En El Castillo, de este autor, una pléyade de burócratas se encarga de que el agrimensor, que parece ser la única figura medio racional en esta distopía, nunca llegue a su destino. Pero después del advenimiento de las redes sociales y de la incrustación de la lógica hiper-burocrática de las casillas en el mundo intelectual me asalta la duda: ¿Quiénes son los intelectuales, el agrimensor, o los burócratas que le acechan como lobos? ¿Ambos? ¿Ninguno? En una segunda y hasta en una tercera lectura, parecería como si la insistencia del agrimensor en llegar a su destino y ocupar su puesto de trabajo, aquel para el que fue contratado, fuera una empresa loca, casi quijotesca, en un mundo en el que solamente se entrevé de manera esporádica, casi como si de un relámpago se tratara, su racionalidad, su sentido: no sabemos cuál es, pero el caso es que el mundo del pueblo en el que aterriza el agrimensor tiene sus propias reglas. Sólo sabemos de su existencia, pero su contenido nunca es realmente revelado.
Si mezclamos ambas versiones del intelectual de hoy en día, lo que nos queda es una figura proteica: el peor de todos los mundos posibles, podríamos decir. Se trata del intelectual que es racional por la mañana pero que por la noche se convierte en Nosferatu, al mismo tiempo que en un burócrata comprometido con la única cosa que realmente sabe hacer bien, que es rellenar casillas. Mientras rellene casillas e insulte en las redes todo está bien, ese intelectual que ahoga al otro intelectual, que intenta poner un poco de orden en el ruido circundante, nunca conseguirá irse de madre. El caso es que nadie le ha dicho al intelectual que tiene que ser un Nosferatu burocratizado (rellena casillas como muerde cuellos y succiona sangre): ha sido él mismo el que ha tomado esa determinación. Al final, la pregunta que anima este artículo queda sin respuesta. ¿Tienen todavía algún papel los intelectuales, dónde están? Ni idea. Apuesten ustedes.
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Antonio Estella es catedrático Jean Monnet "ad personam" de Gobernanza Económica Global y Europea en la Universidad Carlos III de Madrid.
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