Desigualdad en España

El círculo vicioso de la abstención: así se adueñan los barrios ricos de la democracia

Un hombre introduce su papeleta en una urna de un colegio de Algeciras (Cádiz).

Lo habrán oído durante la precampaña, sobre todo desde la izquierda: hay que movilizar a los “barrios obreros”. A las capas populares. A los trabajadores. A la gente humilde. A los municipios del sur de la Comunidad de Madrid. Hay una base cierta en el llamamiento: en los barrios pobres se vota menos que en los ricos. Y cuanto más pobre el barrio, por regla general, menos se vota. Ahora bien, observada en detalle la cuestión, quizás habría que invertir el enfoque y pasar del si los pobres votaran, la política podría hacer más por ellos al si la política hiciera más por los pobres, votarían.

“La participación electoral, aunque a algunos no se lo parezca, es costosa”, explica Pedro Riera, director de la Escuela de Posgrado en Economía y Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid, que acredita una “sobrerrepresentación del abstencionista en barrios trabajadores”. Es un fenómeno que, por supuesto, no se ciñe sólo a Madrid. Y que obedece a unas causas observables. El trabajo de más de una década de los investigadores en Ciencia Política y Sociología Manuel Trujillo y Braulio Gómez ha servido no sólo para dar soporte empírico a lo que la mayoría intuye, es decir, que los pobres votan menos que los ricos, sino también para evidenciar que esa abstención está vinculada a la incapacidad de la política y el Estado para dar respuestas satisfactorias, sobre todo en las zonas más pobres.

El conjunto es un círculo vicioso. Por un lado, “los ciudadanos con más recursos económicos –mayores ingresos, mayor estatus socioeconómico, con trabajo– y con más nivel educativo son más propensos a votar, ya que disponen de una mayor disponibilidad de tiempo, dinero y capital cognitivo para implicarse”, como ha explicado en un informe de la Fundación Alternativas el doctor en Ciencia Política por el Instituto Universitario Europeo en Florencia Guillem Vidal. Por otro lado, añade, “si los ricos votan sistemáticamente más que los pobres, las políticas redistributivas podrían resultar menos ambiciosas o más regresivas”.

Mientras tanto, en los barrios de menor renta la abstención no es sólo mayor que en los más aventajados. Es que, además, se contagia. Y se hereda. Lo que provoca el problema es precisamente su mala situación material. La pandemia genera ahora las condiciones óptimas para perpetuar la brecha. Toni Rondón, politólogo especializado en comportamiento electoral y profesor en la Universitat Pompeu Fabra, recalca que existe una amplia literatura académica que avala la relación entre sociedades igualitarias y alta participación, poniendo como ejemplo el trabajo de Aina Gallego, de la Universitat de Barcelona, Desigualdad política y participación en EuropaDesigualdad política y participación en Europa: “La desigualdades socioeconómicas en la participación” son “inequívocamente visibles” en la mayoría de los países europeos, anota Gallego.

¿Queremos más participación en los barrios con más necesidades? Todo apunta a necesitamos más igualdad.

Los 'agujeros negros'

Ya se ha dicho: los pobres votan menos que los ricos. La frase, aunque exige trazo fino para explicarla en detalle, es cierta de la primera a la última letra, como acredita el trabajo de Manuel Trujillo, coordinador de la Unidad Estadística del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC), y Braulio Gómez, profesor en la Universidad de Deusto y director del Deustobarometro [aquí se pueden consultar publicaciones de 2011, 2015, 2016, 2019 y 2020]. Su informe de 2011 localizó por primera vez más de cien “puntos negros”, en los que la mayoría de sus habitantes sistemáticamente eluden las urnas. “Los agujeros negros de la democracia” coinciden “casi milimétricamente” con los “barrios marginales de las grandes ciudades”, concluyen los autores. El ranking de abstención lo copan diez barrios en “exclusión extrema”, destacando Cañada Real, en Madrid (con un 80% de abstención), Polígono Sur, en Sevilla (78%), y el Barrio Gótico, en Barcelona (76%). Dentro de los excluidos, los gitanos, cuya población se estima en cerca de un millón, son los que menos votan, según han acreditado Trujillo y Gómez. “Sin embargo, los poderes públicos han obviado el desarrollo de políticas directas orientadas a la inclusión política de los más débiles”, han denunciado los autores.

Los resultados fueron similares al establecer la clasificación tras las autonómicas de 2015 en Andalucía, una comunidad que ofrece un óptimo campo de pruebas, dado que contiene 12 de los 15 más pobres de España. Otra vez acaparan la cabeza del listado los barrios que entran dentro de los parámetros de “exclusión extrema”: Polígono Sur de Sevilla, el Puche de Almería, los Asperones y Palma-Palmilla de Málaga o Almanjáyar de Granada, por citar sólo a los primeros. Un dato salido de las municipales de 2015: de las 100 secciones electorales donde hay una mayor diferencia entre la abstención propia y la media de abstención en dicho municipio, “todas se caracterizan por estar situadas en barrios que padecen algún grado de exclusión social”.

