28A | Elecciones generales

La posibilidad de un cara a cara Casado-Sánchez y la presencia de Vox embarran la negociación de los debates

Sánchez, Iglesias, Rivera y Sáenz de Santamaría en el debate a cuatro de la campaña del 20-D.

Fernando Varela

PP y PSOE han invertido papeles. El PP rechazó en 2016 un debate a dos de Mariano Rajoy con Pedro Sánchez y defendió uno a cuatro con participación de los candidatos de las cuatro fuerzas mayoritarias: PP, PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos. Los socialistas, por el contrario, acusaban a Rajoy de temer el cuerpo a cuerpo con su aspirante a la Presidencia y exigían un debate como el que Rajoy aceptó tener con Sánchez en las elecciones de 2015.

Tres años después, se ha dado la vuelta a la tortilla. El PSOE es el que gobierna y el PP el que trata de alcanzar la Moncloa. Ahora es el partido de Casado el que exige un cara a cara con Sánchez y los socialistas los que se hacen de rogar.

Hace tres años, el hoy candidato del PP era vicesecretario de Comunicación del PP. Entonces Casado defendía el debate a cuatro porque “es lo que los votantes están esperando y es la percepción que los medios de comunicación formulaban”, lo que “más refleja la pluralidad de las Cortes Generales”. Y aprovechaba para meter el dedo en la llaga del PSOE, amenazado de sorpasso por los de Pablo Iglesias: “Si hubiera un debate a dos habría que preguntarse quiénes serían esas dos fuerzas que las encuestas reflejan con mayor importancia de cara a los comicios”. Aquel año no hubo debate a dos y sí uno a cuatro.

Ahora, con Sánchez en la Moncloa y Casado como líder de la oposición, el PP acusa al presidente de “tener miedo” al cuerpo a cuerpo con el sucesor de Rajoy. Y exige un debate a dos con el argumento de que sólo los aspirantes de ambas formaciones están en situación de gobernar España. El PSOE, en cambio, sostiene en estos momentos justo lo contrario de lo que defendía en 2016. No quieren dar a Casado la oportunidad de que los votantes le visualicen como la alternativa a Sánchez y recurren al mismo argumento que usaban los conservadores: “Nos ayudaría mucho” a decidir sobre el debate a dos que las tres derechas se pusieran antes de acuerdo sobre “cuál es el líder que les representa”, teniendo en cuenta que quieren gobernar juntas y que se disputan el liderazgo. PP, Ciudadanos y Vox “están celebrando unas primarias”, ironizó este lunes el coordinador de la campaña socialista, José Luis Ábalos.

En el PSOE parece completamente descartado que Sánchez acepte el cara a cara con Casado. La campaña del PSOE se basa en señalar la ruptura del voto de la derecha en tres bloques —PP, Ciudadanos y Vox— y dar a Casado la oportunidad de un cuerpo a cuerpo no sólo le brindaría la posibilidad de aparecer como el líder de la derecha sino que difuminaría la idea de la triple alianza sobre la que los socialistas han construido su principal mensaje electoral.

Los conservadores lo saben. Y por eso han puesto en marcha inmediatamente una campaña en la que acusan a Sánchez de tener “miedo”campaña a debatir con Casado y, sobre todo, de hacer ahora lo contrario que defendía cuando el presidente era Rajoy y el líder del PSOE estaba al frente de la oposición.

Unidas Podemos y Ciudadanos rechazan la posibilidad de un debate a dos que, desde su punto de vista, ya no se corresponde con la realidad política de España. Y siguen a la espera de que se concreten los debates que están sobre la mesa, cuantos más mejor, conscientes de que para sus líderes, Pablo Iglesias y Albert Rivera, representan una oportunidad extraordinaria de reducir distancias con el PP y el PSOE, sus dos principales competidores en la contienda electoral.

La clave de lo que ocurra depende del PSOE. La campaña socialista, admiten quienes tienen acceso a los datos que manejan los más próximos a Pedro Sánchez, va viento en popa. Nadie en el estado mayor socialista quiere echar las campanas al vuelo —faltan tres larguísimas semanas hasta el día de las elecciones y todos tiene muy presente lo que pasó en Andalucía— pero, si se mantuviera la tendencia actual, sostienen los más próximos al presidente, Sánchez llegaría a las urnas el 28 de abril en situación de optar a una nueva investidura sin depender siquiera de los partidos independentistas.

El riesgo de cometer errores

Para conseguirlo, el entorno del presidente está convencido de que lo esencial es no cometer errores. De ahí que los debates en televisión se hayan convertido en la principal preocupación para el grupo de expertos en comunicación y dirigentes que están al mando de la estrategia electoral. Porque cualquiera que haya participado en una campaña sabe que los debates en televisión son, sobre todo, una oportunidad para quienes van por detrás en las expectativas de voto a la vez que un campo de minas impredecible para el líder político de turno que encabece las encuestas. En el equipo del presidente todos saben que Sánchez puede impulsar definitivamente su campaña, si el debate concluye favorablemente para él, pero también son conscientes de que tiene mucho que perder si las cosas se tuercen. Por eso dudan sobre su participación.

En estos momentos, encima de la mesa hay sólo dos propuestas de debate que están siendo consideradas en serio por todos los partidos. La primera es de la televisión pública: un debate en La 1 el lunes 22 de abril con cuatro aspirantes: Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera. La segunda lleva la firma del grupo AtresMedia —Antena 3 y La Sexta—, se celebraría el martes 23 e incluiría un puesto para Santiago Abascal, el líder de Vox.

El comité de campaña del PSOE no sabe qué hacer. No tienen prisa —faltan aún dos semanas—, pero uno de los elementos de la campaña en el que más confían y que no quieren poner en peligro es el perfil presidencial de Pedro Sánchez en oposición al del resto de candidatos, a los que consideran sumergidos en un rifirrafe casi diario. Y dan por seguro que en los debates abundarán la crispación, el tono áspero y los golpes bajos. La campaña avanza cada vez más hacia la bronca: este lunes Pablo Casado acusó a Sánchez de querer pactar con quienes tienen las “manos manchadas de sangre” al buscar, según él, una alianza con independentistas catalanes y vascos que le permita conservar la Presidencia.

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Tantas son las dudas que el PSOE ha pasado de asegurar, al comienzo de la precampaña, que Sánchez acudiría a todos los debates a los que fuese convocado, incluidos aquellos en los que estuviera presente Vox, a no dar nada por confirmado. Ábalos dio a entender este lunes que el presidente participará al menos en un debate, pero subrayó que la decisión aún no está tomada.

La decisión de aceptar la presencia de Vox en el debate, si la Junta Electoral lo permite, porque ahora mismo es un partido sin otra representación que la que obtuvo en Andalucía en diciembre, es otro de los dilemas que el comité de campaña del PSOE todavía no ha resuelto. Algunos de sus integrantes creen que aceptar su presencia equivale a blanquearlos y prefieren ignorarlos. Otros, en cambio, son partidarios de darles la oportunidad de hablar, convencidos de que cuanto más se les escuche menos posibilidades tendrán de crecer. No falta tampoco quien ve con buenos ojos el ascenso de Vox, porque cuanto más crece la ultraderecha más retrocede el PP de Pablo Casado.

De lo que nadie duda en el PSOE es de que ver a los tres líderes de la foto de Colón compartiendo escenario, una vez más, bien para pelear entre ellos bien para arremeter de común acuerdo contra Sánchez, les puede dar una oportunidad de apuntalar el mensaje que repiten, un día sí y otro también, de la amenaza real de un gobierno de las tres derechas.

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