El acoso al feminismo: enemigos y falsos amigos

Pilar Laura Mateo

Es evidente que vivimos un momento difícil que abunda en crispación, confusión y confrontación, y el feminismo, pese a ser el movimiento que hoy concita mayores apoyos y adhesiones de la sociedad (o, precisamente, por eso) no es ajeno a este clima de ataques indiscriminados y acientíficos. El objetivo no es otro que volver a instalar en las mentes actitudes regresivas machistas y, para eso, hay que dividir al feminismo, desacreditarlo y debilitarlo, usando el lenguaje como arma, adueñándose de las palabras para distorsionarlas y construir con ellas falsos dilemas. 

El caso de Vox es paradigmático, una ultraderecha supermovilizada que ha emprendido una guerra cultural contra los valores progresistas y considera al feminismo un enemigo a batir. Este partido odia la sola mención de igualdad entre mujeres y hombres y su estrategia es claramente conseguir un rearme patriarcal. Los acosos y agresiones a las clínicas de interrupción del embarazo, los ataques a los proyectos de educación sexual y ciudadana, la propagación de falsedades anticientíficas como el llamado “síndrome de alienación parental” y la negación de la violencia de género y la violencia sexual (que expliquen a los padres de Laura Luelmo, Diana Quer y tantas otras, que esa violencia no existe) son, hoy por hoy, sus señas de identidad. Su oposición al avance de las mujeres es notoria y beligerante. No es extraño, deben corresponder a las necesidades de sus votantes, que parecen ser mayoritariamente hombres separados o divorciados cuyo perfil presenta un alto grado de misoginia.

VOX ha proclamado abiertamente su antifeminismo, pero también, últimamente, el Partido Popular, que ha procurado disimular con mayor o menor fortuna lo incómodo que le resulta el tema de la igualdad de las mujeres, ha encontrado en las exigencias de VOX la excusa perfecta para no disimular más. De hecho, su flamante nuevo líder, Núñez Feijóo, defendió hace poco el término “violencia intrafamiliar” en detrimento de “violencia de género” y negó, además, “la violencia vicaria” (que se lo expliquen también a las madres de Candela y Amaya en Galicia, o de Olivia y Anna en Tenerife, y a otras que no cito para no extenderme). Aunque, parece que, en realidad, Feijóo se hizo un lío con los términos “violencia de género”, “violencia intrafamiliar” y “violencia vicaria”. Y es que el lenguaje, herramienta perfecta para construir relato, lo mismo que oculta y manipula unas cosas, aclara y revela otras.

Pero no son esas las únicas embestidas que hoy sufre el feminismo. En los dos últimos años, asistimos a una división creciente del movimiento, ejemplificada en las dos manifestaciones que el 8 de marzo se realizaron en varias ciudades españolas. Para las que llevamos años saliendo ese día a reivindicar nuestros derechos, fue muy triste. ¿Tan difícil era buscar puntos de encuentro en vez de polarizarnos más tomando como eje reivindicativo prioritario la ley Trans? ¿No le corresponde al Ministerio de Igualdad articular un discurso colectivo en vez de azuzar la división? Pues, por lo visto, no. Irene Montero lo sigue apostando todo al tema de la “identidad sexual” y la teoría “queer” que, además de borrar la problemática transexual, ha convertido al transgenerismo en un espectáculo mediático que oculta hábilmente el negocio que lo acompaña.

