¿Educación cuadrada? No, gracias

José María Barrionuevo Gil

En nuestros tiempos, había costumbres que educaban por cercanía con los demás. Había, entre todos, una aceptación tácita de unas normas, de unas costumbres que se daban la mano y la inteligencia con la buena convivencia. ¿Quién no ha oído hablar de la comida colectiva, de cucharada y paso atrás, de una participación —cada uno “cogía su parte”— alegre, asumida como si fuera una ley universal, aliñada con conversaciones diversas? Todos estábamos alrededor de una gran fuente de cerámica, campesina por más señas, y a ella nos acercábamos para meter y sacar la cuchara que nos llevábamos a la boca. Otras veces, sobre todo por las noches, nos sentábamos alrededor de un gran plato donde se nos presentaban unas claras de huevos cuajadas, o unas alcachofas crudas cortadas en rebanaditas tiernas, con su aceite de oliva y sus ajitos picados, que llamábamos mojete. Así mojábamos un trozo de pan candeal y cateto y recogíamos pequeñas raciones de la vianda comunitaria. 

El mundo ha seguido rodando y hemos llegado a un punto que podemos denominar punto y aparte. Esta rotura con el pasado han hecho inútiles los esfuerzos por continuar en nuestra línea, a renglón seguido, con nuestros puntos y seguido.  

Veamos, pues no es muy difícil ver, cuando se está ante un televisor y no nos sorprendemos a la hora de la comida con este invitado que nos acompaña las más de las veces. El televisor abre una brecha entre los comensales y reclama casi toda nuestra atención. El televisor disloca nuestras miradas, porque tienen que pasar de la forma redondeada del plato a una cara más o menos cuadrada. El televisor, con sus aristas, rompe la circulación de palabras amigables y autónomas de los comensales. Las formas nos han distorsionado nuestra existencia. La convivencia ha quedado ajada, y nos contagiamos de los discursos que nos vienen de fuera y nos quitan el tiempo que dedicábamos a hablar de nuestras cosas.  

El televisor se ha convertido en una máquina de educar; nos está poniendo la cabeza, además de bomba, cuadrada. Estamos bajo el influjo de una educación cuadrada y mediática.

Es fácil, sin llegar a la indignación, prescindir de este invitado interrumpiendo su hilo de conexión vital. Podemos taponar la brecha, como se cambian las tornas en los riegos de los campos. Podemos recuperar la redonda comparecencia de nuestros amigos. Podemos, en suma, recuperar la circulación de nuestras sonrisas y confidencias.  

El televisor se ha convertido en una máquina de educar; nos está poniendo la cabeza, además de bomba, cuadrada. Estamos bajo el influjo de una educación cuadrada y mediática. No es de extrañar que cada vez se esté más cerca de convertirnos en cabezas cuadradas, ya que la caja tonta nos va entonteciendo, nos va achicando el universo y cerrando la mollera con una no despreciable labor de zapa. La manipulación está servida, claro que al servicio de los amos. El televisor no es ya una ventana abierta al mundo, sino que prácticamente nos obliga a mirar al mundo por una ventana.  

Poco a poco se nos va cuadriculando la vida. Ya se está dando un paso más. Se nos van imponiendo límites subliminalmente. Los platos de nuestras comidas nos los están haciendo cuadrados, con aristas, en vez de redondos. La educación cuadrada se nos va imponiendo. Si bajamos la vista del televisor, nos encontramos con un plato que también tiene aristas muy definidas y que nos presenta una comida adintelada por los cuatro costados. Se nos va complicando la maniobra de remover la sopa, que puede escorarse por cualquier esquina. Entre las aristas y las esquinas, sin saberlo, somos víctimas de una agresión. Nuestro ánimo se encuentra incómodo y hasta se vuelve displicente. Y la verdad es que hemos sufrido una fractura en el proceso que arrancaba en la alfarería, con el artesano torno, pasaba por nuestras mesas y nuestros movimientos circulares de cuchara y terminaba en el lavado circular de los platos.  

Así, ahora, nuestra vista ni se relaja ni descansa, se acomoda a la nueva rutina, pero las esquinas y las aristas nos resultan más agresivas. No podemos olvidar que siempre se ha dicho que las estructuras estructuran las mentes y ya estamos en un tris de cuadricularnos para los restos.  

El progreso (como nos indica la propia palabra) consiste en dar pasos hacia delante, pero no pasos inútiles, ni pasos en falso. No nos están facilitando el progreso la zancadilla ni la dificultad interesada, que solo buscan su propio beneficio. La educación tiene que cobijar, junto con la libertad, como dice Fidel Habib, “los cristalinos deseos en el alfar de los días con nuestro torno del tiempo”.  

“El mundo es redondo y el que no lo entiende va a lo hondo”, nos dice el refranero. No podemos dejarnos hundir por quienes nos arrastran a lo hondo, al abismo del pensamiento único. Por ello, hay que retornar y no perder la dinámica circular del corro y la danza para no perdernos en la cuadratura del desfile militar ni de la obediencia debida. Para que el entorno sea una continuación de una vida redonda, no podemos permitirnos que se nos imponga la cuadratura del círculo.

José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.

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