Esa sonrisa sardónica
Casi un año se va a cumplir. Le conocí hace unos cincuenta años en Leviatán, una librería de Barcelona donde buscábamos ideas, conocimiento. Y encontré inteligencia. Mucha. Y desafío intelectual en una época en la que no había demasiados medios para profundizar en la política.
Miguel ya tenía entonces esa sonrisa sardónica del que se sabe superior, del que apunta las respuestas a lo que todos nos preguntamos sin imponer nada, solo colaborando en construir caminos para que todo sea mejor. Acumulaba una cultura a la que casi nadie llegaba. Y yo siempre me he sentido encantado con ello. Aprendía cada vez que nos veíamos.
Empecé a dar vueltas por el mundo y le perdí de vista. Nos volvimos a encontrar en Cuba, dónde si no. Creo recordar que era responsable de la FNAC, fundada por ex-trotskistas (alguien debería hacer un recuento de proyectos puestos en pie por viejos trotskos; sería, creo, bastante aleccionador).
La Habana. Nunca me he arrepentido tanto de no haber ido a compartir las últimas navidades del año pasado como habíamos quedado, para conocer su hotel y reirnos de todo. Una mezcla de problemas médicos y alguna pereza me privó de disfrutar de sus conversaciones, sin prisas, absorbiendo cada detalle y divirtiéndonos en cada discusión. Espero no volver a cometer un error similar. No hay que perder las oportunidades de vivir intensamente junto a la gente que amamos. Nadie sabe cuándo será la última vez y lloraremos doblemente por la pérdida de la persona y por la pérdida de los momentos irrepetibles que ya no tendremos, los momentos que no podremos revivir cuando cualquier cosa, palabra, hecho, haga que nuestra mente quiera viajar a felicidades pasadas y compartidas.
Conocí a Carme Chacón en Esplugues, allá por el 2000. Ella era la concejala de Desarrollo y yo impulsaba un centro de producción audiovisual en una vieja fábrica de frigoríficos. Congeniamos muy pronto, por los proyectos y por la política; por la militancia, ese espíritu motor de la defensa de lo público, del interés general. Carme era una reflexiva fuerza de la naturaleza, imparable. No me sorprendió que acogiera a Miguel, eran la fusión de dos caracteres complementarios que compartían objetivos.
El pequeño jardín de su casita de Esplugues nos brindó cenas y noches fructíferas, que después compartimos con Javier de Paz en la terraza del Ministerio de Defensa, en plena Castellana, mientras el pequeño Miquel gateaba por allí.
Javier y Miguel formaban una pareja que gravitaba sobre todo y sobre todos. Las grandes teorías de Miguel aterrizadas por un De Paz listo y pragmático. Cuántas realidades y avances les debemos a este dúo superdinámico. Los dos vivían muchas vidas, grandes momentos, principalmente en la órbita de Zapatero, dibujando futuros que no podíamos creer que se concretarían en la vida cotidiana de millones de personas. Se convirtieron en los tejedores de esos acuerdos que, desdibujando las posiciones encontradas, salen de la paciencia, de la empatía con los otros, de creer que (como decía un señor con barba) vale más un paso real del movimiento que una docena de programas, que no es lo mismo que “pájaro en mano que ciento volando”.
Nadie sabe cuándo será la última vez y lloraremos doblemente por la pérdida de la persona y por la pérdida de los momentos irrepetibles que ya no tendremos, los momentos que no podremos revivir cuando cualquier cosa, palabra, hecho, haga que nuestra mente quiera viajar a felicidades pasadas y compartidas
Nunca me sorprendieron los furibundos ataques de la derecha contra Miguel. Tenían la lógica de creer que los inteligentes son los enemigos más peligrosos y vertieron hasta el final todo tipo de embustes sobre él y sus supuestos negocios. Eso le divertía mucho porque le reforzaba en su superioridad moral. A falta de líneas políticas que confrontar inventaban cualquier cosa. Por desgracia eso se lleva ahora hasta el paroxismo.