Más pobreza, menos voto

La mayor abstención no se da sólo en barrios marginales. Allí es más elevada, pero la diferencia es observable en todo el espectro de renta. El informe de Trujillo y Gómez La segregación electoral interurbana en EspañaLa segregación electoral interurbana en España, publicado por la Fundación Foessa en 2019, acredita una “altísima correlación” entre la renta y la participación. Ambos autores subrayan que la tendencia es además “ascendente” en todas las ciudades entre 2011 y 2016, con las excepciones de Barcelona y Sevilla. Los investigadores se detienen en el caso de la ciudad de Madrid: “Los barrios donde la renta media no alcanza los 15.000 euros, localizados en el Sur y el este de Madrid, en distritos como Usera, Puente de Vallecas, San Blas o Villaverde, concentran la abstención más elevada”.

Prácticamente nadie ubicado en el “espacio de integración”, es decir, los que no sufren ningún tipo de carencia fundamental, afirman no votar nunca. En cambio, entre los que están en “espacios de exclusión” hasta un 22% reconoce no acudir jamás a las urnas, señalan los autores. Además, las personas con mayor nivel de estudios participan “siempre” hasta 20 puntos más que las que tienen estudios de primaria o menos, según la investigación publicada en 2020. “Las urnas se llenan de votos procedentes de las zonas integradas de las ciudades. Un 74,1% de ellos votan siempre. Apenas la mitad de los ciudadanos que padecen algún tipo de exclusión declara que siempre se acerca a las urnas cuando llegan las elecciones. La brecha es demoledora”, apuntan.

A conclusiones similares ha llegado Guillem Vidal en el último Informe sobre la Democracia en España, de la Fundación Alternativas, de 2019. A más pobreza, menos voto. Y vale comparando barrios y ciudades. Los datos del INE le permitieron cruzar la relación entre la renta media por persona del municipio con la abstención. La relación es clara. Los municipios pobres tienen una probabilidad más alta de abstención que los ricos.

'Efecto contagio'

Los barrios más pobres, en torno a un 5% de la población, ofrecen la mejor muestra para observar el círculo vicioso de la abstención, que adquiere allí un carácter “estructural”, explica Braulio Gómez a infoLibre. ¿Por qué? Hay múltiples motivos, entre ellos el efecto contagio.

“No es sólo ese 5% de la población en el que la abstención es especialmente elevada. Es que además en esos barrios abundan las personas fuera del censo, por ejemplo inmigrantes, o gitanos que no están empadronados. Esto refuerza la abstención, que es un fenómeno contagioso”, explica. La práctica de no votar se reproduce a sí misma. El abstencionismo llama al abstencionismo. Lo explica la conocida como “teoría de la movilización”: el elector participa en mayor medida si alguien le aconseja que lo haga. Todos los factores se conjugan para hacer casi irrompible la dinámica. “La abstención elevada es un fenómeno de fuerte arraigo, vinculado al abandono institucional, pero que además se hereda, al igual que la pobreza. Hablamos de zonas que aparecen en las mismas posiciones [en los listados] desde hace 30 años”, explica Gómez.

Cuatro factores aparecen una y otra vez en los análisis: trabajo, vivienda, educación y relaciones-contactos. Son realidades materiales que se incrustan en el elector, llegando donde difícilmente es capaz de llegar una campaña electoral. La impronta de la clase social y su influencia en el comportamiento electoral se heredan. Así lo expone por escrito Guillem Vidal, doctor en Ciencia Política por el Instituto Universitario Europeo en Florencia: además de que las clases sociales más aventajadas –profesionales superiores, directivos, grandes empleadores, técnicos superiores– tienen menos probabilidad de abstenerse que parados y trabajadores con menos cualificación y de sectores más precarios, hay inidicios de que dicho estatus acaba por “influir en las actitudes políticas de los hijos”. “El estatus ocupacional de los padres [...] nos permite comprobar esta hipótesis. Incluso controlando por el nivel educativo del individuo y otras variables socioeconómicas, la clase social de los padres afecta a la probabilidad de abstención de los hijos”, escribe.