Una actuación discutible, máxime cuando el concepto de identidad sexual está resultando una auténtica contrarevolución del relato feminista en los países en los que ha sido aplicado. Porque ¿es lógico que un feminismo que lleva más dos siglos luchando contra la cárcel del sistema de géneros, esté obligado a reivindicar ahora ese constructo social considerado patriarcal (el género) como algo liberador? Eso, aparte de los enfrentamientos e injusticias que está generando. Véase, si no, el caso de la transgénero Lia Thomas, estadounidense de 1,90 de estatura, perteneciente a un equipo de natación masculino y que, a raíz de su cambio de nombre, perdón, de su género, se ha hecho con el título nacional universitario de EEUU generando grandes divisiones y protestas del público y de las mujeres deportistas. Y no es un caso aislado, ni tampoco el único escenario donde se plantea esta confrontación. Hace solo unos días, la profesora de la UAB, Juana Gallego, reconocida feminista y profesional, informó de que está sufriendo un intento de cancelación (como lo están sufriendo muchas intelectuales feministas del ámbito anglosajón) por parte de un grupo de estudiantes seguidoras/es de la teoría “queer” que han boicoteado su asignatura del Master Género y comunicación.

Pero, siguiendo con el asunto del lenguaje, ahora parece que se lleva llamar “trabajo sexual” a la prostitución. Así, los proxenetas han devenido en empresarios, los puteros, clientes y las mujeres prostituidas, trabajadoras o profesionales del sexo. ¿Podrían decirnos en qué academia o universidad se han formado esas profesionales, si no es en la de la pura necesidad, la precariedad, y la explotación? ¿Dónde está el compromiso de UP con la abolición de la prostitución? ¿Qué clase de perversión es la que apela a una supuesta libertad personal, o a un consentimiento obligado para defender el mantenimiento y la legalización de la estructura clave de la desigualdad? Una prostitución, que como casi todo el mundo sabe, es un sistema violento dirigido por grandes fortunas del sistema capitalista que utilizan en su beneficio a las mafias (congregadas ahora en la frontera Polonia-Ucrania para conseguir mujeres con las que llenar los prostíbulos legales de Alemania). ¿Alguien cree que eso puede ser un referente para el feminismo? Eso, por no hablar del problema de los vientres de alquiler, mal llamados “gestación subrogada”, o del relativismo de las reivindicaciones que vuelven a ensalzar la maternidad y los cuidados como el súmmun de la realización femenina y de la aportación de las mujeres a la sociedad, o del constante ataque al feminismo occidental, culpable al parecer de todas las opresiones que sufren las mujeres de otras culturas.

El feminismo no es una consigna, ni una identidad que cambia según las modas, ni tampoco un conjunto de tácticas oportunistas. Es un movimiento sociopolítico que tiene su corpus teórico, su historia y su agenda que, desde luego, no es cuidar por la cara a todo el mundo, ni luchar por todas las causas posibles olvidando las propias (lo que no quiere decir que las feministas compartamos el cuidado de las personas y luchemos por otras causas).

A la vista de esta deriva no hay otro remedio que preguntarse, ¿qué feminismo representa el Ministerio de Igualdad? ¿Seguirá cultivando la atomización y el desengaño o escuchará todas las voces y no solo a las de su entorno cercano? Sea como sea, el movimiento feminista deberá seguir mirando al futuro y no al pasado. Es cierto que la igualdad plena aún no se ha consolidado, pero desde que guillotinaron a Olimpia de Gouges, llamaban “hiena con faldas” a Mary Wollstonecraft, encarcelaban y apaleaban a las sufragistas y lanzaban huevos por la calle a Clara Campoamor, las mujeres hemos avanzado mucho, y ahora no podemos retroceder ni permitir que enemigos declarados o falsos amigos nos confundan.

Pilar Laura Mateo es socio de infoLibre

Es evidente que vivimos un momento difícil que abunda en crispación, confusión y confrontación, y el feminismo, pese a ser el movimiento que hoy concita mayores apoyos y adhesiones de la sociedad (o, precisamente, por eso) no es ajeno a este clima de ataques indiscriminados y acientíficos. El objetivo no es otro que volver a instalar en las mentes actitudes regresivas machistas y, para eso, hay que dividir al feminismo, desacreditarlo y debilitarlo, usando el lenguaje como arma, adueñándose de las palabras para distorsionarlas y construir con ellas falsos dilemas.