Su papel en la desarrollo de la TDT y en la recuperación de la televisión pública fueron muy importantes. El impulso que dio a la presidencia de Luis Fernández posibilitó que el Ente volviera a jugar el papel que le correspondía. Miguel tenía un olfato especial en todo lo que se relacionaba con los contenidos audiovisuales. Siempre me pregunté cómo lo hacía para saber qué se estaba imponiendo en el mundo audiovisual global y compararlo con la pobreza de muchos programas televisivos. Pasábamos horas discutiendo sobre cine; el que yo hacía y sobre todo el francés que conocía bastante bien y que no era mi modelo.
Y a veces los ataques no venían solo de la derecha. Las crisis del PSOE y el papel que quería jugar Carme en su solución también se concretaron en algunas campañas que solo ponían de manifiesto que el machismo y la manipulación no son patrimonio exclusivo de la derecha y la presentaban como un sujeto que seguía a Miguel ¡Qué poco conocían a los dos y su independencia de criterio! Eso es lo que sustentaba esa relación.
Por desgracia hay que ser de una madera especial para convivir con tanta mediocridad que solo busca perturbar la vida cotidiana de los que quieren hacer un mundo más justo. Y seguramente muchas veces deberíamos ver en ese incesante ataque las razones de algunas de nuestras crisis. No quiero decir que su separación tuviera que ver con esto; ignoro qué les llevó hasta ahí. Pero ahora que cada día se habla más de la salud mental estaría bien reflexionar no solo sobre la salud mental de esos mediocres (que está claramente muy perjudicada) sino también de la mella que pueda hacer sobre nosotros ese desgaste continuo. Miguel lo combatía con esa sonrisa sardónica que he comentado antes. Quizás es la mejor de las fórmulas.
La muerte de Carme fue un duro golpe. Por inesperada, por injusta, por quebrar la nueva vida que se estaba construyendo, por perderse el crecimiento de Miquel. Seguro que sus espíritus libres se volverán a encontrar otra vez. Cuba era otra de sus grandes entregas de toda la vida. Le apasionaba la gente, su viveza, su gran cultura, sus colores. Le dedicó libros, viajes, reuniones, debates, amores. Todo el mundo le conocía y él conocía a todo el mundo. Eso solo es posible en Cuba. Me ayudó a hacer un par de películas allí en situaciones de infraestructura complejas; siempre tenía un contacto o encontraba a alguien que podía ayudar. Todo el mundo le respetaba aun sabiendo que no era seguidor de la línea oficial. Aún me emociono recordando que a su funeral vino el que fue el médico de Allende, ya muy anciano, pero que quería despedirse de Miguel a toda costa (si véis la foto de Allende saliendo de La Moneda con casco, el 11 de setiembre de 1973, el del bigote que está detrás es el amigo de Miguel, Danilo Bartulín). Este es uno más de los retazos de la historia que impregnaban su vida, que la envolvían. Poca gente podría presumir de vivir inmerso en ese devenir histórico, formar parte de él.
Echo de menos las cenas o las comidas en casa de Javier de Paz. Cuando estábamos discutiendo cualquier cosa, importante o fútil, y él no estaba “ganando”, no se cortaba en llamar a alguien que viniera a ayudarle en la defensa de su línea argumental. No le gustaba “perder” (supongo que a nadie le gusta), pero él tenía un arte especial en esas situaciones que no le hacían aparecer como el oportunista de turno; era más bien el brujo que derramaba pócimas de argumentos que nos abrumaban o que nos hacían rendir nuestras armas agotados en la búsqueda de contraargumentos a sus movimientos de ajedrez verbal que le llevaban a la “victoria”. Y eso nos hacía muy felices a los tres. Sin ánimo de desmerecer a nadie, dudo que ese clima lo pueda volver a vivir tan intensamente, pienso que por desgracia será irrepetible. Debe ser eso que llaman camaradería.
La izquierda no sabe comunicar
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Cuando murió Cruyff le dije a Valdano que era una gran putada que se mueran los buenos y él me respondió: “Es que los otros no nos dejan nada”. Pues eso, Miguel nos lo ha dejado todo.
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Jaume Roures es empresario y productor audiovisual.