¿En campaña? Demasiado tarde

La evidencia que vincula renta y posición social con abstención es firme. Es más difícil sostener empíricamente a quién beneficia más la abstención. Es un asunto controvertido en ciencia política y social. No obstante, hay elementos que indican que, con carácter general, la abstención perjudica más a la izquierda. “Los ciudadanos que tienen condiciones de vida más precaria, cuando votan, lo hacen por partidos más de izquierdas que de derechas”, apuntan con carácter general Trujillo y Gómez, que en el caso de los barrios más deprimidos detectan un voto mayoritario al PSOE. Pero, claro, eso es cuando votan. Hay que suponer que los del mismo barrio que no votan, si lo hicieran, harían lo mismo. Es razonable suponerlo. Pero hay que tener en cuenta otras factores, como la abstención diferencial –que gana peso en los barrios de clase media-baja– y la polarización política. La ecuación “más voto igual a más izquierda” tiene riesgos.

Pedro Riera, director de la Escuela de Postgrado en Economía y Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid, y Sebastián Lavezzolo, investigador en la misma universidad, concluyeron en un informe de 2008, tras el análisis de 50 circunscripciones, que “a medida que aumenta la cantidad de gente que vota, aumenta la proporción de ciudadanos que lo hace por partidos de izquierda”. Existe en España, añaden, un “sesgo ideológico” de la abstención “en perjuicio de los partidos progresistas”. Como ha publicado eldiario.es, la derecha domina electoralmente la Comunidad de Madrid a pesar de que sólo es mayoritaria entre el 30% más rico del electorado.

Tiene su lógica, ciertamente, que la izquierda anhele una participación masiva de eso que se da en llamar “barrios populares”, “barrios obreros” o “barrios trabajadores”. Y tiene su lógica que así lo reclame antes de una cita electoral. Ahora bien, ¿puede deshacerse ese sesgo con una campaña electoral? Los análisis recabados lo ponen en seria duda.

Manuel Trujillo recuerda que la abstención en las zonas de baja renta viene determinada por factores profundos, de fuerte capacidad de arrastre, que no dependen del acierto de un eslogan de campaña. Numerosos electores, afirma, se atribuyen incluso a sí mismos una “falta de competencia”, es decir, interiorizan la idea de que las elecciones no van con ellos, ni tienen capacidad para decidir sobre las mismas. “Y también está la idea de que lo que se hace con el voto no sirve, una idea que se basa en la percepción de falta de avance. Es un comentario muy frecuente en los barrios obreros: 'El político sólo viene en campaña”, señala Trujillo, que afirma además que la política está por lo general “centrada en una agenda de clase media”. Lo releva en en análisis Braulio Gómez: “Una campaña electoral es el peor espacio para generar confianza entre los abstencionistas, sobre todo los estructurales. Esa idea continua de la 'atención a los más pobres', lanzada de forma cortoplacista durante la campaña, sencillamente no llega a quien en apariencia va dirigida”.

Subdesarrollo del gasto social y pandemia

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Es elocuente cuál es el listado de medidas que Trujillo y Gómez, dos autores que han destacado en el estudio de la segregación electoral, han propuesto para mitigar el abstencionismo. ¿Llamamientos apasionados al voto? No, no va por ahí. Planes contra la pobreza con objetivos medibles, concesión del derecho a voto a la población inmigrante, esfuerzo político-administrativo para incorporación de la minoría gitana más excluida al censo... Se trata de un trabajo de largo aliento, de índole social, que choca con la práctica política en España, un país que queda por debajo del conjunto de la UE-27 en gasto en todas las áreas clave del Estado del bienestar: vivienda, inclusión social, sanidad, discapacidad, tercera edad, familia e infancia. El Estado español dedica a todas las áreas englobadas dentro de la "protección social" 3,6 puntos menos de PIB que la UE. Así lo revelan los datos de Eurostat, cuyo último ejercicio cerrado para todos los países es 2018.

El barrio más rico supera ocho veces en renta al más pobre de España, según los datos del proyecto Urban Audit de Eurostat. Antes de la crisis del covid-19, en España ya había más de un 25% de la población (cerca de 11,9 millones de personas) en riesgo de pobreza o exclusión social. Ahora el coronavirus agrava la situación. La pandemia ha dejado después a 750.000 personas más en zona de "riesgo de pobreza o exclusión”, según un estudio de Caixabank. La crisis del covid-19 también ensancha una brecha educativa que ya era grave y tiene un impacto electoral. Lo dicen los datos. En el periodo 2004-2019, un individuo sin estudios tenía más de un 20% de probabilidad de contestar que se abstendría en unas elecciones generales, mientras que la de un universitario es del 12%, según el trabajo realizado por Guillem Vidal, que concluye: “La desigualdad política relacionada con el nivel educativo es un fenómeno que está cobrando importancia en España, sobre todo a raíz de la crisis económica de 2008”. La pandemia ha acelerado esas divisiones, cebándose con el el 9,2% de los hogares con menores que en España carecen de acceso a internet y con el 20% de las familias con menos renta que no disponen ni siquiera de un ordenador.

Ahí sigue la abstención, en su círculo vicioso.

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